­La teoría dice que todos los escolares cuyos progenitores trabajen los dos o uno, en el caso de las familias monoparentales, tienen asegurada la plaza en el comedor escolar. Pero la práctica, en el caso de Silvia González, es bien distinta. Esta madre ya no sabe qué hacer para que su hijo mayor pueda quedarse a comer a diario en su colegio. Carlos está en primero de Primaria del CEIP Tierno Galván, de El Cónsul. Desde que accedió a este centro, en Infantil, se ha beneficiado de este servicio. Sus padres trabajan, tienen horarios incompatibles y no pueden recogerle a mediodía. Este año, Raúl, el hijo menor, también ha entrado en Infantil. Dos hermanos en idéntica situación familiar y económica. Pero el chico sí tiene plaza en el comedor.

La madre explica que tienen que vivir una odisea diaria, que han de recurrir a los abuelos, o intentar salir antes del trabajo haciendo verdaderos juegos malabares para llegar a tiempo y que el niño pueda comer «a una hora razonable». Nadie se explica este caso, pero nadie aporta tampoco soluciones. Y en Educación no dejan de tirarse la patata caliente unos a otros, según denuncia Silvia González. De Málaga a Sevilla y de Sevilla a Málaga.

Además de los alumnos cuyos padres trabajan, los comedores escolares también atienden prioritariamente a los alumnos en situación de riesgo de exclusión social y con carencias en su alimentación, que forman parte del plan SIGA. Aquí puede residir la clave de toda esta historia y que impide que el niño pueda disfrutar del comedor, aunque sus dos padres trabajen y tengan todos los certificados de empresa presentados, que justifican su situación laboral. Lo que nadie se explica es por qué al solicitar la plaza de comedor el pasado año, ambos alumnos salían como admitidos en las listas provisionales publicadas en junio. «Llega el día de la incorporación al curso en septiembre y por casualidad miro las listas y veo a los dos fuera, como suplentes», explica la madre. «Llamo a la Delegación y me dicen que no saben lo que ha pasado, que es muy raro». Pero no dicen nada más.

El menor, que había quedado el sexto suplente, logró una plaza en el comedor en noviembre. Pero del mayor no dieron más explicaciones. «Esto no nos soluciona nada. La entrada del chico no ha servido para arrastrar al mayor, como me habían prometido», señala una desesperada Silvia González. Y mientras en la Delegación de Málaga aseguran que han escrito a la Consejería de Sevilla para que den autorización, «después de una lucha tremenda para que me atiendan, llamo a Sevilla y me dicen que no han recibido nada». Y así no pueden ampliar la plaza.

Mientras tanto, el niño cuando sale de clase aguarda durante dos horas junto a una monitora del AMPA a poder ser recogido. Y sin comer. «Algo le echo en la mochila para que aguante», insiste su madre, que denuncia esta pasividad de la administración y la diferente vara de medir para atender las necesidades de la familia. «No me entra en la cabeza que uno tenga unos privilegios y esté atendido y el otro no», concluye González, quien ha tenido que reducir su jornada laboral para paliar en algo esta dificultad.