­­Málaga. Año 2050. El mar se ha comido entre 13 y 30 centímetros del litoral malagueño, las temperaturas han aumentado dos o tres grados y las lluvias se han convertido en un fenómeno cada vez más inusual pero devastador. La sequía impera y las precipitaciones descargan con virulencia causando inundaciones

El agua dulce se ha convertido en el verdadero oro líquido. La agricultura corre serio peligro ante la falta de este recurso limitado y el abastecimiento de la población comienza a ser cuestionado, sobre todo en las zonas con picos de afluencia turística masiva.

El mar de Alborán pierde poco a poco algunas de sus especies endémicas y el aumento de temperatura se ha convertido en un problema contra la salud humana e incluso ha escalado puestos entre los motivos de mortalidad.

No es ficción, todo lo contrario. Son algunas de las consecuencias que puede tener el cambio climático en la provincia si no se pone freno al calentamiento global y las emisiones de CO2. Un asunto que se ha abordado las últimas dos semanas en la Conferencia del Cambio Climático celebrada en París y que ayer los 195 países reunidos llegaron finalmente a un acuerdo contra el calentamiento global, el primer pacto «universal de la historia de las negociaciones climáticas», según lo bautizó el presidente francés, François Hollande. El pacto fija techo a las emisiones de gases de efecto invernadero y establece un sistema de financiación. El pacto pone un límite de dos grados para el calentamiento global y pide esfuerzos para que «no supere los 1,5».

Y Málaga no es ajena al cambio climático. La provincia se sitúa en una zona sensible a todos los cambios que la naturaleza experimenta durante los últimos milenios y que se ha acelerado en las últimas décadas con la actividad del ser humano. Ubicada entre uno de los pluviómetros de España, Grazalema, y el desierto de Almería, su situación le hace susceptible ante cualquier cambio sustancial. Las elevadas emisiones de CO2 y el modelo de industrialización actual tiene consecuencias directas en uno de nuestros mayores tesoros: el mar de Alborán.

La acidificación marina amenaza algunas especies como las calcáreas o los corales y corren riesgo su supervivencia. Así lo detalla el biólogo del Aula del Mar, Juan Jesús Martín, quien asegura que ya empieza haber comportamientos fuera de lo habitual en algunas especies. Desde 2001 se han registrado algunas tortugas marinas por aguas malagueñas e incluso algunas aves migratorias que descansan en el Guadalhorce para continuar su ruta hacia África no remontan el vuelto. La subida de las temperaturas es la principal consecuencia.

Una provincia con el 60 por ciento de su primera línea de playa edificada que también corre peligro. Las zonas más próximas al mar como son algunos puntos de Marbella o el este de Málaga capital pueden desaparecer en cuestión de décadas. La magnitud de este problema no es comparable al que presenta Manhattan, una ciudad al nivel del mar por completo, pero algunos puntos serán absorbidos por el gigante azul. «Una población importante que está en primera línea de playa se verá muy afectada si aumenta el nivel del mar», matiza.

El rompecabezas comienza bastante lejos, en el polo Ártico y la Antártida donde un grupo de ecofisiología de la Universidad de Málaga trabaja junto con expertos del Alfred Wegener Institute de Alemania. Con el biólogo y profesor Francisco Javier Gordillo al frente, este grupo trabaja desde 2002 la ecofisionomía de las algas en los sistemas polares.

Los cambios son evidentes y aunque la teoría dice que el aumento del CO2 supone mayor alimento para estos seres la realidad es que no todos los sistemas metabólicos de estos seres lo entienden así. El rasgo de respuesta es amplio y depende de la especie aunque ya han constatado que las endémicas son las que más riesgos corren.

Esta situación es extrapolable al mar Mediterráneo y el tiempo y la capacidad de adaptación será lo que determine su continuidad.

La posición en «equilibro inestable», tal y como señala Gordillo, al hablar de Málaga hace que el mayor reto al que se pueda enfrentar la ciudad es la disponibilidad de agua dulce y los regímenes de sequía combinados con las temperaturas extremas.

«Más del 70 por ciento de los recursos hídricos de Andalucía los consume la agricultura. Nuestra principal industria se verá afectada por la disponibilidad de agua», detalla el investigador.

Los modelos climáticos son otro de los enigmas a los que se enfrenta la comunidad científica para determinar qué puede suceder y saber qué hacer para que a finales de siglo la temperatura global no suba más de dos grados.

Las borrascas atlánticas serán menos frecuentes pero las precipitaciones serán más dañinas. La Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) apunta que las inundaciones serán un fenómeno más común debido a la elevada capacidad de retención que tendrá la atmósfera con la subida de las temperaturas.

El Guadalhorce y su entorno, una zona tradicionalmente inundable, será un punto sensible de cara a las precipitaciones debido al cauce del río y la subida del mar.

El calor será otro de los elementos claves los próximos años. En 2003 el Instituto Nacional de Estadística (INE) cifró en 13.000 las muertes en España por las olas de calor. Un hecho extraordinario que puede normalizarse con el paso del tiempo. Eso sin contar, como explican desde la Aemet, la propagación de algunas enfermedades tropicales y de tipo alérgicas por el litoral malagueño.

El panorama parece dantesco. El mundo parece haber entrado en una espiral devastadora difícil de parar y sus consecuencias están aún por llegar. Aun así, nos está dando la oportunidad de cambiar antes de traspasar esa puerta sin retorno que lleva a la ciudad a convertirse en un lugar más difícil en el que sobrevivir.