­El profesorado es clave en la calidad del sistema educativo. Sobre él recaen muchas responsabilidades y obligaciones. Los padres confían a diario lo que más quieren a quienes son los encargados de transmitirles conocimientos y valores. De aportarles las herramientas necesarias para labrarse un porvenir con garantías mínimas. Pero ni todos los terrenos son iguales ni todas las semillas son iguales. La educación no puede ser un monocultivo. Por este motivo, las propuestas avanzadas por el pedagogo José Antonio Marina, a quien el Gobierno ha encargado un Libro blanco de la función docente, han provocado un rechazo generalizado.

Entre otras cuestiones, Marina, de quien nadie duda de sus méritos, plantea vincular el sueldo de los profesores al rendimiento académico de los alumnos de cada centro. O defiende otro sistema de selección del profesorado. O la evaluación periódica de quienes ejercen la docencia. El debate no se ha hecho esperar, lo que es bueno. Y muy necesario. Pero las comparaciones son odiosas.

En primer lugar, porque España ha tenido siete leyes educativas distintas durante el periodo democrático actual, «generando una inestabilidad increíble, que da la medida de un concepto de la educación errático y demencial, aunque es un adjetivo que se queda corto. ¿Como queremos buenos resultados así?», se pregunta José Luis González Vera, director del IES Mare Nostrum, de la capital. Los docentes consideran que hay que partir de esta base para encontrar una explicación al lugar que ocupa la educación española en los ránking internacionales.

Y la opinión es unánime: el rendimiento tiene mucho más que ver con el estrato social de donde proviene el alumnado que con el esfuerzo y la calidad del docente. Es decir, que no se puede comparar un colegio de La Palmilla con otro de El Limonar. «El contexto social y los niveles socio culturales de las familias son determinantes», señala Pilar Triguero, asesora de la FDAPA. «En función de estas clasificaciones incluso se puede plantear no solo mejorar los sueldos de los docentes, sino la dotación de recursos a los centros, favoreciendo al profesorado que ya es favorecido y castigando al que ya está perjudicado, desarrollando su labor en un ambiente de mayor dificultad», insiste José Francisco Murillo, decano de la facultad de Ciencias de la Educación de la UMA, que no duda en afirmar que en estos barrios desfavorecidos «puede haber mejores profesores pero los resultados siempre estarán por debajo».

Una visión compartida por Patxi Velasco, director del CEIP María de la O, de Los Asperones, y autor de la metáfora de la entradilla sobre los cultivos. «Trabajamos el doble y el triple que otros muchos maestros y en las pruebas de diagnóstico no sacamos ni la mitad de los resultados», se lamenta. «La educación tiene que ser como un huerto, el colegio tiene que dar a cada niño lo que necesita en función de su capacidad. El punto de partida también es fundamental. El concepto de diversidad es imprescindible, de los contextos y de las personas», insiste Velasco, utilizando un lenguaje muy pedagógico, quien descarta que la escuela tenga que mantener «criterios de clonación» o de productividad y eficacia de las fábricas.

«En principio creo que los rendimientos académicos nunca deben ser el único criterio con el que medir, es más, no debería ser nunca un criterio», explica, por su parte, Ana Cobos, orientadora en el IES Ben Gabirol y actualmente es la presidenta de la Confederación de Organizaciones de Psicopedagogía y Orientación de España.

Todo esto redunda en la negativa inicial de los docentes al plan de José Antonio Marina, que asegura que «los buenos profesores no pueden cobrar lo mismo que los malos», y que, pese a todo, será analizado por la consejera de Educación, Adelaida de la Calle, «para visualizar y entender qué es lo que se pretende», según dijo.

Los profesores ya se mostraron en contra hace años del Plan de Calidad que comenzó a funcionar en Andalucía hasta hace cuatro cursos. Como recuerda Pilar Triguero, esta experiencia fue más aceptada por los consejos escolares de los centros de Primaria que de Secundaria. «Aplicado correctamente servía para dos cosas: para cambiar la metodología y para que muchos docentes aprendieran que trabajar en equipo servía, a la larga, para lograr una mejora sustancial de los rendimientos de sus alumnos», indica. Pero el plan fue recurrido por los sindicatos, que entendían que hacía únicamente responsables a los profesores del fracaso de sus alumnos, y por tanto, fue retirado.

La cuestión no es baladí. Al contrario. Súmamente compleja. Si se liga el sueldo al rendimiento del alumno, el profesor podría terminar dando un sobresaliente general. Pero habría fraude. Parece más interesante la propuesta que atañe a la selección del profesorado. «Los mejores deben ir para la enseñanza, no al revés, que el no vale para otra cosa va para profesor», sostiene Miguel Ángel Santos Guerra, catedrático de Didáctica de la UMA. José Antonio Marina propone una especie de MIR, como los médicos, es decir, seleccionar a los futuros profesores antes de formarles. «Si pasara como en Finlandia, que los mejores expedientes académicos son los que estudian para profesor, el reconocimiento social a la profesión docente sería mucho más elevada», admite Pilar Triguero.

José Francisco Murillo sostiene también que el actual sistema de acceso a la función pública se basa en pruebas memorísticas «que no sirven para elegir a los mejores». «Sería muy interesante plantear que aquellos alumnos más preparados que dectetemos en los centros puedan tener un acceso directo», señala el decano de Ciencias de la Educación, quien recuerda que esto ya existía hace unas tres décadas. No obstante, matiza que le preocuparía que esta situación, de no hacerse bien, suponga «crear unas condiciones de competitividad durante los cuatro años que dura la carrera, algo que iría en detrimento del aprendizaje».

José Luis González Vera comparte la idea de que «los mecanismos actuales de selección del profesorado no son los más adecuados». «La educación se hace en las escuelas fundamentalmente y la hacen los docentes, fundamentalmente. La formación tiene que ser una cuestión de gran envergadura para ser una tarea tan crucial para un país», insiste Santos Guerra. El el mismo sentido se expresa Ana Cobos, quien señala que la selección del profesorado se basa en un concurso oposición «donde el candidato demuestra que conoce un tema». «De eso a ser un buen profesor va un trecho. No garantiza que luego uno vaya a ser un buen profesor», asegura. Por este motivo, apuesta por un proceso que se base más en la práctica, y pone de ejemplo el modelo educativo de Dinamarca. «Cuando acaba un curso cada centro hace públicas las vacantes que tienen según las materias. Se reúne una especia de consejo escolar y en función de cómo ha ido el año el profesor es contratado o no», explica, entroncando el proceso de selección con la evaluación anual, de la que también habla Marina.

«Ser funcionario no tiene que significar un para toda la vida, aunque se sea un desastre confirmado a diario en las aulas», advierte Miguel Ángel Santos Guerra. «Hay profesores con impicación y compromiso muy altos y la administración, la sociedad y los medios deberían hacerle un reconocimiento publico. Estos magníficos profesionales lo son por compromiso personal y voluntario», concluye Cobos.