­La muerte es nuestro enemigo común. Cruzo los dedos y aguardo con esperanza el momento en el que alguien sea capaz de burlarla de alguna manera. Estar simplemente ahí ya es mucho. Más, un 1 de enero. Significa que hemos sobrevivido a otro año. Tiene su mérito en un mundo que es cancerígeno y asesino. Hagas lo que hagas, al final se las arregla para liquidarte. No es una visión pesimista. Simplemente, está basada en lo que reflejan los telediarios y las esquelas en los periódicos. Sobre la supervivencia de las personas famosas, sobre todo cuando se van haciendo mayores, nos mantienen informados en los medios.

Pero, estamos todos en el mismo barco. Seguimos respirando. La primera señal de que nos mantenemos a flote. Usted, el lector. Yo, y mi cabeza acusando aún los efectos de la Nochevieja. Otro año. Uno más. Nos hemos defendido hasta completar otra docena de uvas. La vida acecha nuestra retaguardia todos los días y nosotros tratamos de amortiguar los golpes para que no atraviesen nuestro sistema nervioso. Como Muhammad Ali en su lucha contra George Foreman. Al final, perdemos siempre. Por eso hemos llorado a la gente que ya no está entre nosotros. Sucumbiremos todos algún día, pero se trata de convertir esto en una entrega más de ese último gran combate.

Año nuevo, vida nueva. Por ahora, sin apenas tiempo para avanzar, el 2016 se presenta muy parecido al 2015. Se rumorea que lo nuevo llega, pero lo viejo no se acaba de ir y empezamos a asistir a un proceso de sobreactuación a todos los niveles. Algo, que se repite cada año. Como una cuestión biológica, incluso cultural. Va desde la urgencia por apuntarse al gimnasio, hasta la necesidad de quemar todo lo que nos ha hecho gritar y llorar en nuestra intimidad. Llegados a este punto de optimización personal y cuasi ideológico, es el momento de agarrarse a ese puñado de células que todavía permanecen intactas, para afrontar el año 2016 sin hacer el ridículo. Debemos centrar nuestros esfuerzos en resistirnos a entrar en esa espiral que marca cada inicio de año. La misma, que incita al consumo de libros de autoayuda que no sirven para nada.

Una tarea complicada, cuando nuestro entorno nos sugiere a diario que nos faltan un golpe de cosas para alcanzar la felicidad. «Año nuevo, vida nueva», reza el último mensaje lanzado en alguna red social ponzoñosa. Los carteles publicitarios y la televisión nos aguardan con incitaciones parecidas. Nadie, como la industria del marketing, para leer nuestros sentimientos de año nuevo de una forma tan angustiosamente precisa. En el fondo, el eslogan de «año nuevo, vida nueva» no es más que la amenaza de un mundo que dice, que para ser felices, nos tenemos que blanquear los dientes. Forma parte de ese cálculo del capitalismo neoliberal que manda con holgura, y que nos dicta en qué debe consistir nuestra felicidad. Hay que resistirse a ello. También en 2016. La felicidad es estar rodeado de las personas a las que quieres. Algo que no se puede se comprar con dinero.