­«Me tengo que acostumbrar a todo poco a poco. No sé cómo funcionan ahora los teléfonos móviles. A veces me lío. Antes eran más sencillos con sus teclas y ya está. Para mí todo esto es nuevo», indica el holandés Romano Riberto van der Dussen con una media sonrisa. Sus casi 13 años en prisión le han pasado factura. «Los teléfonos públicos que funcionaban con monedas ya no existen. No es fácil para mí. Ahora no tengo nada, ni dinero, ni ropa. Esto que llevo puesto me lo he comprado con el dinero que me mandó mi abogado para estar decente. Y las autoridades de Holanda me facilitarán un pasaporte para poder abrir una cuenta en el banco. Tampoco sé cómo funciona Internet», aclara Romano.

«He perdido 13 kilos de peso. En la cárcel nunca comes caliente. La comida siempre está fría. Ahora ya pude comer caliente y tomar una copa de vino. Te sientes un ser humano. La gente se me acerca, me saluda, me anima. En los bares del barrio si me tomo un café no me dejan pagar. Invita la casa. Todos me invitan. Estoy muy agradecido, muy agradecido al pueblo mallorquín. También quiero dar las gracias a la pastoral penitenciaria, al padre Jaume y a mis abogados de Palma y Madrid, porque sin ellos estaría durmiendo en la calle», añade entre lágrimas.