­Como una canción que se repite. Con la sensación de que el tiempo se hubiera parado en una eterna cita con las urnas. Así, arranca hoy la campaña de las elecciones generales en la provincia. Con su elevado ruido y con toda la carga publicitaria que caracteriza la tradicional lucha por el voto. Por primera vez en la historia de la democracia española, las próximas dos semanas se pueden tomar como unas verdaderas elecciones previas a las elecciones en sí. Nunca antes, la proliferación de la duda se había elevado hasta el punto de que el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociales (CIS) fije el número de votantes indecisos en un 22,2 por ciento para convertir el 20-D en una auténtica cita con la incertidumbre. Casi la cuarta parte de los españoles no sabe todavía a quién va a votar.

En este escenario electoral de incógnitas, la provincia de Málaga sugiere hoy la importancia que tendrá en el desenlace final con la llegada de dos de las máximas figuras de la política a nivel nacional. Apenas unos cuantos kilómetros separarán esta tarde la línea directa entre Mariano Rajoy y Susana Díaz. Con un margen de apenas una hora, el primero estará en el Palacio de Congresos, mientras que la mujer más fuerte del socialismo encabezará un mitin en el céntrico NH para hacer campaña por el candidato socialista, Pedro Sánchez. Que el todavía presidente del Gobierno y candidato a la reelección popular, y su homóloga en la Junta de Andalucía miren a la capital de la Costa del Sol como escenario para iniciar la campaña oficialmente no es casualidad. Sin ir más lejos, en la provincia confluyen un total de 1,1 millones de ciudadanos con derecho a voto a los que seducir. Andalucía, en su totalidad, aporta 61 de los 350 escaños al Congreso de los Diputados. Como principal característica diferencial con respecto a las últimas elecciones, recordadas como una partida de ajedrez ya decidida de antemano por el más que previsible castigo a la gestión del expresidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero, estos comicios deparan la entrada en escena de nuevas fuerzas políticas que apuntan a mucho más que jugar un mero papel testimonial. Especialmente, Podemos y Ciudadanos se perfilan como una verdadera alternativa para romper los viejos equilibrios en las urnas que han sostenido al bipartidismo.

La última encuesta publicada para Andalucía da al PP como ganador de las elecciones generales. Concretamente, el sondeo realizado por la consultora política y de asuntos públicos Redondo&Asociados Public Affairs Firm sitúa al PP con 19 escaños, frente a los 18 que obtendría el PSOE. Podemos y Ciudadanos lograrían ambos doce escaños. En la provincia, el PP también ganaría las elecciones con cuatro escaños, seguidos del PSOE con tres y Podemos y Ciudadanos, ambos con dos. Izquierda Unida se quedaría en blanco. En todo caso, a pesar de lo que digan todas las encuestas, los partidos han puesto la mirada en la provincia porque saben que los resultados en Málaga serán decisivos para alcanzar la Moncloa y para medir la capacidad de resistencia del PP en una provincia dominada, hasta ahora, por el partido que preside Juanma Moreno en Andalucía. En el PSOE reina la ilusión de que el vuelco electoral venga aparejado con la repetición del triunfo obtenido en las pasadas elecciones europeas, cuando los socialistas fueron la fuerza más votada en la provincia.

Las oportunidades de Pedro Sánchez pasan, inevitablemente, por sacar un buen resultado en Málaga. A la par, otro de los grandes interrogantes por resolver en este crucigrama electoral será ver si se cumple el vaticinado descalabro de IU. De ser la principal alternativa en 2011, la formación lucha ahora, bajo la marca de Unidad Popular, por mantener su peso histórico en el futuro de un tablero político más disputado que nunca. Sería un revés a todas las encuestas que auguran una tormenta perfecta para los de Alberto Garzón.

Aunque criticado por sus rivales, las encuestas parecen darle la razón a la campaña que ha fijado el PP para Mariano Rajoy. Fiel a la personalidad de un espíritu tranquilo, sin entrar en peleas innecesarias, permitiéndose incluso el lujo de declinar los debates, el todavía presidente ya se perfila como el sentido ganador de estas elecciones. Así lo reflejan los sondeos y también lo hace su entorno. Pero, en una campaña electoral que, por primera vez puede servir para algo más que un aldabonazo a los que ya están convencidos, cualquier juicio precipitado amenaza con verse devorado por la propia realidad de las urnas.

La inminente campaña electoral está lejos de convertirse en un mero purgatorio a la espera de que llegue el 20 de diciembre. Con tanta tensión e incertidumbre generalizada, cualquier erupción en una dirección o en otra durante los días de campaña electoral tendrá consecuencias sísmicas en la afinación política de los votantes indecisos.

En el cálculo de lo incalculable, lo único que se presenta con claridad es la futura ausencia de mayorías absolutas. Aunque en el PP hablan de que salen a ganar holgadamente, el cabeza de lista del PP al Congreso, José María García Urbano, ya habla con la boca pequeña de la capacidad de su partido para entablar diálogo por lo que pueda pasar después del 20 de diciembre. En el PSOE las sensaciones previas se asemejan a una mezcla entre esperanza y una inseguridad causada por varias encuestas publicadas que sitúan al PSOE como tercera fuerza detrás de Ciudadanos. En su ascenso fulgurante, el partido de Albert Rivera ya es una seria amenaza, también, para el flanco del socialismo. Así lo han demostrado las elecciones catalanas, donde los de naranja se han hecho fuerte en feudos tradicionales del PSOE en el extrarradio de Barcelona. Pablo Iglesias, por su parte, tratará de reflotar un proyecto que, hasta poco, apuntaba a primera fuerza.

Si la política es el arte de servir pescaíto frito en un restaurante chino, las próximas dos semanas estarán llenas de milagros que, una vez pasada la digestión de las elecciones, se pueden convertir en amargos sinsabores.