En alguna parte he leído que el Ayuntamiento de Málaga tiene 2.700 funcionarios. Desconozco si es abultado, justo o insuficiente el número de empleados, como también ignoro si en el montante de los cerca de los tres mil están incluidos los concejales, el personal que cada partido representado en la corporación tiene en su sede municipal, los asesores y los ayudantes de los asesores de alcalde, los trabajadores de Onda Azul Radio y Onda Azul Televisión y lo que escapa a mis posibilidades de conocer cuántos malagueños perciben de las arcas municipales cada mes los emolumentos convenidos.

Lo que no me entra en la mollera es que en un plantel, que repito suficiente, insuficiente o justo, no haya unos encargados de patear las calles a diario para detectar las losetas de la aceras que al ser pisadas recuerdan los teclados de los pianos, los alcorques que un día tuvieron árbol o palmera y que reclaman una nueva plantación, las señales horizontales casi borradas que informan al peatón por dónde deben cruzar (otra cosa es que conductores hagan caso omiso y se lleven por delante al peatón), las líneas continuas o discontinuas de la calzada que ya no se ven para que los conductores de camiones, coches y motoristas no infrinjan las normas del tráfico, si las tapas de los registros de canalizaciones están en buen estado o cuando uno las pisa -peatón o un vehículo- se mueven o producen ruidos que delatan su mal estado o mala colocación, si hay cables sueltos de tendidos aéreos, si los peldaños de la escaleras que permiten acceder a puentes o vías escalonadas están en buen estado, que localicen para su reparación los cientos o miles de baches de las calles, plazas y vías dependientes del Ayuntamiento€ y, en suma, si existe un servicio de detección de pequeñas o medianas averías, y si ese servicio, u otro, al día siguiente de informar de las deficiencias pone manos a la obra para subsanarlos. Da la impresión de que ninguno de esos servicios existen€ y si existen tengo la impresión de que no funcionan.

Hace muchos años, cuando presidía la corporación municipal don Antonio Gutiérrez Mata, tuve la idea, con el fin de contribuir a su solución, de contar los árboles y palmeras del Paseo del Parque que se habían perdido con el paso del tiempo. Recorrí los andenes norte y sur y publiqué en el diario Ideal el resultado de mi trabajo. Conté, no recuerdo exactamente los espacios huérfanos de plátanos orientales y palmeras; eran muchos. El alcalde leyó el reportaje ilustrado, se informó de las ausencias que no sé si se las pasó a la Delegación de Parques y Jardines€y nunca más se supo, porque no se repuso ninguno.

Años después, ya con otro alcalde, el concejal de Parques y Jardines, procedió a través del servicio correspondiente a podar los plátanos orientales de tal manera que la bóveda que formaban las ramas de un andén y otro se perdió, y el Parque quedó hecho una pena y que todavía añoramos muchos malagueños.

Más recientemente, con otro alcalde, se procedió a sustituir los viejos plátanos orientales por un tipo de árbol que creo se importó de Italia y que no ha servido para volver a crear aquella maravilla del verde túnel que las serradoras mecánicas arramblaron con lo poco que quedaba.

Pamplona

Hace unos años, con motivo de una asamblea de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España, me desplacé a Pamplona, sede del encuentro. Representé a la Asociación de Málaga, de la que yo era entonces vicepresidente.

Con independencia de las largas y penosas sesiones de trabajo en la que se abordaron temas relacionadas con la profesión, dispuse de algún tiempo para recorrer la ciudad, conocer la famosa calle por la que corren los toros en dirección a la plaza durante las fiestas de San Fermín, el bar que frecuentaba Ernest Hemingway y, en suma, los monumentos y rincones que se recomiendan a los turistas.

Me llamó la atención la presencia de pequeños grupos de trabajadores -dos o tres por cada unidad- que reparaban pequeños o medianos defectos del mobiliario urbano. Me informaron de que en el Ayuntamiento existía un servicio permanente para que todo estuviera en perfecto estado de revista. Algo así que un servicio de chapuzas, en su primera acepción: Obra o labor de poca importancia. La segunda acepción es la más utilizada: Obra hecha sin arte ni esmero. Los grupos de trabajadores del Ayuntamiento de Pamplona, por lo que vi, eran merecedores de la primera acepción.

En nuestra querida Málaga no hay servicio de chapuzas, y si existe, no se nota su presencia, porque las losetas de muchas calles están mal pegadas, los peldaños de escaleras públicas no se reparan, en los alcorques vacíos no se reponen con nuevos árboles, etc., etc. Item más: un elevado número de las grandes losetas del Paseo de la Farola, que no deben de tener más allá de tres años, ya están rotas. Si no se reparan ahora, dentro de cinco o seis años habrá que sacar a subasta las obra de sustitución de ¡todo el paseo!, y hala, a gastar dinero.

La avenida Arrigo Boito

Hace varias semanas pasé por la avenida Arrigo Boito, que así se denomina la carretera de cuatro carriles, dos en cada sentido, espacio para aparcar coches en línea a ambos lados y aceras, que facilita el acceso desde la calle la Era, en la zona del Miramar-Limonar, a la autovía. Estupenda carretera recién asfaltada e iluminada con unas altísimas farolas. Entre farola y farola han quedado unos espacios, pensé, para plantar árboles que den sombra y empaque al lugar.

Pues no, no hay indicios de que se vayan a plantar árboles de los ¡cuarenta mil! que a través del área de Sostenibilidad Ambiental se van a distribuir por parques de la ciudad. Menos mal que en el catálogo de la especies a plantar no figura ninguna palmera, pues ya tenemos bastantes en Málaga, en el puerto, en el Paseo de la Farola, en la prolongación del dique de Levante y otras calles y plazas de la ciudad, palmeras con su plumerito verde que no dan sombra y que corren el peligro de ser alimento del denominado picudo rojo de los cojones.

Hasta el día que decidí ocuparme de la citada avenida no sabía su denominación: avenida Arrigo Boito. Pensé que se trataba de algún ilustre italiano que residió en Málaga, que destacó por su hombría de bien, que legó a Málaga tesoros, que escribió sobre Málaga y sus gentes, que residió en nuestra ciudad, que fuera héroe de alguna hazaña€ Nada de eso: el señor Arrigo Boito nació en Padua en 1842, fue letrista, compositor, poeta, periodista, escritor, compuso óperas, ateo, viajó por Alemania, Polonia, Bélgica e Inglaterra€ En su biografía no aparecen ni por casualidad ni España ni Málaga. Total, que Málaga le he rendido un homenaje sin saber por qué. Si alguien sabe algo le ruego que me lo diga.

Si algún paduano viene a Málaga y descubre que su paisano tiene una calle en nuestra ciudad se llevará una gran sorpresa; la misma que se llevaría un malagueño si descubriera que en Padua hubiera una plaza dedicada a Alfonso Reyes, Salvador González Anaya o Eduardo Ocón, por citar solo tres ilustres malagueños.

Y las palmeras

Dejando a un lado la fiebre palmeral de algunos sectores de la ciudad (hasta tenemos en el puerto una zona de palmeras con el sugestivo calificativo de Palmeral de las Sorpresas), recuerdo lo que me contó hace unos meses el sacerdote malagueño don Rafael Gómez Marín, que pese a su avanzada edad rige la parroquia de San Isidoro de Sevilla en Los Gámez, en la zona del Pantano del Agujero.

Lo que me comentó don Rafael fue la petición que hace casi cuatro de siglos (1798) formularon los sacerdotes de Ronda para utilizar prendas de abrigo para resguardase del frío. Los sacerdotes acudían al coro para los maitines y laudes vistiendo una sencilla sotana y roquete, un sobrepelliz de tela muy liviana. Pedían que se les autorizara a usar una capa sobre la vestimenta habitual. La petición se formuló nada menos que al Rey. La respuesta se tramitó a través de la Real Orden de la Cancillería de Antequera.

La respuesta fue tan contundente como sorprendente: «Como Ronda está cerca de Marbella y en Marbella hay palmeras, en Ronda no hace frío» Total, que de capa, ni hablar.

Como dijo Felipe VI en el vestuario a los jugadores de la selección española de Baloncesto después de proclamarse campeones de Europa: «¡Sois la leche!»