La experiencia es un grado, pero en Derecho es mucho más que eso, y si no que se lo pregunten a los tres abogados protagonistas de este reportaje: Luis Ignacio Alonso Oliva, que cumplirá 50 años de ejercicio el próximo marzo; José Luque Navajas, que ejerció medio siglo y lleva seis colegiado como no ejerciente y Miguel Ángel Peláez González, que está en la brecha desde hace 46 años. Con humor, un dominio exquisito de la palabra y con profundos conocimientos jurídicos, estos letrados, enamorados de su profesión, relataron para La Opinión de Málaga sus mejores anécdotas, hablaron de cómo era la justicia en sus respectivos inicios y reflexionaron sobre los males del servicio público en la actualidad.

José Luque Navajas lo tuvo claro: fue abogado porque su padre también lo era. «Trunqué mi vocación, que era Filosofía y Letras, y me hice un abogado muy filósofo». Juró en 1957, con 27 años. «En mi época había una autoridad preconcebida e insalvable por los jueces y magistrados. Nosotros íbamos a la jura muy asustados al ver tantas togas puñeteras», ríe. Comenzó en el despacho familiar y siempre ejerció en Málaga.

Luis Ignacio Alonso Oliva recuerda que sus tíos eran abogados y él sentía una gran afición por el ejercicio profesional como buen amante de la oralidad en los juicios y del teatro. «Hoy eso ya no existe», precisa. Cuenta que a su jura fue Emilio Baeza Medina, primer alcalde de Málaga en la II República (con el Partido Radical Socialista), «un hombre con una gran formación jurídica». Su padre, que era conservador, lo mandó al despacho de Medina Baeza, «lo que dice muy bien de él». Luego, entró en el turno de oficio, «lo que se conocía como carga de honor, que decía García Grana», unos años esenciales en su formación.

A Miguel Ángel Peláez ya le decían de niño que tenía muchas leyes. Juró en el 69, cuando Emilio Baeza Medina era el número uno de 250 colegiados (hoy hay en torno a 8.000). Su tío, el gran abogado Alberto Peláez, fue el padrino. «Luego recorríamos los despachos de los juzgados y repartíamos puros saludando a los magistrados». Acto seguido, entró en el despacho de su familiar, ubicado en la calle Blanco Soler (hoy Muelle Heredia), una firma por la que pasaron cientos de letrados de la época, la gran cantera del Derecho de Málaga. «Había una mesa de juntas y nos sentábamos once, él recibía a quien quería ejercer. Siempre decía que tenía un equipo de fútbol».

Los tres retratan la justicia de la época con mucho cariño. Luis Ignacio Alonso Oliva explica que había una sala en la que se reunían los diez abogados que tenían juicio esa jornada. «Había mucha familiaridad, nos conocíamos todos», explica, mientras que José Luque indica que el trato «era distinto». Miguel Ángel Peláez señala: «Echo de menos aquella época, aquella confianza recíproca, sabías que cuando dabas la palabra a un compañero, si el cliente no la respetaba, se quedaba sin abogado». También los conocían los jueces muy bien, tanto que, cuando un cliente, por ejemplo, no había recibido una indemnización, el magistrado aseguraba que, si el abogado había dado su palabra de que lo recibiría, eso iba a misa.

José Luque reseña que en su primer caso, un procedimiento ejecutivo, tuvo como cliente a un marengo de Pedregalejo, quien tras ganarle el pleito y evitarle la imputación de una estafa por los terrenos en los que se hallaba su casa le invitó al bautizo de un nieto. «Cantó flamenco. Allí, por primera vez, escuché el cante de los jabegotes». Luque es uno de los fundadores de la Peña Juan Breva en 1958.

Peláez cuenta cómo en un pleito por lindes llegó a un acuerdo en el Juzgado de Paz de Pizarra, y visitó a la familia de sus clientes, que vivía en una finca. «Tenían allí seis o siete niños y ella estaba embarazada, vino corriendo a saludarme: me invitaron a comer un puchero. Que el abogado fuese a verlos era algo extraordinario». A aquellos actos de conciliación, el cliente debía ir acompañado de «un hombre bueno». «Se decía en broma: ahí viene el señor con un abogado disfrazado de hombre bueno», ríe.

Luis Alonso Oliva relata que, cuando ejercía en el turno de oficio, le tocó el caso de un robo por parte de un carterista profesional que le sisó la cartera a una señora en el tranvía. Ella decía, incluso, que la tiró al suelo. «Antes del juicio me dijo: abogado, usted tranquilo, que esto sale». El carterista venía detenido. Al final del juicio, vio a su cliente forcejeando con un policía. Para demostrar que él no necesitaba tirar a nadie al suelo para obtener su botín, le robó la cartera al policía. «Se la limpió, el policía se echó las manos a la cabeza. Fue absuelto al instante», recalca, mientras recuerda las risas del entonces fiscal José Jiménez Villarejo.

Como un momento de gran tensión, Alonso Oliva destaca cómo, cuando tras el asesinato de los abogados de Atocha, acudió a una misa en Stella Maris. Él era miembro de la Junta de Gobierno. «No se había reconocido al PCE. La tensión era tal, que cuando empezó la misa un miembro del partido, con su brazalete, puso una bandera del PCE en el altar. Un compañero, Leopoldo del Prado, hoy fallecido, salió y medió», mientras que Peláez recuerda cómo se hizo una Junta General Extraordinaria para expulsar a su tío del Colegio de Abogados después de que éste publicara una columna en La Hoja del Lunes en la que, haciendo un símil con el mal funcionamiento del ascensor de los juzgados, hablaba del deficiente funcionamiento de la Justicia y de corruptelas. «Lo ayudó Luis Peralta España, que sabía lo honesto que era. Nosotros estábamos horrorizados», indica.

Miguel Ángel Peláez resalta la bondad de su tío, que tenía en su despacho a abogados con conocimientos vastísimos del Derecho que nunca ejercieron, la primera mujer abogada en la ciudad y al primer letrado de raza negra.

José Luque lo pasó mal cuando, atendiendo a un mecánico dentista denunciado por el Colegio de Odontólogos por intrusismo, comprobó un día en su taller que el hombre hacía allí sus dentaduras. Al día siguiente, cuando acudió, el hijo le explicó que no podía entrar porque su padre, sin titulación alguna para ello, estaba sacando una muela. «Aquello salió adelante, pero le pusieron una multa gubernativa que yo le ayudé a pagar», precisa.

Lo que ha cambiado de ayer a hoy en la Justicia es que el servicio «se ha masificado», dice Luis Alonso Oliva, quien añade que es un «cuasi desastre». «Antes, un juez celebraba solo los juicios. Hoy, en un pleito civil, le pasa todo por las manos y eso pesa sobre el trabajo excesivo». Miguel Ángel Peláez afirma: «Es la asignatura pendiente de la democracia. Hacienda o Tráfico funcionan muy bien, pero en justicia hay muchos retrasos». Hace unos años, él disfrutaba con su profesión, pero ahora la vive «con una angustia permanente porque los juzgados no funcionan y tú respondes ante el cliente».

¿Qué consejo le darían a un abogado joven? «Yo al abogado joven le digo que tiene que saber más que nadie», explica Luis Ignacio Alonso Oliva; su compañero José Luque asegura: «Yo le hice un verso a mi hijo, que es abogado, y en él le decía que tenía que tener paciencia y vergüenza». Miguel Ángel Peláez subraya: «Mi tío Alberto siempre me decía: ´Tú eres muy bueno para ser abogado; no me he hecho rico, pero paciencia y vergüenza he tenido». Alonso Oliva insiste en la mejor forma de llegar a la excelencia jurídica para los letrados que ahora empiezan: «El abogado tiene que saber tanto o más que el juez del asunto, el expediente debe conocerlo de pe a pa». Peláez subraya esa idea: «Mi tío me decía, el que más sabe es el que más se lo ha estudiado, y no debes preocuparte por nada». Harían bien los jóvenes abogados en seguir esos consejos.

Testimonios

Luis Ignacio Alonso Oliva

50 años de ejercicio

Luis Ignacio Alonso Oliva es un abogado lleno de vitalidad que hasta hace un par de años jugaba al fútbol. Enamorado de su profesión, aconseja a los jóvenes letrados que se sepan al detalle sus temas.

José Luque Navajas

56 años de colegiación

José Luque Navajas ejerció durante medio siglo y ahora lleva seis como colegiado no ejerciente. En su brillante trayectoria, este letrado enamorado del flamenco ha dejado huella en todos los que le rodean.

Miguel A. Peláez González

46 años de ejercicio

Representante de una estirpe de grandes abogados, como su tío el gran Alberto Peláez, Miguel Ángel Peláez lleva 46 años de ejercicio en el Derecho, toda una vida entrada al servicio de los demás.