El Ayuntamiento de Málaga ha entrado en este nuevo mandato, despojado ya de mayorías absolutas, en ese punto álgido de calor que quema sólo con tocarlo. Prueba de ello fue el primer pleno ordinario que se celebró ayer y que se convirtió por momentos en una bola de fuego rondando por encima de la cabeza del alcalde, Francisco de la Torre. Un regidor veterano que tomó la iniciativa en esta nueva experiencia de diálogo que le exige el escenario político de gobernar en minorías. El primer pleno ordinario destacó, de entrada, por el alto interés que generó entre algunos colectivos de la ciudadanía que dibujaron unos pasillos alrededor del salón de plenos tan cargados de preocupación e indignación, como la calor que cortaba el aire a navajazos y que se encargó de hacer del tradicional abanico un bien tan preciado como sumergirse en una bañera llena de cubitos de hielo.

Entre los colectivos presentes que empezaron a llegar a cuentagotas, hubo varios representantes de los estibadores del puerto de Málaga, madres con niños pequeños en riesgo de exclusión a punto de sufrir un desahucio y trabajadores eventuales de Limasa. Afectados por la ansiedad de poder trabajar solo los domingos, los últimos demostraron ser los más ruidosos a la hora de reivindicar que se les amplíe la carga de trabajo. Ahí son nada cuando se trata de darle el toque sonoro al asunto y ayer se vivió el primer episodio de ese largometraje dramático que será, a todas luces, la renegociación del contrato con Limasa que se extingue en marzo del año 2017. El pleno, que estaba previsto para las 11.30 horas, sufrió un retraso de más una hora. La cosa dio comienzo con el brunch ya digerido. Con los ánimos esbozando quejas sobre la demora que se repite en cada pleno y que ya da hasta para pensar en teorías conspirativas de distracción mediática. La presencia masiva de estibadores y barrenderos hacía prever de todo, menos una encerrona romántica a De la Torre y, sobre todo, al concejal de Medio Ambiente, Raúl Jiménez, que observaba con cierta animosidad lo que se le venía encima mientras que estrechaba manos en el pasillo. En general, se saludaron todos los concejales que se cruzaron con una cordialidad británica que no llegó, en ningún caso, a los excesos. En un momento dado, Gonzalo Sichar cruzó la mirada con su homólogo de Málaga Ahora, Juanjo Espinosa, y ambos hicieron el amago de darse la mano pero desistieron finalmente con cierta torpeza como cuando a uno le pillan cambiándose de acera.

En general, el salón de plenos mostró un lleno total y De la Torre se congratuló por «el interés de los ciudadanos en formar parte en la política municipal».

Participación ciudadana

El primero en dibujar un círculo de llamas alrededor del equipo de gobierno fue el representante de los estibadores del puerto de Málaga, Salvador Benítez, que puso de manifiesto las estrecheces de un gremio que sufre la continua falta de trabajo en una ciudad que abre sus ventanas por el mar. «Nos recibió de mala manera y en las escaleras del Ayuntamiento», dijo reservándose también una reprimenda para Juan Cassá, al que le recordó que «si tan malagueño se siente, que adopte también su hospitalidad». El guante de la reivindicación laboral fue recogido por Filomena Muriel, eventual de Limasa, que pidió a Jiménez una nueva inyección millonaria para afrontar más contrataciones.

Encontró apoyo en María Gámez, que le preguntó a De la Torre que «cuánta mugre necesita esta ciudad» para mejorar el servicio. Con el debate sobre la tarifa del agua sobre la mesa, llegó también el esperado estreno de Juan Cassá. Su gran virtud es haber llegado a esto de la política como quien se hace del Real Oviedo, es decir, sin nada que perder. Eso le permitió agitar la bandera de la oposición casi con más ímpetu que a la propia oposición. Incluso se permitió recordarle a De la Torre, que hace poco parecía su padre espiritual, sus famosos hábitos de baño de una manera un tanto jocosa. Si uno se encuentra con mil euros por la calle, lo normal es actuar por impulsos y gastarse ese dinero en cosas alocadas. Cuando no se cuenta con algo es más fácil desprenderse de ello. A la política de Cassá le está pasando algo parecido y Ciudadanos demostró estar viviendo un extraño viaje entre aplaudir y condenar el alcalde a la vez. Por lo pronto, por ese camino entre el ying y el yang, se quedaron ayer el polo digital, el desarrollo urbanístico de La Térmica y el hotel de Moneo. El alcalde sigue esgrimiendo elegancia, pero este mandato viene con curvas.