­«Me gusta La maja del perrito porque dice algo con la mirada», dice pensativa Inma García, paciente de la Unidad de Salud Mental del Hospital Civil sobre un cuadro de Eugenio Lucas Velázquez. Junto a otros nueve compañeros está participando en un proyecto con el Museo Carmen Thyssen de Málaga que utiliza las obras de arte como herramienta terapéutica y forma parte del proceso de rehabilitación psicosocial de su enfermedad.

Es dicharachera y muy participativa. «Me gusta mucho el arte porque cuenta muchas cosas», señala la mujer, que admite que la experiencia le está retrayendo a su juventud, cuando estudiaba letras puras. «He aprendido a ver los cuadros, lo que quieren transmitir, los gestos, la posición de los protagonistas... porque los cuadros nos hablan, hay que detenerse y observar qué quiere decir el artista», señala entusiasmada mientras dibuja en una cartulina la calle Compañía.

Inma es, junto al resto de sus compañeros, un grupo muy especial dentro de las visitas educacionales del programa del Museo Thyssen. La idea de colaboración surgió cuando el enfermero especialista en salud mental de la Unidad de rehabilitación de Salud Mental del Civil, Paco Durán, repensaba en actividades que podía hacer con sus pacientes para ayudarles en su normalización. Un día, descubrió que el Museo Thyssen de Madrid hacía algo parecido con pacientes del área de salud mental. Entonces pensó que la idea podía trasladarse a Málaga. Dicho y hecho, la idea no sólo gustó en el museo malagueño, sino que ya están trabajando en los talleres de 2016.

«Está enfocado desde el modelo de la recuperación, porque aunque tenemos el concepto de que la salud mental no se cura, nosotros sabemos por otros modelos, como el anglosajón, que sí es posible», señala el especialista, que reconoce que, aunque una cura al 100% es imposible, el paciente con salud mental sí puede cambiar su modelo de vida. «Estos pacientes tienen una enfermedad mental grave estable, con un gran nivel de aislamiento y una falta de relaciones interpersonales que si se trabajan se pueden traducir en un planteamiento nuevo de vida», señala Durán, que destaca que con estas actividades -en total se han programado doce sesiones- se pretende trabajar la parte sana de las personas, puesto que la parte enferma ya se trata en la consulta. «El modelo de la recuperación se basa en lograr una nueva vida sin los prejuicios de la enfermedad», explica.

En las sesiones programadas este grupo no sólo ha aprendido a valorar el arte, sino que también a tratar otros patrones de relaciones y descubrimientos personales que les han llevado a estar más estables si cabe en su enfermedad. Los profesionales sanitarios que les acompañan y tratan han percibido que, a raíz de esta arte terapia, han mejorado a nivel cognitivo aspectos como la memoria, la atención o las relaciones a la hora de comunicarse. «Hemos observado un crecimiento personal de cada uno: tanto en habilidades sociales como instrumentales o de autocuidado. Se han normalizado», señala Paco Durán.

El grupo de pacientes que acude cada semana al Thyssen está inmerso en un sistema de seguimiento desde el punto de vista sanitario y rehabilitador. Todos tienen cuidadores y muchos viven en pisos tutelados. El objetivo de las sesiones, además de aprender arte y descubrir qué hay más allá de unos trazos de pincel, es que recuperen su empoderamiento. Que se sientan uno más en el entramado de la sociedad.

José Antonio Cambril confiesa que los martes se han convertido en su día preferido de la semana. «Esto es nuevo para mí. Además de llamativo porque aprendemos arte nos sirve porque nos reunimos, nos aportamos cosas nuevas, me siento muy bien», señala este malagueño de 41 años. El cuadro que más le ha llamado la atención es el de Un baile de gitanos en los jardines del Alcázar, delante del Pabellón de Carlos V, de Dehodencq.

Este cuadro ha sido importante para ellos. En una de las sesiones lo representaron para aprender a empatizar y a cambiar el rol. «Destripamos cuadros y vemos si somos capaces de cambiar y representar otro papel. A nivel sanitario sirve porque de este modo pierden el papel de enfermos y se convierten en sanos», señala el enfermero ideólogo del proyecto.

Aunque todos ellos padecen una enfermedad mental grave como esquizofrenia, trastorno bipolar o trastorno obsesivo compulsivo, las visitas se han convertido en una vía de escape que les permite profundizar y sentirse miembros de un grupo, trabajar la individualidad, así como el entorno desde el punto de vista particular o público, en la calle.

Una de las actividades que precisamente abordaron sobre el entorno fue la de la elección de un espacio público que fuera especial para ellos. Remedios se afana en dibujar el Muelle Uno. «Me gusta todo lo que tiene», dice.

Para una de las educadoras del museo, Carmen Aparicio, «a través de estas actividades participativas queremos que el Museo sea un punto de partida para crear correspondencias entre nuestras experiencias diarias y el arte, siendo el museo un punto de encuentro para todos y todas». Su compañera Elisabeth Aparicio reconoce que en las sesiones no trabajan con la enfermedad sino con la experiencia y su parte sana. «Normalizamos esta actividad como cualquier otro grupo que viene pero con continuidad para ver el proceso creativo», señala. Así, comenta que al principio los pacientes estaban más retraídos y que tenían la creatividad oculta, aspecto que ha salido «poco a poco». «Es una experiencia súper enriquecedora porque son muy amables, están entregados al 100%, no esperábamos esta respuesta», admite.

El principal objetivo de los cuidados en salud mental es devolver al ciudadano a la comunidad con una vida normalizada, para que pueda seguir viviendo su vida de forma independiente, ya que los problemas de salud mental son verdaderas amenazas a las identidades de las personas, que las convierte en humanamente vulnerables.