El español que más sabía de los acentos o características más acusadas del habla español era don Manuel Alvar López, director que fue de la Real Academia Española. Fue autor de muchos ensayos, entre ellos, el Atlas lingüístico y etnográfico de Andalucía, El español hablado en Tenerife, El habla del campo de Jaca... La lingüística era su fuerte. Cuando establecía un diálogo con una persona desconocida o de la que ignoraba su procedencia, por deformación profesional hacía volar su imaginación para adivinar por el acento, deje, dicción, énfasis… el origen del interlocutor. Acertaba si se había criado en Madrid, en Zaragoza, en Orense y, de forma especial, de cada una de las ocho capitales andaluzas. De ahí el título de uno de sus libros más celebrados, el recogido en una línea anterior, el titulado Atlas lingüístico y etnográfico de Andalucía.

Yo tuve la dicha de conocerlo personalmente y de entrevistarlo para Radio Nacional de España una vez al año; una vez al año porque el profesor Alvar era director de los cursos para extranjeros que cada año se celebraban en Málaga, al principio en el mes de febrero y si no recuerdo mal después en verano. La entrevista era casi obligada porque informaba de forma directa de cómo se iba a desarrollar la edición del año, profesores que iban a tomar parte (recuerdo que vinieron varios de Puerto Rico en distintas ediciones), procedencia de los alumnos, actividades programadas…

Durante su estancia en Málaga era asiduo a las tertulias que se organizaban en la tienda de antigüedades de la plaza del Obispo, donde hoy está ubicado el bar-restaurante La Taberna del Obispo. El viejo edificio fue demolido y en su lugar se levantó el hoy existente. Por cierto que durante meses, cuando se desalojó porque amenazaba ruina, el servicio correspondiente del Ayuntamiento colocó un gran cartel que rezaba: «Ruina eminente».

En las tertulias de la tienda de antigüedades (eso sí que eran eminentes), uno de los dos propietarios, don Salvador Blasco Alarcón, un hombre de gran cultura y conocedor de la historia de Málaga (era delegado del Instituto Nacional de Estadística en nuestra provincia) se daban cita don Modesto Laza (que fue el primero en catalogar las especies del Parque), don Baltasar Peña Hinojosa (presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo), don Julio Caro Baroja (etnólogo que pasaba temporadas en Málaga), el pintor Manuel Blasco Alarcón, catedráticos de la Universidad de Granada que se desplazaban a Málaga para examinar a los estudiantes de Derecho…

Precisamente en esa animada y diaria tertulia a la caída de la tarde hablé varias veces con el profesor Alvar e incluso entrevisté a Julio Caro Baroja, muy reacio a aparecer en los periódicos. De Caro Baroja contaré algo en uno de estos reportajes que La Opinión presenta como Memorias de Málaga.

Como el agua destilada

En una de las charlas con el profesor Alvar surgió un día el tema o asunto del habla o acento de cada ciudad española. Quise saber en qué lugar de España se hablaba el mejor español, un castellano sin acento peculiar, sin vicios ni latiguillos, sin dejes… Como siempre salieron a la palestra el castellano de los vallisoletanos, de los zamoranos, abulenses… que son por antonomasia los que mejor pronuncian el español.

Me contó entonces que una vez, estando en su despacho de la Academia Española, le llamaron por teléfono para ofrecerle dar una conferencia en una asociación o entidad que no viene al caso. La persona que contactó telefónicamente era una mujer. En el corto diálogo que sirvió para en una próxima cita ultimar las condiciones de la conferencia, don Manuel intentó como era costumbre en él averiguar de donde era la persona que le proponía la conferencia. Me confesó que le fue imposible ubicar su nacimiento o formación en una ciudad española. Hablaba, me dijo, un español perfecto, limpio, sin acento que revelara su origen, con una sintaxis correcta… Vamos, un caso único.

En el encuentro que mantuvo varios días después con la fémina en cuestión, el profesor Alvar intentó, sin conseguirlo, situar a la interlocutora en algún lugar de España. No pudo resistirse y pidiéndole disculpas por la indiscreción, la preguntó de dónde era, y cual o sería la sorpresa cuando la interfecta le dijo que ¡era rusa!

Nunca, me dijo Alvar, había oído un español tan perfecto, como si se tratara de agua destilada, sin sabor, color, olor…

Y ahora el acento andaluz

Hace unos años, unos veintitantos, fui invitado a intervenir en un espacio dedicado a no sé que tema en Canal Sur Televisión. Los invitados de Málaga éramos el presidente de la Asociación de la Prensa de Málaga, a la sazón Joaquín Marín, y yo, que era vicepresidente de la misma.

Finalizada la intervención, la persona que nos llevó al programa y actuó como moderador, en el curso del almuerzo que puso fin a nuestra intervención sacó a colación un tema que a mí, nada más exponerlo, me pareció muy difícil o peliagudo intentar. Dijo que teníamos que luchar por la defensa del acento andaluz, que no nos avergonzáramos de hablar como hablamos y nos expresamos.

Y le pregunté inocentemente cuál era el acento andaluz, porque los cordobeses no tienen el mismo acento que los jienenses, ni los almerienses hablan como los onubenses, ni los granadinos como los malagueños… En cada provincia andaluza hay un acento diferente, que quizá los no andaluces no distingan porque todos teóricamente hablamos igual pero hay notables diferencias. Nosotros captamos las diferencias entre un cordobés y un granadino, por ejemplo. Como contrapartida, los andaluces no notamos diferencia en el habla de un catalán de Barcelona con uno de Lérida. Acento catalán, y basta. Y no basta porque tienen matices que los diferencian.

El defensor o paladín del acento andaluz trató de convencernos de que el acento andaluz es el de Sevilla, y que todos los andaluces estábamos casi obligados a seguir las pautas del Canal Sur más o menos.

Las discrepancias, como la sangre, no llegaron al río. Todo quedó en nada porque la unificación de los acentos era una utopía.

Dentro de los ocho acentos de las ocho provincias andaluzas hay diferencias por la cercanía de una provincia con otra. Los archidoneses, que son de la provincia de Málaga, se acercan más al acento granadino que al malagueño; los del Campo de Gibraltar tienden hacia el acento malagueño, los rondeños, al sevillano… Pero yo de esto sé muy poco; quien sabía de verdad era el profesor Alvar, un personaje de la vida española que plasmó en libros, periódicos y revistas las esencias de nuestra rica lengua, hoy gravemente deteriorada por el prurito de utilizar palabras extranjeras (inglesas preferentemente) que se van imponiendo a pasos agigantados.

Pasados veintitantos años me he acordado de aquella jornada del acento andaluz, ahora que en Málaga estamos bajo el acertado eslogan de Sabor a Málaga, una iniciativa que me parece muy atinada y que puede servir para difundir productos de nuestra tierra y darle el lustre que merecen. Por cierto que en mi niñez había un tipo de morcilla especial que se la conocía por «morcilla de lustre». un término olvidado como tantas otras cosas. Quizás algún malagueño de mi quinta (los jóvenes de hoy no saben a qué me refiero porque ya no hay servicio militar obligatorio) añore el sabor de aquella morcilla calificada de lustre.

Adiós o condio. Nada de chao, good bye, abur...