Cuando Juan Ternero Rodríguez, el Niño de las Moras, enviudó, la familia decidió que Manuel Ternero, su nieto, le acompañara y durmiera con él. «En mi casa había un cuarto y una cocinilla y éramos ocho hermanos», recuerda Manuel, que se trasladó a la casa, un poco más amplia, de su abuelo, que vivía en la misma calle, el Callejón del Altillo en El Palo.

Con el artista pasó largos años, hasta su muerte y muchas veces fue el único testigo de su arte. «Le gustaba mucho hablar y contar historias, batallitas de sus tiempos y por las noches estaba cantando».

De él dice que era «un niño, tenía la inocencia de un niño. Era una persona simpática, sin maldad y muy respetuosa con la gente: a todo el mundo le trataba de usted menos a los amigos, a los que llamaba compadrito».

Juan Ternero Rodríguez -hijo de madre soltera porque su padre, Juan Ternero, murió de viruela justo antes de casarse con su novia, Francisca Rodríguez- nació en la calle Olivar, en El Palo, en 1886, el mismo año que otro recordado artista, Diego el Perote. Su madre se casó finalmente con un marengo y el futuro artista pasó muchos acompañando a su padrastro en la barca de jábega.

La madre, buena cantaora, le aficionó al flamenco. «Mi abuelo me contaba que de niño empezó a cantar los cantes de Juan Breva y estando en la playa gente de Málaga buscaba cante en el merendero de Miguel el de la Sardina (anterior a Casa Pedro). Al final mi abuelo cantó y le dieron 20 duros que se los dio al padrastro y él hizo las particiones en la playa».

El pequeño marengo del Palo se iba ganando el dinero con sus actuaciones pero también le pagaban en especie: en Jarazmín un aficionado, Pepe Téllez, le daba moras «que luego él vendía por el Camino Nuevo y calle la Victoria».

En una de esos viajes para vender las moras, y tendría 14 ó 15 años, recuerda su nieto, escuchó por el Camino Nuevo cómo un padre y un hijo pregonaban en forma de diálogo con mucho arte sus coles, habas y chícharos y además de quedarse con este pregón (el de Zarapico) se inventó el pregón de las moras que le dio fama y nombre artístico.

Porque la fama del joven Juan Ternero crecía y como recuerda Manuel López, de la vocalía de flamenco de la asociación de vecinos del Palo, el gran Juan Breva fue a escucharlo al bar paleño La Paloma. «Tenía que escuchar a un admirador suyo de ese calibre que cantaba los cantes suyos con un aire tan marengo». Porque como destaca su nieto, el Niño de las Moras fue siempre un gran admirador de Juan Breva y de hecho asistió a su entierro.

Chacón y Juan Breva

«Para él sus ídolos eran Chacón y Juan Breva», destaca. Y con don Antonio Chacón actuó en los años 20 en el famoso café de Chinitas de Málaga pero antes, hacia 1915 y durante algunos años, fue artista fijo en el café cantante El Tronío de Sevilla, donde conoció a artistas como Manuel Torres, Fernando el de Triana o La Niña de los Peines. «Conoció a todos los grandes», destaca Manuel Ternero, y resalta lo bien que cantaba las malagueñas de Chacón y de su amigo el Pena padre (en realidad, las malagueñas de Baldomero Pacheco). Además fue, comenta Manuel, muy amigo del poeta Salvador Rueda, que le dedicó unos versos.

El Niño de las Moras actuó por otros puntos de España como Barcelona y también en el norte de África, casi siempre con primeras figuras. «En flamenco podía haber conseguido más pero él era muy de su familia, de su mujer y sus hijos y si estaba en Madrid actuando no podía pasar mucho tiempo sin su familia y tenía que volver», resume su nieto.

A su mujer Dolores Sánchez la conoció, por cierto, tras una actuación en la Feria del Palo, entonces en honor de la patrona, la Virgen del Rosario. «Estaba cantando en el Imperial Cinema y cuando terminó ella se acercó y lo felicitó, quedaron para otro día y así se hicieron novios». Dolores y Juan fueron padres de seis hijos.

De ideas republicanas, cuando llegaron las tropas de Franco a Málaga huyó por la Carretera de Almería y la familia terminó en un campo de refugiados de Francia. Al regreso, a Antonia, su hija mayor, buena cantaora y enlace sindical en una fábrica de conservas del Palo, le aguardaban tres años de cárcel.

Alguna vez, por las penurias económicas, volvió el antiguo marengo al mar y también a vender moras. Pero poco a poco fue moviéndose en el circuito artístico que a él más le gustaba, el más próximo a su tierra: actuaciones en tabernas, ventas y merenderos. En los años 50, por ejemplo, era el cantaor fijo de la venta Almellones, cerca ya del Candado «y luego se ganaba su dinero en reuniones privadas», señala Manuel Ternero.

«Escuchar al Niño de las Moras era... lo hacía todo tan a gusto, cuando abría la boca eso era un caramelo», recuerda Pepe Hidalgo, uno de los grandes conocedores del flamenco del barrio natal del artista. Pepe lo escuchó en numerosas ocasiones, también en la venta Almellones.

El destino quiso que el Niño de las Moras, al contrario que otros compañeros de vocación de su quinta, no fuese olvidado sino que con los años fue alcanzando cada vez más notoriedad y participó, pese a sus reticencias, en la grabación de algunos discos y casetes, uno de ellos durante una velada en la peña Juan Breva.

«Sus palos más fuertes eran los cantes de Levante, las malagueñas y además popularizó los cantes por jabegotes, que estaban muertos», indica Manuel Ternero. De hecho, cantaores como Cándido de Málaga fueron en su busca para aprender este cante marinero.

El triunfo en La Unión

Y como muestra de la importancia de su figura con el paso de los años, el triunfo en el prestigioso Festival de Cante de las Minas de La Unión en 1967, en la categoría de tarantas. Tenía 81 años. Por cierto que las 25.000 pesetas que ganó las repartió entre su familia.

Lo curioso es que, muchos años antes, en 1918, actuó en Cartagena y fue el único artista que consiguió domar a un público arisco que lanzaba objetos a todos los que se atrevían a subir a las tablas. «Fue por una semana y se quedó cuatro meses», informa Manuel. Para su nieto, a la hora de cantar tenía una sensibilidad y un quejío especiales. «Él decía que el cante, para que salga bien, tenía que salir de la talega de los garbanzos, del estómago».

Murió el Niño de las Moras en 1970 acompañado de sus hijos, nietos, biznietos y vecinos y según cuenta su nieto lo hizo cantando. Un año después de su muerte, gracias a una colecta promovida entre los paleños por la peña El Palustre, se inauguró un magnífico busto del cantaor, obra de Miguel García Navas, en la plaza del Palo que lleva su nombre.

La escultura reproduce la simpatía y el arte de este niño marengo que se convirtió en un cantaor de primera y que sigue siendo querido, recordado y admirado por los aficionados .

En 1997 la Diputación publicó El Niño de las Moras: entre la mar y el campo, una biografía del artista escrita por Miguel López Castro y Manuel Ternero que incluía un casete con los cantes del cantaor paleño más famoso.