Halimatou Jollow tiene siete años. Me mira con sus enormes ojos negros desde su chabola en Gambia. Posa su mirada sobre mí porque estamos en septiembre. Antes lo hicieron sus amigos Aminatta Sey, de tres, o Bubacarr Comara, de seis. Pronto llegará el turno de Yankuba Jandi o de Maimuna Jabbiay. Ella cerrará el año con su sonrisa de oreja a oreja poniéndole luz a diciembre.

Todos ellos fueron inmortalizados por el objetivo de la malagueña Ana Buitrón, que hizo un calendario solidario para Afrikanarias fotografiando a los pequeños emulando qué serían de mayores de cumplirse sus sueños. Una iniciativa con la que recaudar fondos para la escuela Mrs. Bucket Afrikanarias Nursery School de Banjul.

Sueños que hoy vemos más lejos porque un pequeño nos ha recordado el egoísmo de Occidente. Que sólo el más cruel de los testimonios nos hace frenar en seco para preguntarnos si vamos en la buena dirección. La primera vez que vi la foto de Aylan me estremecí. En dos días la he visto más de 100 veces y, en ninguna de ellas he dejado de castigarme a mí misma por estar en el sitio equivocado, en un mundo en el que, al parecer, no hay cabida para aquellos que aún no han tenido tiempo de vivir sus vidas.

Ese día conocí a Rocío Moya. Ella me enseñó los ojos vivos de Luisa, una pequeña mozambiqueña para la que el futuro es hoy un poco mejor gracias a la labor desinteresada de tantos que hoy se flagelan por haber ido a ayudar a un sitio que no fuera Siria y así evitar lo que está pasando. Estudiará lejos del sida en una escolinha financiada por numerosos malagueños.

El mundo está lleno de aylanes, aunque sólo veamos su foto. Imagen que, por cierto, deberíamos ver todos los días pese a la crueldad sutil que supone hacerlo. Para agarrarnos a nuestros hijos, para disfrutar de una ducha de agua caliente, para salir del trabajo, aunque sea a las 11 de la noche, con la alegría de tener cierta monotonía. También lo está de rocíos moyas y de anas buitrones. De antonios gutiérrez y de pedros torrecillas. De personas desinteresadas que comprenden que la vida es más plena si se pone un grano de arena, por pequeño que sea, sobre una gran montaña.

Y es que en Málaga no falta solidaridad. Sobran bares, playas con nata y calles sucias, pero no dejamos de ver, de oír, de inaugurar iniciativas que nos llenan de orgullo. Los Ángeles Malagueños de la Noche van a construir un comedor que dará dignidad a quiénes hacen cola por un bocado. La Asociación Asamma, formada por mujeres que lucharon contra un cáncer de mama, ha logrado que la Junta incorpore a su cartera de servicios un test que afina en el tratamiento y que determina la gravedad de la enfermedad. Durante un año y medio mujeres supervivientes con cáncer han peleado por que otras eviten pasar su calvario.

Ahora sólo falta que el Ayuntamiento de Málaga se una a la entereza de sus ciudadanos, dignos peleones de vidas ajenas que no sólo se preocupan de lo suyo. Que se una a la red de ciudades refugio y que demuestre que Málaga sigue siendo «muy hospitalaria». Por que todos los niños jueguen en la playa y nunca mueran en ellas.