Ayer dejábamos las alturas del Cerrado de Calderón con esa calle Matagallo que muy pronto recordará al templo abandonado de El libro de la Selva, comido por la Naturaleza, aunque nos queda el consuelo de que, al menos todavía, no hay monos a la vista.

Pero para escenario excéntrico, alejado del centro y de toda mesura, sólo hay que visitar uno de los extremos del barrio. En concreto el superior, el final de la calle Altabaca, donde terminan los bloques de viviendas y comienza un camino terrizo que deja a la derecha el Monte San Antón y los vericuetos del arroyo Jaboneros.

En este enclave no han puesto puertas al campo sino una pequeña rotonda y luego una barrera para impedir el paso de los coches. La rotonda, por desgracia, es un bochinche de desperdicios, presidido por un enorme contenedor donde se apilan muebles de todos los estilos. La pena es todo lo que le rodea, porque en la rotonda se fragua desde hace meses un vertedero ilegal muy prometedor. Basta con dar un paseo por ella para descubrir que, monte abajo, desciende la basura y mayormente los electrodomésticos. Hay sanitarios, neveras y palés despanzurrados en este enclave exclusivo. ¿Qué bípedos con el civismo de un hooligan borracho se dedican al dudoso deporte del lanzamiento de aparatos del hogar?

Pero sin llegar a los extremos de tirar los enseres cuesta abajo, todo el entorno rezuma de plásticos, discos (Lo mejor de Raimond Lefevre), cedés de programas informáticos y botellas. Pasada la barrera, el panorama empeora y la basura se acumula a ambos lados del paseo.

Una vecina que pasea con el perro lamenta la escena y comenta que en esta tierra de nadie, en lo más ex-céntrico del Cerrado de Calderón es tradición celebrar botellón con las mejores vistas. Y tanto que las disfrutan porque a escasos metros de la barrera, en un pequeño saliente una vez pasada una higuera cargada de higos y avispas descansan varias sillas y sillones colocados frente al lateral del San Antón. Un espectáculo cinematográfico entre avispas, botellas de cristal y sillas descuartizadas.

La Organización Mundial de la Salud se podría las pilas y es una pena que existan tantos sujetos dispuestos a ensuciar así como entes administrativos que observan, con sumo interés, la luna de Valencia, pero que no limpian a tiempo.

No es el quinto pino, quizás sea el sexto, pero está, literalmente, a dos pasos de un barrio en el que pronto, además de machete para avanzar por el follaje de las aceras, hará falta emplear mascarilla. Málaga ciudad inteligente... según el barrio.

Una propuesta

Tras la noria, el cubo, el Soho, el mercado gourmet y la pirámide de cristal el proceso malaguita de clonación de atracciones ajenas debería proseguir con la instalación de la una torre inclinada. Es una idea que en Pisa les ha ido muy bien para atraer turistas.