­Fueron quince segundos. En algunas casas vividos atolondradamente, con balanceo incluido de mesas y de lámparas. Para muchos, el terremoto del mediodía de ayer, con su ligero zumbido, resultó todo un acontecimiento, aunque, en realidad, si se atiende a la ciencia no tiene nada de extraordinario; ni en sus causas, sobradamente conocidas, ni en el hecho de prolongar su eco a la provincia, donde no es el primer temblor que se detecta, ni, por supuesto, será el último.

La estadística, en este caso, actúa con terquedad. Málaga contabiliza entre o cuatro seísmos de importancia por siglo. De hecho, de una magnitud muy superior al del pasado jueves, en torno a los 8 grados de intensidad en la escala Richter. La razón no tiene nada que ver con el azar. Es cuestión de geografía: la provincia está bañada por el mar de Alborán, una de las zonas del país con mayor turbulencia tectónica, con capacidad, incluso, para repicar movimientos producidos en puntos tan distantes como el Cabo de San Vicente. La confluencia entre continentes es, para lo bueno o para lo malo, decisiva. En las aguas que separan Andalucía de África conviven dos placas, lo que, en cuestiones telúricas, supone una garantía de agitación con onda expansiva.

En Málaga, y está bastante claro, algo se mueve. La probabilidad de que se produzcan temblores fuertes es alta, pero eso no debería inquietar lo más mínimo. Rara vez se registran más de cinco por centuria. Y, en todo caso, si se produjeran sus efectos serían muy diferentes a los que ilustran las películas. En esto último hay consenso entre la comunidad científica. La provincia ya no es la misma de 1680; ha cambiado su morfología, y, sobre todo, la calidad de sus construcciones. Las normas de seguridad y de protección son de obligado cumplimiento. Y, por fortuna, en España rige una normativa actualizada y bastante severa. El Instituto Andaluz de Geofísica siempre pone el mismo ejemplo: si se registrara un movimiento de la potencia del que devastó la zona en 1884 las viviendas apenas sufrirían daños menores -grietas en cristales, fundamentalmente-.

En materia arquitectónica se han hecho los deberes. Pero también en cuanto a prevención. Los municipios cuentan con planes especializados de emergencia, que hacen que en el remoto caso de que un seísmo produzca un descalabro serio, se puedan minimizar las pérdidas y las posibles incidencias físicas.

Para los más aprensivos, de cualquier modo, están las recomendaciones. Los especialistas aconsejan, en primer lugar, no entrar ni salir de los edificios mientras se está produciendo el terremoto. Entre otros aspectos, para evitar posibles accidentes en la maniobra. También sugieren evitar los ascensores y las escaleras, así como buscar protección en la casa debajo de estructuras fuertes (una mesa, una cama, un pilar o una pared maestra sin estanterías).