­Los mástiles despedazándose. La tripulación siniestramente aumentada por náufragos que iban apareciendo en alta mar.; la madera deshaciéndose bajo cientos de pies, algunos de ellos, dada la sobrecarga, casi superpuestos a otros. Aunque la orilla se avistaba a unas pocas millas, nadie entre el gentío que se agolpaba en la cubierta de La Juliana confiaba en tocar tierra. El barco venía consumiéndose desde hacía varias semanas y amenazaba con acabar con su agonía en poco tiempo. Y así fue. Más de un millar de personas se echaron al agua. Soldados derribados por el peso de la armadura. Gente exhausta. Y cientos de personas degolladas por los irlandeses, que esperaban junto a la arena para rematar los restos del que estaba considerado el gran enemigo -al menos en términos religiosos y geopolíticos- de las islas anglosajonas.

El salvaje final de La Juliana, traído ahora a la actualidad por el yacimiento encontrado en las costas de Irlanda, es un ejemplo de la variedad de formas que adoptó la catástrofe de La Gran Armada: un naufragio colectivo que se deslió en múltiples naufragios, alrededor de cincuenta, 35 de ellos documentados. Javier Noriega, de Nerea, habla, en este sentido, de la tragedia de la Santa María de la Rosa, que se descompuso al chocar contra unas rocas en aguas irlandesas mientras intentaba hacer un alto para proveerse de agua.

El ataque del 7 de agosto, articulado con ocho barcos de fuego, provocó en el ejército una estampida trágica: muchos de los imponentes barcos se vieron envueltos en una deriva sin apenas recursos ni nociones geográficas. La morgue de la armada de Felipe II se extiende desde el Canal de La Mancha al norte de Europa. Casi siempre con un halo sanguinolento, pero también con sorpresas que hicieron que sobrevivieran algunos de sus tripulantes. Noriega cita el caso de un grupo de náufragos que fue rescatado por los escoceses a cambio de su asesoramiento y ayuda directa en la lucha contra enemigos locales.

El balance, en cualquier caso, es penoso. De los 129 barcos que formaron parte de un batallón apodado por los ingleses como invencible, más del 30 por ciento acabaron en el mar. La guerra sagrada resultó finalmente un infierno. Con brea y humo y héroes y villanos enterrados bajo el agua.