Falta de oportunidades, incapacidad para emanciparse e, incluso, dificultad extrema para encarar la vida con un mínimo de aseo en sus condiciones materiales. El riesgo de exclusión entre los jóvenes es amplio, pero quizá lo más duro es que no se limita solamente a los que están en paro. La crisis ha extendido la precariedad. Y en eso no se libran ni los que cuentan con un trabajo ni por supuesto los jóvenes. De acuerdo con los datos del Observatorio de Emancipación, el peligro de la marginación fondea en el 62,5 por ciento de los hogares de desempleados y en más de un tercio -35,9 por cien-de los que, al menos, disponen de un contrato. La clave está en la escasa cuantía de la remuneración y en la inestabilidad de los puestos de trabajo. Sin ir más lejos, en el año que analiza el estudio, los empleos por horas se elevaron un 17 por ciento, con un alto grado, además, de temporalidad.