Hay frases, que con solamente pronunciarlas, uno sabe que son mentira. En son de paz llegan las trolas. Históricamente, las más grandes se han pronunciado en frente de un altar y una casulla. Antes de proceder al intercambio de anillos para celebrar el milagro del amor. Málaga celebra estos días su Feria, lo que equivale a decir que Málaga se bebe.

Entre ese semillero férvido que llena las calles, y al que se le junta un almuerzo entre amigos con la botella de Cartojal y el posterior mano a mano a copas, que acaba por golpear al hígado como Mike Tyson lo hacía con sus sparring, sale una de las mentiras más gordas que se pronuncian estos días en miles de dormitorios de la ciudad. Jornadas así, en la que la euforia del momento le hace a uno beberse el mundo y gastarse hasta el último euro en la cartera, suelen acabar, generalmente, con la cabeza sumergida en agua helada y al borde de un colapso al día siguiente. Es entonces, cuando, entre achaques de culpabilidad, el famoso «no voy a beber nunca más» traspasa los labios para convertirse en toda una declaración de intenciones que abre la mente a un sinfín de imaginaciones por visualizar cómo podría ser el postfestivo de hoy, si ayer uno no se hubiera arrodillado ante el ron como los cristianos lo hacen ante su Dios.

Quizá, ahora, sea el momento adecuado para reflexionar sobre el papel que desempeña el alcohol en Málaga durante sus días de fiesta. En general, la experiencia empírica demuestra que el etanol forma parte de nuestras vidas y que el entorno educa a sus ciudadanos en el noble arte de beber. Desde que uno prueba por primera vez la cerveza, con cara de asco en la boda de un primo segundo, hasta creer en el poder embriagador de esas sangrías infantiles que preparan las madres, a pesar de la presencia meramente simbólica del Licor 43. A partir de los 15 o 16 años, suele dar comienzo lo que se podría denominar como el ciclo natural de acomodo a la bebida. Las personas envejecen, las noches se acortan y las resacas se alargan. Todo, en un orden escrupulosamente progresivo. Así, casi sin darse uno cuenta, del Blue Tropic con piña, el alcohol pasa a ser una pieza fundamental en las relaciones sociales. Durante la Feria, por mucho que algunos se empeñen en que habría que recitar poemas de Quevedo en vez de servir copas, no cambia nada. Los jóvenes beben de una manera desenfrenada. Los mayores beben igual. Sólo, que en su sistema límbico, se ha instalado algo más de tranquilidad y algunos se han olvidado de que también pasaron,en algún momento, por los 18 años. El cambio siempre es perezoso. En Feria también y, en realidad, todo sigue igual que hace dos décadas. Cuando estos días llaman los amigos para decirte «vamos a bajar al Centro a tomarnos una cerveza» siguen refiriéndose a seis o siete. Una salida sin beber sigue siendo una simple prolongación de la jornada laboral.

Quizá, cuando acabe la Feria, también, sea el momento para reflexionar sobre cómo sería sin alcohol. Quizá, mejor, de forma teórica y en la barra de un bar.