Cada vez que oigo y leo algo de los paraísos que prometen determinadas formaciones políticas me vienen a la memoria los recuerdos almacenados en mi mente de los viajes realizados a lo largo de mi vida, de las entrevistas a hombres y mujeres de todos los niveles sociales y procedencias para su publicación en prensa, emitidas a través de la radio e incluso, algunas veces, para la televisión pública. Todo eso sin contar los cientos o miles de reportajes leídos, oídos o vistos por televisión relacionados directa o indirectamente con las maravillas o fracasos de esos lugares que dicen son los mejores del mundo.

Me viene a la memoria un caso que me contó un hermano mío ya fallecido que trabajó en Industrias Textiles del Guadalhorce, más conocida por las siglas Intelhorce y, en algunos medios malagueños, como La Tésti, una mala interpretación de La Textil, forma abreviada de la industria que iba a tener ¡seis mil empleados! y que poco a poco fue reduciendo su plantilla hasta su definitiva desaparición.

Pues bien, volviendo a mi hermano Alfonso, que formó parte de aquella plantilla de trabajadores de Intelhorce, me contó lo que le sucedió con ocasión del montaje de unos telares adquiridos por la empresa a una industria de Checoslovaquia, que años después, cuando se produjo el desmantelamiento de URSS, se dividió en dos países, la Republica Checa o Chequia y Eslovaquia.

Para el montaje de la maquinaria se trasladaron de Checoslovaquia a Málaga varios técnicos de aquél país. El grupo, no recuerdo de cuántas personas estaba compuesto, permaneció en nuestra ciudad varias semanas para dejar en pleno funcionamiento los modernos telares.

Uno de los problemas que se planteó entre Intelhorce y los técnicos checos fue el idioma: ni los visitantes conocían nuestra lengua ni en la empresa había personal alguno que tuviera conocimientos del checoslovaco. Pero los checos podían entenderse en alemán, un idioma muy extendido en Centroeuropa.

Y aquí entró mi hermano, que aunque no hablaba el alemán de corrido, sí lo había estudiado de niño en el Colegio Alemán de Málaga, que cerró sus puertas en 1945. Los directivos de La Tésti le pidieron a mi hermano que se entendiera con ellos. Como así fue.

El Corte Inglés, un espectáculo

Entre los checos y mi hermano se estableció cierta corriente de simpatía por el trato diario en el montaje de los telares. Aunque por uno y otro lado se obvió hablar de política (los checos eran comunistas por obligación) un día, dos de los que más confianza generó el trato diario le comentaron que los sábados por la tarde, cuando cesaba el trabajo del montaje de la maquinaria, se iban a El Corte Inglés. Le confesaron que para ellos era ¡un espectáculo! ante la cantidad y variedad de objetos, ropas, muebles, alimentos que se exponían y que se podían ¡comprar! En aquellos años, en Checoslovaquia, no había nada de nada, salvo librerías y tiendas de discos. En lugar de ir al cine o a visitar la ciudad optaban por el gratuito espectáculo de contemplar lo que se exponía y vendía en los citados grandes almacenes.

Esto lo manifestaron aquellos trabajadores que habían nacido en un país del proletariado.

Berlín Oriental

Cuando me contó mi hermano lo de las librerías y discos me vino a la memoria la visita que hice a Alemania en mil novecientos sesenta y tantos invitado por el Gobierno de aquel país, que entonces tenía Bonn como capital.

Fuimos unos veinte periodistas españoles de distintas ciudades. El objeto de visita era para que viéramos el famoso muro que dividía Berlín en dos partes. Vimos el famoso muro, comprobamos cómo muchas familias habían quedado rotas por la imposibilidad de pasar de un lado a otro porque el muro cortaba calles y plazas… y tuvimos el privilegio de pasar al Berlín Oriental, el de la República Democrática Alemana.

Pasar de un Berlín al otro era como el día y la noche. Del Berlín alegre, trabajador, animado, con gentes en las calles, en los bares, en los restaurantes, con los comercios abarrotados, abundante circulación…entramos en un Berlín militarizado, aburrido, con apenas automóviles, triste… y con comercios donde solo había discos y libros.

Al pasar la frontera de un Berlín al otro nos retuvieron el pasaporte y tuvimos que mostrar el dinero que llevábamos porque ¡teníamos que gastarlo!, ya que a la salida nos registrarían uno a uno para comprobar que lo habíamos gastado, ¿en qué?, porque no había en qué invertirlo. Yo compré un rollo de fotografía marca Orwo porque fue lo único que encontré.

Por cierto, antes de cruzar la frontera (nos habían advertido que sabían que un grupo de periodistas españoles iba de visita) que tuviéramos cuidado con lo que habláramos porque con toda seguridad el personal de la frontera elegido para aquella jornada conocía nuestra lengua. Y vaya si conocían el español. Al pasar José Tuderini, uno de los integrantes del grupo español (era director de Radio Cadena en Málaga), y mostrar el dinero que llevaba, el policía le preguntó en perfecto español: «¿Solamente lleva ese dinero?».

El Belorussiya

En la década de los 70 del siglo pasado los cruceristas arribaban al puerto de Málaga de tarde en tarde. Todavía no se habían popularizado los cruceros de un mes, quince o siete días por toda la geografía mundial. Solamente los muy potentados podían permitirse ese lujo. La llegada de una nave con turistas era noticia casi de primera plana.

En aquellos años, los cruceristas más asiduos al puerto de Málaga eran los de bandera rusa o soviética. En 1977, por ejemplo, el Belorussiya, uno de los barcos más conocidos de la época, había sumado nada menos que treinta y una escalas con más de diez mil turistas. Hoy, en 2015, las escalas de los navíos de las más importantes navieras del mundo en Málaga, registran cientos de escalas de diversas navieras con más de medio millón de turistas sin contar la tripulación.

Precisamente, en el Belorussiya, para conmemorar no recuerdo qué número de escalas, se celebró una recepción a bordo a la que fuimos invitados periodistas de los medios de comunicación de Málaga, o sea, prensa, radio y televisión. Yo acudí al acto representando a Radio Nacional. Fuimos muy bien atendidos por la oficialidad… y todos hablaban el castellano, algunos con acento cubano porque entonces la URSS y la Cuba de Fidel Castro estaban a partir un piñón. Con el que dialogué durante algunos minutos me dijo que el español lo había aprendido precisamente en Cuba donde permaneció largo tiempo sin especificar los motivos de su estancia.

En la recepción solamente se sirvieron sin la menor restricción vodka y caviar.

Y de recuerdo me llevé, con permiso del oficial, dos cajas de cerillas para regalárselas a un compañero que las coleccionaba.

En todas partes cuecen habas

Las medidas de seguridad y control no son privativas de los países comunistas porque en el país más democrático del mundo -Estados Unidos- fui objeto de una inspección ocular rayana en lo desagradable. En el aeropuerto de Nueva York, al mostrar el pasaporte a la funcionaria de turno (una mujer de color) lo examinó a fondo, me miró a la cara tres o cuatro veces para comprobar si yo era el de la fotografía del documento, y no me lo devolvió hasta estar superconvencida de que era yo.

En Israel, no digamos: primero, antes de subir al avión tuve que reconocer mi maleta que entre otras muchas estaba depositada en una sala para que cada viajero, antes de acceder al avión, hiciera lo propio, y en Tel Aviv, al regresar me cachearon. Claro que Israel es natural que se tomen todas las precauciones posibles.

En el aeropuerto de Shiphol, en Holanda, también me cachearon…

Sin embargo nunca me sentí más libre cuando en Holanda, precisamente, pasamos la frontera que la separa de Bélgica sin trámite alguno. Ahora es normal el paso de casi todas las fronteras europeas porque existe la libre circulación.