­Ha sido refugio de frailes, colegio, facultad de Filosofía y Letras e, incluso, cine ocasional. Muchas funciones, en una biografía centenaria, pero que desde hace más de veinte años suenan morosamente a pasado, con esa trama espectral de murmullos que siempre acompaña a las cosas en abandono. Sin fecha de reapertura en el horizonte, y ni siquiera un proyecto en firme con el que aclarar su futuro, el edificio de San Agustín, en pleno centro, se deteriora. Y, además, a un ritmo acelerado, con la condena de un cierre que se mantiene casi imperturbable desde 1995, cuando se acabó su última actividad regular, la de servir de sede a la escuela de español para extranjeros.

El abogado Antonio Checa Gómez, miembro de la asociación de antiguos alumnos, habla de un interior ruinoso, con tejas y humedades y una solería reventada por la que emerge la hierba. La corrupción es notoria y empieza a alarmar a los edificios colindantes. El colegio, que ocupa una superficie de alrededor de 4.400 metros cuadrados, es uno de los inmuebles con más historia de un entorno que incluye la Catedral y el Museo Picasso, pero a diferencia de éstos recibe poca atención por parte de las autoridades. Incluso, en tareas de mantenimiento, que, de acuerdo con Checa, son escasas. La más reciente, en 2014, encargada a Sacyr, que, como denunció en su día este periódico, tuvo además el mal tino de despedazar la escalera original que comunicaba las naves del centro.

El colectivo quiere ahora devolverle la dignidad a San Agustín. Y para ello reclama al Gobierno, su actual propietario, un proyecto cultural, a ser posible parecido al que insufla vida en Granada al Parque de las Ciencias. El último intento de recuperar el colegio tuvo lugar con la propuesta de convertirse en sede de la biblioteca provincial. Un proyecto que llegó a presupuestarse y que fue arrastrado al limbo burocrático con la llegada de la crisis y la intervención de la Junta, que, según declaró ayer a este diario un portavoz ministerial, pidió al Estado que valorara la posible alternativa del convento de La Trinidad. Desde entonces, en los muros del edificio agustino sólo avanza la herrumbre, despertando el temor por un posible riesgo de incendio.

Levantado originalmente a finales del siglo XVII, el colegio de San Agustín, hoy en peligro, ha acelerado en todo este tiempo su existencia rocambolesca. Desde que los agustinos decidieran mudarse a la parcela de Los Olivos y vender el inmueble, muchos han sido los propietarios que han intentado mantener sus puertas abiertas. El primero, La Diputación, que lo compró en 1974 para cederlo a la Universidad de Málaga, que continuó durante veinte años con la tradición educativa, en este caso como sede de la Facultad de Filosofía y Letras. En 1995 hubo un nuevo cambio de dueño, la Junta de Andalucía, que lo adquirió por 377 millones de las antiguas pesetas, aunque sin terminar de decidirse nunca por ninguna propuesta.

La aparición del Gobierno fue más reciente. Y también mediante una operación a dos bandas que incluyó un trueque. La administración central le cedió a la Junta una biblioteca situada en Sevilla y ésta, a cambio, le entregó las escrituras del antiguo colegio. El estado que presenta el interior, con ventanas rotas y puertas desportilladas, deja muy a las claras que el cambio no ha surtido el efecto esperado. San Agustín continúa cerrado. Y cada vez cuesta más encontrar en su actual fisonomía algún rasgo de su caudaloso pasado, cuando sus aulas eran atravesadas a diario por cientos de jóvenes.

Antonio Checa precisa que la salvación del edificio no es una simple cuestión sentimental. La antigua sede agustina forma parte de la historia de la ciudad y, sobre todo, de la pastilla noble del patrimonio del Centro. Por eso los viejos alumnos insisten en la conveniencia de trasformar un espacio para el que reivindican una función de titularidad pública y abierta a todos. Málaga, señalan, no se puede permitir renunciar a un inmueble que ofrece para la vida ciudadana innúmeras posibilidades, tanto por su ubicación como por sus dimensiones. Para los menos familiarizados: San Agustín cuenta con una superficie hábil que rebasa en casi seiscientos metros cuadrados la del Museo Picasso.

En la década inaugural del pasado siglo se especuló mucho, primero con la Junta y más tarde a través del Gobierno, con la opción de utilizar la planta para conservar los más de 100.000 volúmenes de la Biblioteca Provincial, que fue desarbolada con el cierre de la Casa de la Cultura, ubicada en la calle Alcazabilla. Al colegio, no obstante, y a petición de la Junta, le salió un competidor, el convento de La Trinidad, que también resultó, y casi en paralelo, una fuente inagotable de iniciativas desestimadas e ideas que casi nunca cruzaron en la práctica la frontera que separa los planos del umbral, siempre más fantasioso, de las ruedas de prensa. Las imágenes que acompañan este reportaje, captadas por la cámara de Antonio Checa durante la última operación de mantenimiento -la del famoso derribo de la escalera- ilustran como pocas la evolución sufrida por el proyecto: el inmueble está degradado y los volúmenes de la biblioteca descansan temporalmente en su exilio de la avenida de Europa. Aunque, eso sí, el Gobierno no ha tirado del todo la toalla. Al menos sobre el papel: de hecho, la transformación de San Agustín cuenta con 1,3 millones de euros de asignación en la última versión de los presupuestos. Un capital que irá presumiblemente dedicado a la conversación, ya que la iniciativa está congelada y pendiente de que las dos administraciones lleguen a un acuerdo.

Con independencia de que finalmente prospere la conversión en biblioteca, para los antiguos alumnos la cuestión está muy clara: el futuro del colegio de los agustinos tiene que ser respetuoso con su historia y, sobre todo, abierto al público. Justamente lo contrario a la actual etapa de decadencia, en la que cualquier idea de resurrección suena todavía demasiado lejana.