Nunca fondeó cerca de las aguas de Málaga. Ni siquiera estiró la madeja de la catástrofe hacia el rastro de un tripulante con apellido español ni tuvo consecuencia alguna para la supervivencia de la corona. Sin embargo, su historia está estrechamente relacionada con la provincia. La Costa del Sol tiene mucho que decir en el principal naufragio de Suecia. Y no sólo por la vía del turismo, tan ingobernable y a menudo marciana en su red de sus conexiones, sino por otra infinitamente menos gruesa: la del conocimiento.

En los últimos años, la vida del Sava ha estado muy asociada a Málaga. Incluso, en sus aspectos más elementales. Si el barco hoy se mantiene en pie y sin magulladuras en el museo es, en cierta medida, gracias a dos malagueños, los ingenieros Juan Carlos hurtado y Marina Muñoz, que ganaron el concurso e inventaron un método para garantizar la estructura en la que se apoya la embarcación sin dañar la madera. También es reseñable la labor de difusión de la empresa Nerea, que en 2006 organizó en el Rectorado de la Universidad de Málaga una exposición sobre las primeras imágenes del yacimiento, captadas por las cámaras artesanales de Bengt Börjeston, un tipo que después de revolucionar la filmación, hacerse amigo de Cousteu y recorrer decenas de pecios decidió retirarse a descansar a la Costa del Sol, donde su hijo, Robert, tiene en la actualidad una empresa de robótica submarina puntera. El equipo de Javier Noriega, de Nerea, ha sido artífice de la visita en varias ocasiones de los responsables e investigadores del museo, al que propuso como modelo para el frustrado proyecto de Málaga. Noriega quería aprovechar el ejemplo para levantar un espacio que supiera sacar partido al rico patrimonio que yace en las aguas de la provincia. En la mayoría de las ocasiones casi olvidado, rompiendo lazos con la evidencia rotunda de una historia y una identidad empapada en las aguas.