El caso de Pepe Subires, que denunció la semana pasada en La Opinión haber recibido una llamada desde un número de teléfono oculto que le preguntó si era familia de una paciente ingresada en las urgencias del hospital y que le cuestionó si tenían seguro funerario, no es el único. Parece que el «topo» o los «topos» llevan actuando años.

Según ha podido saber este periódico, en 2014 el centro sanitario ya recibió una queja alertando de que un trabajador había filtrado datos a una empresa funeraria sobre un paciente que había ingresado en estado crítico. Según la familia, el hospital respondió meses más tarde a la reclamación dando carpetazo a la misma alegando que no existían pruebas al respecto. Los hechos se remontan al 1 de abril de 2014, cuando Rafael Morales, de 87 años, ingresó en estado crítico en el Clínico tras haber sufrido una caída.

Su hija, Teresa Morales, ha revivido estos días con la historia denunciada por Pepe Subires el calvario que entonces sufrieron ellos. «Leímos el periódico y vimos que no hemos sido los únicos, nos hemos sentido identificados y hemos decidido contar lo que pasó, la gente no puede lucrarse con el dolor de lo demás», contaba ayer la mujer.

El caso de la familia Morales es similar al de los Subires. Recibieron la llamada de la funeraria antes de tiempo, incluso antes de que alguien les hubiera comunicado oficialmente que su familiar había fallecido. En ambos casos no hubo tal deceso, ambos estaban vivos.

El padre de Teresa Morales ingresó crítico y los médicos le dejaron en Observación toda la noche. «Nos dijeron que nos fuéramos a casa, que si había cualquier novedad que nos llamarían». Así hicieron. Se fueron a descansar y a reponer fuerzas. Eran aproximadamente las 7.30 de la mañana cuando recibieron una llamada desde un número oculto. Lo cogió su hija, de 16 años. «Le llamamos de la funeraria», le dijeron. La joven, comenzó a gritar a su madre que el abuelo había muerto. Entonces Teresa cogió el teléfono con la angustia más que evidente de saber que su padre había fallecido y le dijo a su interlocutora que por qué no le habían llamado del hospital para darle noticias, tal y como quedaron. «Me dijo que como habían sido los primeros que ellos se harían cargo -en referencia a los servicios fúnebres-. Les dije que mi padre tenía un seguro y dijeron que no pasaba nada, que entre ellos se arreglaban». Lo último que le comunicaron es que fuera directamente al tanatorio del Clínico.

Teresa Morales llamó a sus familiares, que debían desplazarse desde un municipio, para avisarles de que su padre había muerto. Tardó poco en llegar al Clínico porque cuando le llamaron se estaba arreglando para visitarle en Observación. «Cuando llegamos al tanatorio no había ni rastro de mi padre, dimos su nombre y no aparecía allí», recuerda la mujer.

Mientras daban o no con el cuerpo de Rafael, de 87 años, Teresa Morales rellenó los papeles de la funeraria. Habían preguntado en varios mostradores por su padre, pero no daban con él. Una prima suya se coló en Observación y se topó con él, estaba en una camilla. «Nos dijeron que a las 7.30 de la mañana tuvo una parada cardiaca. El que avisó a la funeraria dio por hecho que no iba a salir de esa, pero lo reanimaron», cuenta la mujer, que recuerda cómo removió cielo y tierra con este asunto porque se sintió indignada y vivieron un luto que no les correspondía entonces.

Nada más cruzar la puerta de Observación y comprobar que su padre vivía, decidió poner una hoja de reclamaciones. La persona que le atendió le dijo que no tenía que haber hecho caso a la llamada, que era el hospital quien daba noticias, no las funerarias. «¿Cómo iba yo a creer que mi padre estaba vivo? Tenían mis datos y sabían que le había dado una parada cardiaca, quien llamó a la funeraria tenía acceso a nuestros datos y a toda nuestra información», señala la mujer, que esa misma mañana fue a la Ciudad de la Justicia para denunciar el caso. «Me dijeron que sin la conversación grabada ni un número de teléfono no podían hacer nada», se lamentaba ayer.

Veintidós días después su padre falleció en el Hospital Pascual, a donde lo trasladaron dado su estado de salud gracias a uno de los conciertos que el Servicio Andaluz de Salud (SAS) tiene con algunas clínicas privadas para la prestación de ciertos servicios.

A los siete meses recibió la respuesta a la hoja de reclamaciones que puso el mismo día de los hechos. «Me decía que no procedía, que no podía justificarse ni comprobarse», relata la mujer, que afirma que conocer la historia de Pepe Subires, que recibió la llamada el 16 de octubre mientras esperaba noticias de su mujer, les ha hecho revivir lo que les ocurrió a ellos.

Y es que para Teresa Morales la historia es un sin sentido desde principio a fin. Lamenta la existencia de «topos» dentro del hospital que puedan lucrarse con la muerte de pacientes y los seguros funerarios pero, sobre todo, le parece indignante que se precipiten a la hora de comunicar algo así. «Le dieron la noticia a mi hija, con 16 años, fue tremendo para ella», relata la mujer.

Fuentes del hospital Clínico precisaron que continúan las investigaciones al personal de urgencias que trabajó la noche del caso de Pepe Subires y su mujer, María Josefa Arroyo, y destacaron que los interrogatorios están siendo fructíferos.

La delegada de Salud, Begoña Tundidor, confesó ayer a la prensa que al conocer la existencia del caso se han sentido «consternados» y que están trabajando para esclarecer si se trata de un trabajador o de una persona ajena al centro.