Cuenta el historiador Manuel Muñoz en su estupendo libro sobre las antiguas fincas de Málaga que en lo que hoy es Mangas Verdes, a mediados del siglo XVIII estas tierras pertenecían al matrimonio formado por Francisco Serrano y María Cameros. Atención a este último apellido, ¿vendría de la Sierra de Cameros como los Larios, los Heredia o la familia de Félix Sáenz? El caso es que una finca vecina, parte también de Mangas Verdes, perteneció en el XVII al capitán Diego de los Cameros.

De cualquier forma en el XIX la mayoría de estas tierras pasan a englobarse en las haciendas de Hurtado y San Rafael y son testigos de problemas entre los herederos más propios de una telenovela. Tierra de viñas, la filoxera hará que los problemas se diluyan, las tierras pierdan valor y que sobre todo desde los años 60 del siglo pasado malagueños de los pueblos vecinos se asienten allí, a un tiro de piedra de la capital y construyan sus propias viviendas.

Una de ellas, en el número 1 de la calle San Roque, culmina esa pequeña avenida botánica de la que hablamos ayer en la que, da la impresión, los vecinos han plantado todo lo que tenían a mano hasta formar un exuberante pasaje.

Lo curioso del número 1 de calle San Roque es que no nos encontramos con la clásica vivienda de autoconstrucción, con materiales de mediana calidad y un acabado que a veces da la impresión de que no se ha acabado del todo. Al contrario, nos topamos con una casa importante de pueblo. El constructor de la vivienda probablemente quiso levantar una casa clásica, de las que se encuentran en los pueblos de nuestra provincia y en concreto de esas que podemos ver en la plaza principal, ¿o es la casa principal de una de las viejas fincas? No lo parece.

Pese a no encontrarse en el catálogo de edificios protegidos, quizás porque a veces en la protección urbanística prima la visión clasista antes que la patrimonial («¿cómo proteger algo en Mangas Verdes?», concluirán los urbanitas), merecería, con vistas al futuro, dotar de algún grado de protección esta vivienda de dos plantas, encalada y sobria, presidida por un balcón, con sobrios dinteles en las ventanas y un tejado con voladizo.

¿Por qué?, más que por sus valores arquitectónicos por su singularidad dentro del barrio. Por este intento de trasladar el pueblo de origen a la capital, que a fin de cuentas es la seña de identidad de este barrio de Málaga.

Un pequeño porche en la entrada con un banco público nos regala además vistas de Málaga con las torres de La Palma y el Monte Coronado al fondo y hasta se ve el Asilo de los Ángeles.

Ahora que el barrio se reivindica con rutas culturales y paneles de cerámica con sus personajes e historias más memorables, no sería mala idea empezar a considerar que el tiempo pasa y que no todo lo que se levantó fue autoconstrucción en el sentido más negativo de la palabra. En calle San Roque está la prueba.