­Benito Pérez Galdós sabía lo que hacía. Al igual que vinieron más tarde, todos ellos armados con lo que los escritores, con su amaneramiento y su lenguaje de posos cercano a la alquimia, identifican comúnmente con el olfato literario. La historia de Trafalgar merece ser contada, y no sólo por sus consecuencias políticas ni por la desmesura de su dimensión épica, sino por el destino de muchos de sus protagonistas, que va más allá de los homenajes florales y la sepultura inevitable del agua.

El propio Horatio Nelson fue presa de un final que podría haber sido escrito por Sófocles y recitado con toga en la Grecia clásica. El almirante, héroe indiscutible de la contienda, alcanzaría la costa de Gibraltar en un baúl repleto de Jerez y de Brandy y con el cuerpo rígido, sumergido en el apaño que le habían preparado sus compañeros para evitar la corrupción del cadáver. Hay quienes sostienen que Nelson acudió deliberadamente a la muerte, que se podía haber evitado si hubiera accedido a quitarse las condecoraciones para no atraer las miradas de las tropas españolas y francesas.

Detrás del almirante, sostiene Javier Noriega, de Nerea, había un personaje romántico, en la acepción alemana y contemporánea del término, que, al parecer, estaba harto de que la sociedad puritana de su tiempo no le permitiera convivir en Londres con su amante, la aventurera Emma Hamilton.

Su antagonista, Pierre Villeneuve, tampoco sucumbió de manera simple ni siendo pasto de un verdugo ni de las llamas. Después de la derrota, y hecho prisionero por los ingleses, fue enviado a las islas, donde quedó absuelto de palabra. Corroído por quién sabe qué demonios interiores, el que fuera responsable de la pifia naval que decidió la batalla acabó quitándose la vida a la manera de las estrellas del rock, en la habitación de un hotel de Rennes, sin más compañía que sus recuerdos de los días de gloria.

A los héroes españoles, escandalosamente ignorados por las siguientes generaciones, Trafalgar no les deparó, por su parte, mejor suerte. El cartógrafo e ingeniero Dionisio Alcalá Galiano, que había intentado hasta el último momento enfriar el ímpetu de Villeneuve, murió con la cabeza reventada a cañonazos. «Vamos camino hacia la muerte», había escrito a su esposa justo antes del combate. Hacia la sucia e inmerecida muerte.