No hace muchos días me acerqué a una papelería, una de las pocas que quedan, porque el tiempo de comprar libretas, blocs, lápices, gomas de borrar, cintas de máquina de escribir, sacapuntas, sobres, tinta y otros productos y útiles que eran imprescindibles para el desenvolvimiento de las tareas diarias, ya ha pasado. La mitad de esos productos apenas si tienen demanda; la tinta ya no se usa porque el bolígrafo ha desplazado la pluma estilográfica, los sobres apenas si se usan porque ya no se escriben cartas, las libretas ya no tienen razón de ser porque las notas se graban en los móviles, los lápices, las gomas de borrar y los sacapuntas cada vez se usan menos… En definitiva, que lo que hace años era imprescindible ahora está en decadencia.

En la papelería de marras, al acercarme al mostrador, una joven uniformada, con una sonrisa que siempre se agradece porque hay dependientas que en lugar de sonreír hacen una mueca de asco, la joven de sonrisa, repito, me preguntó en que podía servirme, y yo, rememorando tiempos pasados, le respondí con toda naturalidad que quería un cuadernillo de papel de barba de la marca Guarro.

La chica me miró a los ojos tratando de averiguar si estaba hablando en serio o quería ligármela para ir a un botellón de fin de semana. Pero mi semblante no respondía ni de lejos a la estampa del ligón.

Tras repetirle mi petición -papel de barba marca Guarro-, la chica se dirigió a uno de los empleados de mayor edad en demanda de ayuda. El hombre, tras unos segundos de indecisión, se dirigió a mí lamentando no poder atenderme: no disponía de ese tipo de papel, y menos, de una marca tan poco elegante como Guarro. Quizás alguno de mis lectores sepa de lo que estoy escribiendo. El papel de barba y la marca Guarro no son fruto de mi calenturienta imaginación.

Obligado uso

Cuando uno tenía que dirigirse a un organismo oficial (Ayuntamiento, Diputación, Gobierno Civil, Instituto de Enseñanza Media, cualquier delegación provincial de la Administración del Estado…) tenía por obligación que escribir la instancia, petición o demanda de servicio en ¡papel de barba o de barbas!, y la más conocida empresa que fabricaba este papel, respondía a ese nombre tan poco fino como Guarro.

En todas las papelerías se vendía el papel de barba, bien por pliegos sueltos, o en cuadernillos de cinco unidades.

Y a mano o a máquina, el peticionario redactaba el texto para pedir una plaza en un instituto, solicitar una ayuda, pedir una licencia de obras, ser recibido por la autoridad… Solamente se escribía por una cara, y si el texto superaba su capacidad, se pasaba a la siguiente hoja, pero casi nunca por detrás de la escrita.

La obligada literatura de las instancias se ajustaba a un lenguaje decimonónico, con usías, vuecencias , excelencias, digno proceder… y cuya vida guarde Dios muchos años. Recién terminada la Guerra Civil, en la despedida había que agregar «Por Dios, España y la Revolución Nacionalsindicalista». Ah! Y ante el encabezamiento, una póliza o sello de 1,50 o 3 pesetas.

¿Por qué se le denominaba papel de barba o de barbas? Pues porque no se cortaban los bordes. Lo de Guarro no es ni era chiste: es que el fabricante se apellidaba así. Su nombre completo era Luis Guarro y Casas. En el mercado había otras marcas del citado papel, como Ingres, que era un poco más caro; Vilaseca, de tamaño un poco mayor; Galgo… Todos los pliegos llevaban el nombre del fabricante. Había que ponerlos al trasluz para conocer al fabricante. El Ingres se diferenciaba de los demás porque estaba verjurado, o sea, que a modo de falsilla tenía impresa unas rayas muy finas y desdibujadas que facilitaba, cuando se escribía a mano, que el texto no perdiera su rumbo y se deslizara hacia arriba o hacia abajo.

Hoy, las instancias, las peticiones, las reclamaciones y las denuncias se hacen por internet o en papel DIN A4, sin tantos tratamientos, sin póliza alguna. No obstante en algunas papelerías se pueden adquirir el entonces imprescindible papel de barba, según me informó el dependiente de más edad.

Sábanas de la viuda

Cuando las novias de hace sesenta o setenta años, y menos, iban a contraer matrimonio y preparaban el ajuar, se imponía una marca para la confección de las sábanas y almohadas. La marca preferida por la calidad del tejido era la de la Viuda de Tolrrá. O simplificando, «sábanas de la Viuda».

Ignoro si la marca ha resistido el paso del tiempo; lo que no lo ha resistido es su confección. Las sábanas ya vienen confeccionadas con las medidas de los colchones en uso. Y el blanco de toda la vida dio paso a sábanas de colores, con flores, frutos, rayas y dibujos de todas clases.

De las sábanas de la Viuda se acordarán las señoras que todavía conservan parte del ajuar y añoran tiempos pasados. Las de hoy no hay ni que plancharlas…, pero sí lavarlas porque todavía no se ha inventado el sistema de no tener que hacerlo.

El popelín

Como ya no se hacen camisas a medida, o casi no se encargan porque la oferta de camisas de caballeros es amplia en tallas, colores, tejidos, modelos y precios, el popelín está también depositado en las baldas del olvido. Hoy, los tejidos que se usa en la confección de camisas, responden a nuevas denominaciones, fibras sintéticas, mezclas de algodón y tergal… y lo que las fábricas textiles de China utilicen para este fin.

¿El popelín? Alguien se preguntará qué es eso de popelín, que suena a payaso de la televisión o detergente que lava más blanco. Nada de eso. El popelín era el tejido más utilizado para la confección de las camisas de caballeros. No me he acercado a ningún comercio textil para asegurarme si se sigue fabricando o ha desaparecido como el papel de barba.

Zoque

La lista de artículos desaparecidos y olvidados es larga. La mención de algunos será una novedad o descubrimiento para los jóvenes lectores… si es que me leen. ¡Cualquiera sabe!

En Málaga ya no se utiliza la palabra zoque para identificar al gazpacho. En Málaga se elaboraban tres variedades de la sopa fría o de verano: gazpacho, zoque y ajoblanco. La palabra zoque ha sido eliminada de la nomenclatura gastronómica. En Málaga se utilizaba mucho. Se aplicaba al gazpacho muy espeso. Antes de que se impusiera el actual gazpacho que figura en todos los menús, en los pueblos, especialmente en las tareas del campo, se elaboraba un gazpacho más ligero. A los tomates, pepinos, cebollas, pan, aceite, sal y vinagre se agregaba gran cantidad de agua. Era un alimento natural rico en vitaminas, idóneo para la manduca en pleno campo durante la siega. También se le daba el nombre de pipirrana.

Si queremos ser respetuosos con la gastronomía malagueña lo que hoy se sirve en los restaurantes y se elabora en las casas particulares no es gazpacho, sino zoque, palabra que está en el diccionario pero que no se refiere al gazpacho sino a un grupo indígena mexicano. Sí está en el Vocabulario popular malagueño e incluso aparece en algunas novelas de González Anaya, que gustaba recurrir al vocabulario malagueño cuando la acción se situaba en determinados sectores o barrios de la ciudad.