­En la época de los paños calientes y de los gin-tónics, se llegaron a alquilar hasta los almacenes Harrods. Hubo vestidos de flamenco en París. E, incluso, una suelta de caballos pura sangre de Jerez, que ya hay que ser bestia, en pleno centro de Moscú, donde, durante décadas, se hacían sesudos planes contra la humanidad y contra el hambre. En los últimos años, los gobiernos se han esforzado por emulsionar en el exterior lo que ampulosamente se identifica como la marca España, pero poco tiempo han dedicado a los naufragios. Estas acciones, que parecen discurrir en paralelo, son, sin embargo, las dos caras de una omisión que explica en gran medida el poco lustre que se ha sacado en todo este tiempo a la proyección. Si se quiere contar lo que es España nada mejor que atender a su memoria náutica, que habla de un tiempo en el que el país, por medio de la navegación, se convirtió, como indica Javier Noriega, de Nerea, en la primera empresa global de la historia.

No es casualidad que dos de los yacimientos con más recorrido mediático de los últimos años, el de La Mercedes, que dio lugar al caso Odissey, y el del San José, tengan en su epicentro la bandera española. Lugar casi ineluctable de paso, imperio explorador, España posee un patrimonio subacuático incomparable, tanto en sus propias aguas como diseminado por mares internacionales. A esa tamaña vastedad, le ha correspondido, sin embargo, un interés más bien mustio por parte de las autoridades. Pocas han sido las expediciones organizadas hasta el momento para explorar los fondos. Incluso, también, como ocurre ahora con la confrontación por el San José, por defender el interés científico y luchar para que no se pierdan las riquezas del pasado.

Javier Noriega, de Nerea, está convencido de que la reacción de Colombia, que insiste en reclamar el contenido del buque, con sus millones de doblones y oro, se debe al vacío dejado por España en la materia. Al contrario que naciones como Francia o Inglaterra, mucho más celosas de sus cultura, la inacción española ha logrado que su bandera sea vista como una bicoca por los cazatesoros. Algunos, incluso, han argüido el abandono a modo de argumento jurídico para justificar su machada. La patria, la de todos, no es sólo una bandera desplegable en la playa.