Tiene nombre de cantante de copla, de poeta tipo saga, de DNI tozudamente andaluz y leído en un país con mucho frío, entre el ruido de los electrodomésticos. Con él, de alguna forma bendita y generacional, se rompió, en gran parte, aquel enunciado en blanco y negro desnutrido que decía lo de ‘vente pa Alemania, Pepe’. Mientras el diálogo entre España y Berlín se poblaba de fantasmas y de tiranteces económicas, el malagueño Manuel Molina se convertía en un puente simbólico; el único que cabía, y por méritos propios, entre el españolito exiliado rumbo a la fábrica de Opel y el universitario que pone bocadillos a todas horas por un salario de 300 euros.

Manuel Molina es un emigrante ejemplar, de los que, por muchos años que pasen, se mantiene perfectamente integrado y al mismo tiempo en los dos sitios, en el que está y en el que no, que en este caso coincide con Málaga, la tierra de sus padres y la que le vio nacer en 1965, en el Carlos Haya. La suya es una carrera de éxito inapelable, trazada en dos generaciones desde la nada, lo suficientemente reconocida para lograr lo que en España, desde mucho antes de la expulsión de los moriscos, resulta complicadísimo, poner a todo el mundo de acuerdo. Incluso, en la plaza que el proverbio identifica como la más inasequible, la de su propia ciudad, que ayer, en el Ayuntamiento, y por consenso de todos los grupos, le nombró Hijo Predilecto. A Manuel Molina lo de ser profeta en Málaga no se le da nada mal. Y, además, por partida doble. Lejos de limitarse a venir a recoger laureles visitar a sus padres, que volvieron a España al jubilarse, en 1990, Molina se ha convertido en uno de los grandes difusores en Centroeuropa de la cultura malagueña, a la que ama y defiende. Y no sólo como cualquier nostálgico, en la mesa con los amigos, sino con los medios de su empresa, TSS Group, el grupo de agencias independiente más grande de Alemania, con una facturación al año de 4.000 millones de euros.

Licenciado en Ciencias Económicas y antiguo piloto de Lufthansa, el empresario, que fue trasladado a Alemania nada más nacer, se plantó un buen día en Dresde, como él mismo dice, con una mano adelante y otra atrás. Estaba harto de la aviación comercial -pese a ser cofundador de Germanwings- y buscaba nuevos retos. De ahí, y con las cosas muy claras, creó un emporio de 3.300 empleados. Que no está nada mal. Hoy es uno de los empresarios turísticos más respetados de Europa, profesor universitario, doctor honoris causa en Hong Kong y, por supuesto, amante de su pueblo. ¿Un consejo para que la Costa del Sol siga arriba? No lo duda. Mantener la calidad y la esencia de su cultura. «Que Andalucía no sea Alemania». Habla la experiencia. Habría que escuchar sus sugerencias. Bien valen, dicen muchos, una Medalla de Oro.