Han llegado las picardías de barraca, las fiestas diocesanas a deshora, en muchos casos, para los no iniciados, dudosamente inteligibles. Pronto habrá gendarmes de paisano dispuestos a oxigenarle el pelo al transeúnte o como mínimo colocarle una cámara imprudente del cuello y un acento entre chicano y de Las Rozas al estilo de Bertín Osborne. El Centro no se abre, sino que se cierra con el turismo. Hasta el punto de que parece sobrar todo lo que se muestra incapaz de sacarle un euro a un turista: los ancianos, las bolsas vulgares de la compra, los asientos públicos, los hipermercados con verduras. Dentro de poco, España será el país soñador de la croqueta y Málaga su principal freidora en más de uno e incómodo sentido. Con la reforma laboral y las preferencias de inversión del poder público no existe ni puede existir otro tejido productivo.

Al advenedizo -conceptual, que no geográficamente hablando- Juan Cassá le han puesto orejas de burro por pasarse de frenada con su análisis del PTA. Sostiene el concejal de Ciudadanos que aquello, más que una fiesta del conocimiento, es una soberana chapuza. Quizá el enfoque sea desproporcionado: en la lejana tecnópolis hay empresas y proyectos poderosos, aunque en preocupante minoría. Sobre todo, si se entiende por poder lo que todavía funciona en muchos países razonablemente prósperos como un principio básico e inamovible: el respeto al profesional y a su economía.

España, y, por supuesto, también Málaga se ha devaluado lo indecible. A los técnicos se les paga como a recién licenciados y a los licenciados como aprendices. En todas partes con la misma y alarmante incapacidad para mirar más allá del corto plazo y del rendimiento instantáneo. Más peligroso que jugárselo todo a la carta del turismo es, sin duda, arrojar a este último a una escalada por momentos acertada y en otros, peligrosísimos, profundamente irreflexiva. En el centro de Málaga empieza a dar la sensación de que todo vale para atraer turistas. Aún a costa, como señalaba el OMAU en uno de sus rigurosos informes, de acabar con el equilibrio en los usos del espacio y provocar una estampida. Nadie quiere vivir en un lugar tomado por el ruido, en unas calles que son cortadas a la menor excusa y por la que circulan pasacalles eclesiásticos en pleno septiembre en formato non stop y con tres asaltos por partida. Cuando la excepción se convierte en la tónica lo lógico es que todo derive en un ambiente excepcional y provisorio. Y más si se acude al bulto y no se cuida la principal fuente de ingresos y de divisas: la mano de obra barata, el fraude laboral en la hostelería es el camino históricamente más seguro para el estropicio. El gran enemigo de futuro de Málaga está en casa. Y mucha cordura tendrá que introducir para que Narciso no tropiece con su mar de aguas podridas. Vuelan hacia mí, de nuevo, los pájaros de mi infancia, dijo Sibelius poco antes de morir. El error tiene precedentes muy cercanos; son implacables las leyes naturales de las burbujas.