Buen número de profesiones están recogidas en nuestro callejero. Aquellas calles en las que aparecen secretarios suelen ser probos secretarios municipales cuyo trabajo fue reconocido en su día por nuestro Ayuntamiento.

El Consistorio no informa si este es el caso de la calle Secretario Martos Muñoz, en Ciudad Jardín, pero es muy posible. Lo llamativo del caso es que este posible empleado municipal aparece como los árbitros y los obispos: con los dos apellidos pero desprovisto del nombre.

En cualquier caso, esta calle que mira a las altas torres de la vecina barriada de Parque del Sur es uno de esos rincones desconocidos para la mayoría de los malagueños y que sólo disfrutan los vecinos, o puede que ni eso, de mimetizados que están con el barrio en el que viven.

Pasa en general en todas partes, suelen ser los turistas quienes nos descubren motivos para disfrutar de nuestra ciudad y este es el caso de la calle Secretario Martos Muñoz, una calle que dura un suspiro y que, sin embargo, es uno de los paseos más tranquilos y agradables con el que nos podemos topar.

Porque el elemento central de la calle dedicada al probo secretario es una de las casas más bonitas de Ciudad Jardín. Al contrario que otras en el barrio no ha recibido incrustaciones ajenas a la obra original, está bien cuidada y parte de ella ahora mismo está en obras. Se trata de uno de los mejores ejemplos de esta ciudad lineal, con protección arquitectónica de conjunto.

Esta casa, con apariencia de mansión, da también a la calle Guadalupe, flanqueada por naranjos cargados de frutos -se acerca enero-. Pero la calle del secretario cuenta además con una pequeña hilera de chalecitos en la que asoman jazmines y en la que llama la atención una preciosa araucaria.

Y poco más, la calle es corta pero por ella sólo suelen pasar los coches de los propietarios, así que la tranquilidad y la belleza merecen el corto paseo.

Lo viejo y lo nuevo. Hace un par de semanas la Fundación Pablo Ruiz Picasso reeditó un curiosísimo artículo del pintor de la Escuela Malagueña José Blanco Coris en la Gaceta de Bellas Artes de 1923 en la que arremetía con dureza contra Picasso. Con nota introductoria del académico de San Telmo Elías de Mateo, el artículo, titulado Un renunciador de lo clásico, es un compendio de descalificaciones que no tiene desperdicio. De su modernismo señala que es «un truco de reclamo que no pasa ni por las Aduanas» y de la abstracción geométrica, que su valor y belleza «no pueden ser concebidas sino por la visión de los sapos». Lo tilda de sugestionado «por una falsa corte de aduladores» y advierte de que, en contra de lo que pudiera parecer, «no está loco como lo estaban Van Gogh y Gauguin». De algunas de sus obras, por cierto, señala que son más adecuadas para decorar «salas de manicomio». En suma, Blanco Coris se asoma al arte del siglo XX y no entiende nada.