«El ferrocarril fue un camino largo y con muchos obstáculos», resume Cristóbal García Montoro, catedrático de Historia Contemporánea. Para empezar, casi una década completa de gestiones hasta que en diciembre de 1859 la subasta de la línea Córdoba-Málaga se adjudicó a Jorge Loring, en nombre de la Sociedad del Ferrocarril.

Y además de las loas y palabras de entusiasmo de la época, este amable historiador recuerda también las protestas, sobre todo porque «hubo que hacer muchas expropiaciones», pero también por la servidumbre durante la construcción de la línea: «Había que ocupar temporalmente tierras y eso sería un problema para muchos trabajadores». «Debió de ser como un ejército en marcha con su intendencia, servicio sanitario, aprovisionamiento...», destaca.

En este sentido, recuerda la anécdota de cómo, al día siguiente de la inauguración de las obras, en marzo de 1860, llegó a Málaga una cantidad enorme de malagueños de los pueblos de alrededor buscando trabajo. «Decía el periódico que tuvieran paciencia, que volvieran a sus casas porque las obras acababan de empezar y era un poco pronto», sonríe el profesor.

Para los transportes de la época fue sin duda una «revolución», subraya. «Hay que pensar en lo que había antes: ¿Cuánto peso de cualquier tipo de mercancías podía arrastrar un carro y cuántas personas transportar una diligencia? Eso había que compararlo con el ferrocarril, además de la velocidad (50 kilómetros por hora)».

Para Cristóbal García Montoro uno de los aspectos más llamativos de las obras es que la constructora francesa importó todas las piezas de su país, «desde los raíles a los relojes de las estaciones porque la ley de ferrocarriles autorizaba a las constructoras a importar libre de gravámenes». Sin duda, la siderurgia malagueña habría tenido un gran estímulo si hubiera podido fabricar las piezas pero precisa: «La pregunta que hay que hacerse es, si se hubiera potenciado la industria nacional los expertos dicen que el ferrocarril en España se habría retrasado por lo menos 10 ó 20 años porque la industria española no estaba en condiciones de suministrar todo eso y el Gobierno lo que quería es que estuviera construido pronto porque pensaba que iba a ser un revulsivo de la economía».

El prestigioso historiador es miembro desde hace años de la Asociación para la Defensa de las Chimeneas y el Patrimonio Industrial de Málaga (Apidma) y el pasado mes de junio impartió una conferencia en el Ateneo sobre la llegada del ferrocarril a Málaga. Cristóbal García Montoro cree que la asociación está logrando que la sociedad malagueña se interese cada vez más por el patrimonio industrial, antes tan olvidado.