­La pobreza habita en Málaga. Su aparición no se traduce en una lucha encarnada por la supervivencia física como en el tercer mundo, pero aumenta la presión sobre muchas familias malagueñas que se están quedando atrás en una sociedad marcada por el consumo y que resalta a sus excluidos con luz de neón. Una mezcla de varios factores acelera el descenso social y marca una vida de renuncias que golpea con alevosía. Las frías cifras no engañan y avisan de una realidad, que no por costumbre, deja de ser alarmante: unos 34.000 menores en Málaga se encuentran en estos momentos en riesgo de pobreza o exclusión social. Así lo revela el último estudio elaborado por el Observatorio Municipal para la Inclusión Social del Ayuntamiento. Tendencia al alza.

Una vez imbuida por la espiral, la pobreza atraviesa a generaciones. El analfabetismo se expande y la desnutrición se hace visible. Adolescentes parecen niñas de once años. Igualdad de oportunidades, salud, abastecimiento material y participación social. En este punto de no retorno la escasez lo impregna todo. Para pulsar la pobreza, el Ayuntamiento se ha fijado en 7.911 familias atendidas por los Servicios Sociales de Atención Primaria (SSAP) y en las que conviven menores de 16 años. Son los niños pobres de Málaga. El mayor de sus problemas no es que la lista de deseos en los cumpleaños sea escueta, sino que les será difícil esquivar las consecuencias negativas de crecer en un entorno que restringe la igualdad de oportunidades. El nivel educativo de las personas que superan los 16 años muestra que el 50 por ciento no ha finalizado la educación primaria. Sin preparación, la tasa en estas familias alcanza el 71 por ciento, siendo las personas jóvenes las más afectadas. En el grupo de edad de entre 16 a 24 años el desempleo casi es total. Un 87,7 por ciento está parado. Los que trabajan lo suelen hacer amparados por la fragilidad de empleos temporales en el sector servicios.

La pobreza en Málaga se reparte según los barrios. En su distribución territorial, el porcentaje de la población infantil atendida alcanza su máxima agudeza en la Palma-Palmilla con un 25 por ciento del total de las familias en riesgo de exclusión social se concentra en la zona tradicionalmente más deprimida. Le sigue Campanillas con un 21,8 por ciento, Bailén Miraflores con un 21 por ciento, Carretera de Cádiz con un 10,6 por ciento y Málaga Este con un 6,5 por ciento. Teatinos es el barrio que aglutina el menor número de familias necesitadas (4,2 por ciento).

La mayoría son españoles. Por nacionalidades, también cabe destacar que el estudio revela que el 83,5 por ciento de las familias que viven en condiciones desfavorables son españolas. Entre las familias extranjeras, el 55,1 por ciento procede fundamentalmente del continente africano, siendo el 35,8 por ciento de ellas de Marruecos.

Una infancia en España, se presumía antes del estallido de la crisis, era una buena infancia. En suma, hablar de pobreza infantil en lo que se entendía como uno de los países más desarrollados de Europa. Sobre pobreza no se hablaba. Incluso resultaba molesto. Entremedias de una crisis que ha menguado también a las clases medias, la percepción ha cambiado y la división entre las capas de la sociedad es tan pronunciada que el Ayuntamiento de Málaga ha elevado el presupuesto en políticas destinadas a paliar la pobreza infantil. En total, invertirá unos 9,5 millones de euros. A esta cifra hay que sumar el montante procedente de la Convocatoria de Subvenciones de Derechos Sociales que ascenderá a 541.000 euros. Además, se creará, como en tantas ocasiones un grupo de trabajo. Denominado multidisciplinar. En su totalidad definitiva y sin mejoras estructurales a la vista, tendrá el efecto de una gota de la gota de agua sobre una piedra caliente. Porque el riesgo de pobreza, según apura el estudio, está fuertemente ligado al nivel educativo de los padres que se traduce, a su vez, en un bajo nivel de exigencia. Al final, concluye el estudio, la pobreza se convierte en una especie de hilo conductor que dura toda la vida y tiene su continuidad en generaciones futuras.

El caldo de cultivo definitivo se compone de una dificultad en la inserción educativa que luego se traduce en un alto absentismo escolar. Entre las familias que requieren atención también destaca el elevado grado de núcleos desestructurados y todo lleva a una conclusión: aun sin tributar, la pobreza es la herencia más cara.