Pues sí, es una pena que un asunto tan importante como un Libro blanco de la profesión docente haya desembocado en un encarnizado e insustancial debate sobre la remuneración de los profesores en función de la evaluación de las bondades o deficiencias de su desempeño profesional. He leído el libro Despertad al diplodocus, pero no he visto el Libro Blanco de José Antonio Marina.

Está claro, a mi juicio, que el profesorado es la pieza clave de la calidad del sistema educativo. Está también claro que para ser un buen docente hace falta dominar unas competencias profesionales relacionadas con el saber, el saber hacer y el saber ser. La docencia no es una tarea inespecífica. Requiere, para su buen ejercicio, conocimientos, destrezas y actitudes especializadas.

En ese Libro blanco hay (o tiene que haber) cuestiones de mucho más calado que la que ha incendiado los medios. Una de ellas, el proceso de selección del profesorado. No se puede mantener la situación actual en la que parece que quien no vale para otra cosa, vale para la docencia. Si tan excelente es la tarea, si tan importante es la educación, deberían dedicarse a ella las mejores personas, los profesionales más competentes de un país.

Otra cuestión decisiva es el problema de la formación inicial y permanente del profesorado. La docencia es una profesión de extraordinaria complejidad. No se trata solo de transmitir conocimientos, se trata de despertar amor al saber, de enseñar a pensar y a convivir en un contexto problemático como el actual, marcado por la cultura neoliberal y por las exigencias del mundo digital.

Y luego están las condiciones del trabajo: el número de horas de clase, el número de alumnos por aula, el numero de especialistas por centro, la disponibilidad de medios, la configuración y estabilidad de las plantillas, la calidad de la dirección, la participación de las familias, la valoración de la docencia por parte de la sociedad…

Está claro que no es igual ser un buen profesor que un mal profesor. Lo que pasa es que no para todos significan lo mismo las mismas palabras. ¿Quién es un buen profesor? Lo segundo es que no es fácil evaluar un trabajo tan complejo, dependiente de un sinnúmero de variables… Lo tercero es que no está nada claro que se pueda conseguir la mejora pagando más a quien lo haga mejor. Los más avaros, no los más comprometidos, tendrían los mayores estímulos para la mejora. Yo creo que hay que hacer evaluación de la docencia. Pero una evaluación que esté encaminada a la mejora y no al enriquecimiento, a la comprensión y no al control, a los procesos y no solo a los resultados. Sería muy fácil, para tener un buen sueldo, sembrar las actas de sobresalientes.

La escuela no es una empresa. Me preocupa la filosofía que subyace a esta propuesta. Tiene un tufo neoliberal que no me gusta nada. Me temo que sea la punta del iceberg.

Los profesores no tienen que tenerle miedo a la evaluación y no lo tendrán si la consideran una ayuda y no una amenaza, un modo de mejorar y no un modo de cobrar más o menos, un modo de comprender y no una estrategia para hacer rankings de buenos y malos.

Hay muchas perversiones al acecho: hacerlo bien solo en aquello que de beneficios, cuando de beneficios y ante quien pueda concederlos. Hay que apelar más a la formación que al control, más a la conciencia profesional que a la consecución de premios o a la evitación de castigos, al compromiso del equipo que a la grabación de las clases con fines crematísticos Ese no es el camino.