­Han sido años de contención. Primero, forzosa, dictaminada por el plan de urgencia que se puso en marcha para corregir los efectos de la sequía. Y más tarde, ya con los pantanos recuperados, por lo que parece entenderse, a juzgar por la estadística, como una relajación en la política de austeridad generalizada que prosiguió a los largos años de carencia. La provincia de Málaga, aunque sin grandes despilfarros, ha vuelto a abrir el grifo. Y con un nivel de consumo creciente que, unido a la falta de lluvias, ha acabado por dejar las reservas en un estado cada vez más lejano a la opulencia sin matices que reinaba en las casas y en las instituciones hace menos de un lustro.

Con los hoteles y el turismo funcionando a pleno rendimiento, el inicio del verano ha seguido la estela de 2014, que supuso un incremento considerable -de casi el 50 por ciento- respecto al anterior ejercicio. En apenas dos meses, Málaga se ha zampado 51,45 hectómetros cúbicos. O dicho de manera más gráfica: un 42,8 por ciento de lo que suele necesitar a lo largo de todo un ejercicio. La razón hay que buscarla en el aumento de la población y los rigores estivales, pero también en una cultura más desmelenada en cuanto a la inhibición del gasto. De hecho, en junio y julio se han utilizado 3,92 hectómetros más (1,8 por ciento) que en el mismo periodo de 2014.

La tendencia, si bien todavía no preocupante, no deja lugar a dudas. En los tres últimos años nunca se había alcanzado el mes de agosto con un nivel de consumo tan alto. Y, aunque el salto con 2014 es reducido, en lo que respecta al curso inmediatamente anterior, empieza a abrirse un abismo, tanto en el estado de las reservas como en la demanda de agua. En 2013, con los pantanos reforzados por una temporada hidrológica rica en lluvias, se gastaron 32,56 hectómetros en junio y julio. Se trata de un 58 por ciento menos que actualmente. Y con una evolución en lo que refiere al primer mes de la estación que habla de una subida de más del doble en apenas dos ejercicios.

Según los datos de la red Hidrosur, dependiente de la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Junta de Andalucía, la provincia se ha tragado 22,43 y 28,09 hectómetros cúbicos en los dos primeros meses de la etapa central del curso turístico. Hace dos años, el gasto en junio se cifró en 10,31 y el de julio en 21,73, lo que da buena cuenta del aumento de la presión sobre los recursos. El cambio no sólo se motiva en las costumbres; también coincide con un incremento de la actividad económica y turística, con su progresión aritmética a la hora de poner en marcha el grifo.

En estos días, la mayoría de las poblaciones costeras de la Costa del Sol duplica su población. Eso significa una hinchazón en la demanda que se mantiene invariable hasta el final del buen tiempo y la reducción de la estancia de los turistas. En ninguna otra época del año se registra un consumo tan elevado, que, además, coincide con unas expectativas casi nulas de compensar lo que se pierde con la entrada de nuevas lluvias.

Reservas más reducidas

Todo esto ha contribuido a disminuir las reservas. El consumo en la provincia está garantizado, pero eso no quita que mes a mes se produzcan bajadas que redundan en el aspecto que presentan los pantanos.

Los embalses están a una escala un 8,34 puntos por debajo de la que exhibían a finales de mayo. El porcentaje de llenado está ya en el 65,74 por ciento, cuando a finales de mayo estaban en el 74,08. En este sentido, la ecuación, aunque no muy halagüeña, resulta infalible: al aumento del consumo se une un año hidrológico -a efectos estadísticos la temporada comienza en octubre- que apenas ha dejado precipitaciones.

Al igual que ocurre con los datos de consumo, la evolución de las reservas también se observa con mayor margen de análisis en la comparación con 2013. Ese año, pródigo en lluvias y frugal en el gasto, se condujo en verano con auténtica solvencia y una marca cercana al tope -93,19 por ciento- en el cómputo global de los pantanos.

El fantasma de la sequía

A pesar del agua acumulada, la provincia aún no se ha acostumbrado a dejar de comprobar, aunque sea de soslayo, la salud de sus embalses. El precedente de la última sequía está todavía demasiado cercano.

Hace apenas una década, y con los pantanos a menos de un tercio de su máxima capacidad, se encendieron todas las alarmas, ordenándose, incluso, un plan de emergencia repleto de restricciones que afectó tanto al consumo urbano como a los riegos de los agricultores.