Han aparecido cañones, trozos de la imaginería que ornaba su majestuosa talla. De momento, nada más que retales superficiales. Sin embargo, para el gobierno de Irlanda ha sido suficiente para iniciar una campaña de protección destinada a preservar el yacimiento y evitar lo que ocurrió en los setenta con el Girona, el único testimonio físico rescatado del cementerio marino de La Armada. Esta vez, en cualquier caso, los cazatesoros lo tendrán más difícil. La vigilancia en la playa de la playa de Streedagh Strand, donde han sido encontrado los restos, es permanente. Incluso, cuenta con la colaboración espontánea de cuadrillas organizadas de ciudadanos. Y no porque se quiera desmenuzar el futuro botín y fanfarronear en las casas de subastas con una joya de la corona española entre las manos. El ánimo, en este caso, es responsable. Las autoridades irlandesas tienen previsto aprovechar el enclave para desarrollar un proyecto cultural basado en la historia y en su cuerpo arqueológico, tantas veces separados. Al menos, en España.

Javier Noriega, de la empresa Nerea, pone a La Juliana como ejemplo de lo que puede desatar a nivel histórico y cultural la investigación de pecios de las dimensiones de los que forman parte de La Gran Armada. En esto, España no está precisamente huérfana. Bajo la capa cimbreante de sus aguas, la Península guarda numerosas historias. Algunas, como las del Ribadeo, relativamente fáciles de investigar si se ponen en liza la voluntad y los medios adecuados.

Por su ubicación geográfica, Andalucía, con Málaga a la cabeza, ha sido centro histórico de multitud de naufragios. Por otro lado, el potencial naviero español llega a todos los mares. Incluido, los del norte. En Noruega, un investigador granadino, José Ponce, estudia el Pecio de las Damas, llamado así por el barco que transportaba a las mujeres de la Gran Armada, que avanzó, en su calvario, hasta Escandinavia.