El coleccionismo es consustancial en el hombre€ y la mujer, no vaya a ser tildado de machista y me monten un escrache en la puerta de mi casa. Todos llevamos dentro el gusanillo de coleccionar algo, a veces lo más insólito y descabellado. El coleccionar cosas nos obliga a buscar en cualquier rincón de la casa un lugar donde guardar lo que atesoramos con celo y mimo. El problema de la ubicación no es fácil de resolver porque por muy pequeño que sean los objetos de colección no siempre se consigue el espacio idóneo. Solo conozco un caso de coleccionista que no tuvo problema alguno para satisfacer su afición. Me refiero al escritor Wenceslao Fernández Flórez, que coleccionaba volcanes. No tenía la imperiosa necesidad de llevarlos a su casa. Con ver un volcán al natural o en una fotografía se sentía satisfecho.

Otro coleccionista que no necesita espacio para ver cumplido su hobby es el coleccionista de mujeres, que se casa cinco o seis veces; cada vez que se descasa, solo conserva los buenos o malos ratos de su anterior pareja.

Sería interminable recoger en este reportaje los objetos o cosas que más atraen al coleccionista desde su nacimiento. Empieza con los cromos que se incluían en las chocolatinas, los futbolistas, los tiques o billetes de los autobuses y tranvías con el número capicúa, sellos, vitolas de puros, monedas, billetes de banco de países visitados, postales, soldaditos de plomo, botellines de licor, abanicos, camisetas, cajas de cerillas€

Todos los artículos citados tienen multitud o millones de personas en el mundo que cuidadosamente guardan y guardan hasta llegar a constituir un problema de ubicación porque el espacio vital de su casa no admite ni una cajita más con un insecto, un cenicero o las multas de tráfico que a lo largo de su vida de conductor ha acumulado en el limpiaparabrisas de su coche.

Tapones de cerveza

Yo conocí a un catalán que residía en Málaga que guardaba tapones de botellas de cerveza. Llegó a recopilar varios cientos o quizá miles de las chapas en las que iba grabada la marca de la bebida. Al tiempo que guardaba tapones de todas las marcas de cerveza de España iba enriqueciendo su colección con chapas de cervezas de Portugal, Francia, Inglaterra, Marruecos, Alemania€, unas veces porque en los viajes que hacía cada año por los países más cercanos bebía las cervezas más conocidas de esos países y otras porque pedía a sus amigos que se trasladaban a tierras más lejanas que le trajeran los tapones de cuantas más marcas mejor. En sus bien cuidados álbumes que repasaba y disfrutaba con fruición destacaban tapones de cervezas de Japón, Australia, México, Estados Unidos€

Muchos años después de saber de su afición por los tapones de botellas de cerveza, le pregunté por la colección y me confesó que la había dejado y la había vendido en ¡un millón de pesetas! Resultó ser más catalán que coleccionista.

Coleccionistas a gogó

Aparte del caso citado, a lo largo de los años he conocido a coleccionistas de toda guisa; el más pintoresco, aparte los volcanes de Fernández Flórez, fue el de Camilo José Cela, que llegó a conseguir una variada muestra de orinales recopilados en tiendas de antigüedades, viejas pensiones y cualquiera sabe en qué recónditos lugares de España.

Personajes de la vida malagueña recuerdo algunos casos, como el de Baltasar Peña Hinojosa, que fue presidente de la Diputación Provincial de Málaga y presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo. Con independencia de su colección de pinturas de autores malagueños que enriquecían su vivienda en el Paseo de Sancha, al producirse la Transición política en España adquiría los números 1 de todos los nuevos periódicos y revistas que se fundaron aquellos años. Algunas publicaciones tuvieron continuidad, y algunas, como Interviú, siguen en el mercado; otras muchas publicaciones no pasaron de cinco o seis números.

Otro personaje de la vida malacitana, José Luis Estrada Segalerva, que fue alcalde de Málaga y también presidente de la citada Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, fue un apasionado coleccionista. A la de sellos, que creo tenía gran valor, coleccionaba llaves, donde hay una amplia gama de modelos y tamaños. Desconozco qué fue de ella.

Más coleccionistas

Hay personas que guardan los cupones de la ONCE no premiados, erratas de los periódicos, muñecas, esquelas mortuorias, relojes, corbatas, gafas, camisetas€

Imelda Marcos, que fuera esposa del presidente de Filipinas Fernando Marcos, coleccionaba zapatos, afición que se descubrió cuando dejó de ser quien era, y no digamos la sorpresa de los egipcios cuando derrocaron al rey Faruk y descubrieron en sus armarios cientos o miles de camisas.

En Málaga tenemos dos coleccionistas excepcionales: Eugenio Griñán, fotógrafo ya jubilado, que atesora cámaras fotográficas de todas las épocas, tomavistas, proyectores€ y Lucio Romero, que posee una espléndida colección de carteles de películas. Griñán tiene un pequeño museo y Romero todavía no ha encontrado el lugar donde exponer sus carteles que necesitan de espacios grandes para exhibirlos y la gente disfrute con su contemplación.

Conozco, y le complací facilitándole dos tarjetas de visita mías, a un peluquero malagueño que durante muchos años ha ido coleccionando tarjetas de visita de sus clientes. Está orgulloso de su colección, y ahora, ya jubilado, se entretiene repasándola y recordando a los clientes que a lo largo de los años prestó sus servicios. De toreros a abogados, de médicos a rentistas, de ingenieros a periodistas, de figuras del deporte a artistas, escritores, amigos€ de todos ellos guarda recuerdos de muchas horas de trabajo porque por regla general los peluqueros son partícipes de la vida, inquietudes y problemas de las personas a la que atienden en el sillón.

Lo coleccionaba todo

El caso más curioso que conozco en Málaga fue el de un señor que acudió hace años a la delegación provincial del Instituto Nacional de Estadística para reclamar el aviso o notificación de dónde tenía que votar en una de las muchas elecciones que se convocaron en España después de la transición. Al parecer el aviso del INE no había llegado a su domicilio. El funcionario que le atendió consultó el censo, encontró el nombre del reclamante y le informó lo que sabía el interesado porque no era la primera vez que iba a ejercer el derecho a votar. Tiene que hacerlo, le informó, en el colegio que está en la calle tal, la mesa cual, etc.

Pero el señor insistió: quería que se le facilitara el documento en el que figuraba su nombre, el colegio, la mesa, la urna€

Se estableció más que una discusión un diálogo de besugos. El señor no daba su brazo a torcer: exigía la información de una forma física, o sea, el papelito de marras.

Después de un largo debate confesó al funcionario que él lo guardaba todo, y al afirmar todo, relacionó lo que conservaba cuidadosamente en su hogar: desde las notas escolares a los billetes del tranvía, los de los trenes en los que se había desplazado a lo largo de su vida, las entradas de cines, teatro, toros y circos, los recibos de la luz, del gas, del casero, los prospectos de los cines, las recetas de los médicos, la información de las medicinas, los periódicos que compraba€

El funcionario no tuvo más opción que facilitarle una copia del aviso donde tenía que votar.

Por el tiempo que ha trascurrido supongo que el señor habrá fallecido€ e imagino que la familia tuvo que llamar a FOCSA (Fomento Obras y Construcciones Sociedad Anónima) que era la empresa que entonces se encargaba de la recogida de basuras, la antecesora de Limasa, la que la oposición municipal tiene en su punto de mira para que deje de ¿limpiar? la ciudad. Todo el tesoro de recuerdos de aquél señor fue a parar, supongo, a Los Ruices.