Rafael Torres (Madrid, 1955) ha ido más allá del pionero y meritorio estudio de Marjorie Grice-Hutchinson sobre el Cementerio Inglés para ofrecer en El cementerio de los ingleses, de la editorial Xorki, que presentó el pasado jueves en el propio camposanto, una brillante y emotiva crónica literaria que quizás sorprenda a los lectores malagueños por todos los datos que aporta, además de por la calidad del texto. El libro cuenta también con una edición en inglés que lleva por título The English Eternal Summer.

Y uno de los datos poco conocidos que aporta la obra del periodista y escritor, Premio Ateneo de Sevilla 2004 por Los náufragos del Stanbrook, es el hecho de que el primer enterrado en el Cementerio Inglés -en esa lejana Málaga de Fernando VII de 1831- no fuera el famoso Robert Boyd, el romántico norirlandés que se unió al general Torrijos, sino George Stephen, patrón del bergatín Cicero, ahogado en la bahía. «Lo que ocurre es que al cerrar el primigenio cementerio con una tapia, quedó fuera de él a causa de un deficiente retranqueo», aclara este afable periodista, unido a la Costa del Sol y sobre todo a Marbella desde hace 30 años.

Rafael confiesa que del Cementerio Inglés le atrajo todo: «La desvaída huella de la colonia británica en Málaga; el plus de melancolía que hay en la muerte lejos de la tierra natal; la heteróclita condición y procedencia de sus moradores; su ubicación y belleza, pues no se sabe qué es jardín y qué camposanto; su historia; su abandono... Pero, sobre todo, las biografías de los que yacen en él, o, más exactamente, el reto, o la necesidad, de rescatarlas del olvido total».

Y del olvido, con una prosa muy cuidada, ha sacado incluso a los desconocidos más famosos, valga la paradoja, de este cementerio protestante, el más antiguo de España -el de Tarragona, que nació a finales del XVIII, tuvo varios emplazamientos pero el actual es casi veinte años posterior al de Málaga-. Así ocurre con una niña fallecida que tiene uno de los epitafios, escrito en francés, más bellos del recinto: «Lo que duran la violetas», dado que la pequeña sólo vivió un mes. Se llamaba Violette Patuard y murió el 23 de enero del lejano año de 1859.

Epitafios, por cierto, hay muchos y memorables en este monumento BIC pero con el que más se identifica el autor es con el de la tumba de Beatrice Elizabeth Brimble (1916-1998), escrito en inglés: «Gatos y libros han sido mis mejores amigos».

Rafael Torres también ha sacado del olvido la desdichada vida del ingeniero mecánico Thomas Mitchell, del buque inglés Tyrian, fallecido por los disparos de un centinela de la cárcel de Málaga el 10 de diciembre de 1881, cuando Pablo Ruiz Picasso no llegaba a los dos meses de vida.

Sin conocer español, Thomas Mitchell, de 22 años, y tres compañeros aprovecharon la escala en Málaga para pasear de noche por una ciudad «totalmente desconocida para ellos». Ignorantes de que el vigilante les daba el alto en español a pocos metros de la cárcel, el nervioso guardia disparó y mató al joven Mitchell.

El garfio del cirujano

Una vida tan desdichada como otro personaje del camposanto, el cirujano londinense Hamilton Bailey, médico voluntario de la Cruz Roja durante la I Guerra Mundial que en los años veinte, por una infección durante una operación perdió un dedo, que sustituyó en su preciso trabajo por una prótesis en forma de pinza o garfio. Bailey padeció además una profunda depresión por la muerte de su hijo quinceañero que le llevó durante tres años a un psiquiátrico, en el que se le practicó una trepanación. Descansó para siempre en Málaga en 1961, cosa irónica, a consecuencia de una operación.

Entre los muchos nombres que aparecen en el libro Rafael Torres confiesa que «todos me atraen, todos me fascinan e inspiran idéntica compasión», pero también cuenta que se lleva mejor con mujeres como Renata Brausewetter, actriz alemana de cine mudo que nació en Málaga y dejó el cine con la llegada del sonoro; Priscilla Livingstone, «la bella misionera anglicana de China» y entre los hombres, Robert Boyd, «el lord Byron de los malagueños», El inglés del cruce (George William Grice-Hutchinson, padre de Marjorie)y El inglés de la peseta (George Langworthy), así como Otto Lehmberg, «el náufrago de la Gneisenau que se quedó a vivir en Málaga y padre, al cabo del gran violinista español Emilio Lehmberg.

También del buque escuela Gneisenau cuenta algo que muchos malagueños desconocen: Técnicamente ningún malagueño murió durante el socorro a los marineros alemanes, «pero sí hubo una víctima mortal entre quienes arriesgaron su vida, Enrique Caballero, portero del Banco de España, que murió pocos días después a causa de la pulmonía que pilló por haberse arrojado a las aguas heladas (era diciembre) en socorro de los náufragos», cuenta el periodista y escritor.

Pero no sólo personajes de lustros pasados surcan las páginas del libro. A la presentación acudió Rafael de la Fuente, uno de los pioneros de la Costa del Sol y enciclopedia viviente de la historia hostelera de Europa, presente en la obra por sus recuerdos de adolescente cuando trabajaba de botones en 1957 en el Castillo de Santa Clara, el castillo del inglés de la peseta, reconvertido en idílico hotel. Rafael de la Fuente fue testigo de la tristeza que invadió a la bellísima y joven Brigitte Bardot cuando le comunicaron que el famoso hotel no quedaban habitaciones libres.

Rafael Torres ha indagado en decenas de historias del Cementerio Inglés y ha terminado por quererlo, por eso, cuando se le pregunta sobre el estado del camposanto recuerda que «tendemos a confundir el abandono ruinoso con el romanticismo». Sin embargo, también señala que «pese a la desidia institucional de España y del Reino Unido, y a los avatares y añagazas que ha sufrido en estos dos siglos», su «milagrosa preservación» se debe al «trabajo, la dedicación, el esfuerzo y el amor que en su supervivencia han puesto algunas personas y aún hoy, frente a inmensas dificultades y escasez de recursos, la Fundación que de él se ocupa».

Rafael confía en que su libro contribuya a que «cualquiera de las diecisiete mil administraciones que tan malamente nos administran repare en ese tesoro».

Un tesoro con el que los ingleses del XIX encontraron un lugar digno para el descanso eterno y que luego abrió las puertas a personas de todos los credos y países. El cementerio de los ingleses cuenta esta apasionante historia y lo mejor es que lo hace de forma memorable.