«Málaga 2016. ¿Os acordáis de cuando fuimos campeones?» Todos los informativos, al menos de aquí al primer risco con forma de tumba de Casabermeja, deberían dejarse de tanta zarigüeya y tanto presupuesto y saludar al nuevo año así, con ese énfasis lírico con el que los románticos y los catalanes acostumbran a conmemorar sus fracasos. Hace tiempo que en la ciudad pasó el tiempo de 2016 y en el Ayuntamiento todo el mundo anda a lo suyo y sin reparar en la efeméride, como si nadie hubiera hablado de candidatura ni echado unas risas con los amigotes de cultura para juntar cuatro trapos y cucamonas y que le montaran un museo -ahora los museos también llegan a pares, pero se necesitan patrocinadores y cuestan más de un millón de euros-.

Málaga 2016. Cuánto cadáver de falsa capitalidad, cuánto fantasma huidizo nadando por las cuentas. Por no hablar de los cachivaches propagandísticos, que darían por sí mismos para una sala de exposición vintage y monográfica. Yo, por mi parte, voy desenrollando mi temperamento nostálgico y buscando por todas partes material del bueno, con especial atención en los cajones a los rastros de las pulseras que te obligaban a lucir en público so pena de ser acusado de cordobés y enviado a reflexionar al Valle de los Pedroches, que, en invierno, con el frío y la pérdida de funda de los árboles, se queda con un poco de imaginación igualito a Siberia -el desplazamiento en Alsa garantiza, por lo demás, la genuina sensación de asistir a una deportación tradicional, con el aliento ajeno en la nuca y el estrépito del carruaje sobre las bielas-.

En la memoria, a menudo tan oronda y poco selectiva, permanecen jornadas de trabajo, pero, muy especialmente, el recuerdo tórrido de la noche en que la candidatura fue repudiada por el jurado, con aquel vídeo de presentación de solares y luces geométricas que contrató el Ayuntamiento y cuya exposición estuvo a punto de hacernos perder a un par de redactores, que también en este oficio hay gente sensible y con capacidad, en casos extremos, de morir por convulsión estética. Muchos en palacio se preguntaban qué pudo fallar. Y más allá de las carencias patrimoniales y los errores de la estrategia -tampoco faltaron los aciertos- hay algo que salta a la vista y que sigue fallando sin remedio: el cainismo exacerbado con el que se ejerce la política en esta ciudad, donde casi siempre importa más dar la campanada que hacer que prosperen los proyectos. Aquí, por no hablar, si se empeñan, no se habla ni con Ciudadanos, con los que se está obligado a entablar una amistad ocasional para poder seguir en el Ayuntamiento. Málaga 2016 fue gestado y anunciado sin consultar a nadie que no estuviera en el PP o en su trastienda, esperando posteriormente que el resto se sumara disciplinadamente a la orden de méritos y dando una pátina final de voz a los vecinos y a los barrios, que es como llaman aquí a los soviets de Carmena. Vuelve 2016 y quizá también lo haga Mocedades. La moda de la nostalgia es cicatera. Las utopías locales derrengadas; año cero de la capitalidad, maletas a bordo del Delorean.