En EEUU Ignacio Bertrán habría sido el clásico ejemplo de hombre resolutivo y hecho a sí mismo, uno de esos pioneros de las películas de John Ford que vence todas las dificultades. Pero nació en España y en la vida de este granadino de 1943, hijo de Fernando Bertrán, un ingeniero madrileño de ICAI destinado de forma temporal en Granada, se cruzaron muy pronto los jesuitas. «Estudié en los maristas, pero me apunté a las congregaciones marianas de los jesuitas porque mi padre había estudiado con ellos. Allí íbamos a jugar al futbolín y a hacer excursiones. Allí veo a los jesuitas y sueño con ser jesuita», explica.

No por casualidad su madre, Carmen Moreno, le puso Ignacio. «Mi madre me lo puso porque quería un hijo jesuita», aclara. Tenía 14 años cuando entró en el noviciado del Puerto de Santa María y descubrió que existía la figura del hermano. «Cuando San Ignacio funda la Compañía ve que para que los sacerdotes se puedan dedicar a sus ministerios sacramentales conviene que haya un cuerpo ligero de apoyo para las cosas temporales que somos los hermanos».

Y ya por entonces, Ignacio Bertrán pide que su primer destino sean las misiones pero no le dejan marcharse a Colombia y cuando más tarde solicita Paraguay, le aconsejan que antes escoja un colegio en España para ver cómo funciona. «Y escojo Málaga, que no había pisado en mi vida». Comenzó a los 21 años, en septiembre de 1964, sustituyó en Matemáticas y Física a un jesuita que se había puesto malo. «Pero llega enero, este hombre seguía malo, me piden si no me importa irme el año que viene... y al final estuve 19 años en Málaga», sonríe.

Su llegada coincide con el nacimiento del Club Deportivo San Estanislao de Kostka. Ignacio, gran amante del deporte, en especial del balonmano, en seguida termina implicándose en la organización de campeonatos, acompañamiento de equipos y además se hace entrenador de balonmano y baloncesto, juez de atletismo y árbitro de baloncesto durante bastantes temporadas. En una ocasión, ante la celebración en Carranque de un campeonato de nacional de hockey patines, «no encontrábamos árbitro y venían cuatro equipos, así que me vestí de blanco, estudié una noche el reglamento y pité el campeonato nacional».

El C.D. San Estanislao, por cierto, llegó a tener más de 50 equipos y unas 20 ó 21 secciones deportivas (Atletismo, Baloncesto, Esgrima, Waterpolo, Judo, Pelota Pala, Ajedrez, Natación...) «Yo creo que algo así no lo tenía ningún colegio de Andalucía», subraya.

Y la ingente actividad deportiva la compaginó siempre con la enseñanza, desde los sistemas de ecuaciones a la Educación Física. «Menos los idiomas (latín, griego, inglés y francés) he dado de todo», cuenta.

Además, en el curso 71-72 y puesto que entró tan joven a dar clase, fue alumno del colegio e hizo COU para poder entrar en la inminente Universidad de Málaga.

Tras un primer tanteo en Económicas, «para meter el expediente en la Universidad», en cuanto la Universidad de Málaga abrió sus puertas se matriculó en Filosofía y Letras y entre las clases del colegio, los deportes y las idas y venidas en moto a Filosofía -«entonces en la calle San Agustín»- obtuvo la licenciatura de Pedagogía y las diplomaturas de Filosofía y Psicología.

Por ese tiempo colabora con Antonio Guadamuro en el programa musical El Búho Musical de Radio Popular, con unas cuñas filosóficas, pensamientos que, a veces, iban dirigidos a alumnos díscolos que captaban el mensaje.

Semana Santa de Málaga

Hacia 1976 Ignacio Bertrán se implica con los nuevos tiempos de la Semana Santa, la sustitución paulatina en los tronos de los cargadores del puerto por jóvenes cofrades. El hermano Bertrán y colegiales del Palo comenzaron en Mena en tiempos de José González Ramos. «Estuvimos dos años, el año que salió la Virgen nueva».

Y en 1977, un cofrade de la Expiración se pone en contacto con él para hacer lo propio en la archicofradía. «Empezamos a hablar con Enrique Navarro para convencerlo de que la gente joven podía sacar el Cristo de la Expiración». El cambio se produjo e Ignacio Bertrán, hermano y todavía muy unido a la archicofradía, estuvo de capataz del trono del Cristo durante 35 años, sin olvidar nunca su faceta religiosa: «Había que motivar a la gente para que fuera haciendo oración y si no tenían motivo, que miraran las caras de la gente. No estamos paseando, el comportamiento contagia al público y por eso se levanta, se santigua cuando pasa el Cristo y guarda silencio».

Un religioso todoterreno

Tras 19 años en El Palo, marcha cuatro como director al colegio de los jesuitas del Puerto de Santa María, con más de 3.000 alumnos. Allí sigue con otra de sus vocaciones, el canto, e ingresa en el Orfeón Portuense, con el que actúa en el Parlamento Europeo y Polonia. Pero en su etapa en Málaga asiste al nacimiento de la coral de los antiguos alumnos Padre Manuel de Terry, con la que sigue participando en la actualidad.

El siguiente destino, 11 años en el Colegio Portaceli de Sevilla, hasta 1998. Como Ignacio Bertrán es también técnico de instalaciones deportivas, se va a Sevilla a supervisar la remodelación de las zonas deportivas tras una expropiación por la llegada del AVE. No fueron las primeras grandes obras que tuvo que supervisar: en la primera mitad de los 70 también vigiló el final del internado del Colegio del Palo.

Tras Sevilla, 14 años de director del Colegio Mayor Loyola de Granada, que nació precisamente a mediados de los 60 a petición de padres de alumnos del Colegio San Estanislao de Málaga. Allí participa por supuesto en el coro de la Universidad de Granada y además forma parte del Consejo de Colegios Mayores de España, sin dejar de fomentar el deporte.

Las últimas etapas de Ignacio Bertrán le llevan a Málaga por segunda vez para supervisar una vez más obras (en el Colegio de San José de Carranque y en la comunidad jesuita de San Estanislao); a Sevilla (obras en la iglesia del colegio) y desde 2014 está a cargo de la enfermería del Colegio del Palo, a la que acuden jesuitas mayores de toda Andalucía.

Pero el trajín no le abandona. En nuestros días el hermano Bertrán es el asistente de la región sur (Andalucía y Canarias) de las Comunidades de Vida Cristianas.

Quienes lo recuerdan como profesor en su etapa en el Puerto quizás tengan en mente esas clases de Filosofía en las que aparecía con un carrito de supermercado lleno de libros de varias editoriales. «Sorteábamos los temas entre los alumnos y tenían que explicarlos en clase». O ese concurso de chistes filosóficos: quien más risas arrancaba del público sacaba más nota. «No soy partidario de la repetición memorística, soy un convencido de la enseñanza por descubrimiento, no por clases magistrales», reconoce.

Al hacer balance de su vida confiesa que nunca se arrepintió de hacerse jesuita. «Lo que tengo es un sentimiento de agradecimiento a Dios porque me ha dado luz suficiente, fuerza y ganas y porque me cuida». Al preguntarle por las vocaciones, está convencido de que sigue habiendo: «Dios sigue tocando a la gente, a quienes sientan la vocación les diría que fueran valientes.

Y tras medio siglo en la enseñanza, esta última reflexión: «Enseñar viene del latín ducere, conducir, pero yo no tengo que conducir a nadie, acompaño a las personas para que se formen como tales y esto es muy bonito». El incombustible Ignacio Bertrán.