Cuando Dios estaba profundamente enojado castigaba al hombre mandándole una ración de mal tiempo. Entonces se tiraba días diluviando hasta que Dios veía cumplida, una vez más, su voluntad. Siempre que llueve en Málaga, el agua que cae del cielo desencadena en la ciudad una multitud de acontecimientos y lo empapa todo de un dulce aroma a fin del mundo. Ver la Catedral sumida en un triste velo de nubes negras se puede considerar como una señal para quien lleva años esperando el aterrizaje de un ángel caído del cielo.

En realidad la lluvia en Málaga no es arte sino la personificación viva de Lucifer para quien está obligado a salir de casa. Lo que para otras ciudades es algo tan rutinario que no invita ni a la contemplación, aquí sirve tanto para portadas como para inundar calles. Crea balsas de agua como pantanos, corta el tráfico y pone de relieve que el aeropuerto de Málaga tiene más agujeros que un queso gruyere. Es verdad que el pasado lunes no se derrumbaron edificios bajo el peso del agua pero sí, un poco más, si cabe, la credibilidad del alcantarillado local que ya no engaña a nadie.

Lo que no se ha derrumbado en esta ciudad es la fe en el de más arriba y resulta interesante acometer un viaje atrás en el tiempo. Volver a los orígenes anteriores al Meteosat. Incluso Dios se percató de la importancia que tenía el tiempo para el hombre y convirtió a Pedro en el apóstol del ramo para garantizar la indefectibilidad de la Iglesia entre rayos y tormentas. Algunos creen todavía equivocadamente, los que acuden cada domingo a misa me imagino, que Pedro sigue siendo el máximo responsable del tiempo. A pesar de que el mismísimo Santo Padre lleva años desviando su responsabilidad hacia el verdadero dios universal de todos: el televisor.

Everywhere you go, always take the weather with you. Todos conocemos esa sensación de tebeo. Cuando uno está sumido en la mala suerte, una pequeña nube gris flota por encima de la cabeza sin mostrar la más mínima disposición a desaparecer. Esto demuestra que el ánimo personal y el tiempo están profundamente relacionados entre sí en una interdependencia innegable. Ante la posibilidad de lluvia, hay que encerrar el sol en el corazón porque ya ni Diógenes quería ver caras largas. El problema en Málaga surge, cuando, aparentemente, existen caracteres locales que se entusiasman con excursiones de lluvia en las Tierras Altas de Escocia.

Históricamente, las escenas más románticas en las playas malagueñas vienen acompañadas de lluvia. Hay salitre en el ambiente y las parejas, como en Betty Blue, tienen sexo maravilloso mientras que las perlas de sudor se mezclan con las gotas de agua antes de explotar suavemente en su camino conjunto hacia la arena humeda.

El deseo por influir en el tiempo es ancestral y ha hecho que el hombre pegue brincos alrededor de un fuego. Está claro que nunca llueve a gusto de todo el mundo, pero cada vez que llueve en esta ciudad el disgusto es global. A no ser que todo se contemple desde la cama y en buena compañía. Como en Betty Blue.