Galardonada con uno de los Premios Meridiana 2016, que entrega el Instituto Andaluz de la Mujer por su labor docente e investigadora y apuesta por colocar al colectivo femenino en su lugar en la historia, Ramos dedicó este galardón a todas las mujeres de su familia y a la fallecida Carmen Olmedo por luchar por la igualdad.

¿Nos encontramos en un punto de involución social ante la violencia machista?

Lo que ocurre es que hay adaptaciones. Evidentemente, se ha avanzado, ha habido un camino hacia la igualdad, pero al mismo tiempo, ese camino no va en línea recta. Hay involuciones, círculos o momentos en los que hay un repunte de la violencia. La igualdad no es para siempre, hay que estar continuamente trabajando por ella. Se necesita una conciencia social para poder atajar un problema en un momento dado, como puede ser el caso de la violencia entre la juventud.

¿Cómo se puede educar en igualdad si se tienen prejuicios machistas interiorizados de forma inconsciente?

Los propios educadores pueden transmitir inconscientemente mecanismos de desigualdad. Son muchos elementos y a veces el esfuerzo se va perdiendo en el camino. Pero luego está la vida exterior. Lo que se ve en las películas, la publicidad o los propios mecanismos de evasión lúdicos. Es algo transversal. Hay mecanismos desiguales que no se ven y esa es la trampa, mecanismos muy maquillados que están ahí continuamente presionando: Quién toma las decisiones, quién habla primero, quién calla a quién, etc...

¿Resulta imposible luchar contra los falsos mitos del amor?

A partir de la Revolución de Mayo del 68 se produjo un movimiento de liberación de la mujer: con autonomía, con capacidad de decidir y con libertad sexual. Pero ahora parece que se está produciendo una involución hacia modelos más tradicionales. Y quiero insistir en que la publicidad, la moda, el cine o los medios también están contribuyendo a que se enraíce este modelo. Es difícil luchar contra los falsos mitos pero hay que hacerlo y los caminos son plurales: la escuela, la familia, la publicidad, etc... No es un camino, son muchos caminos. Podemos ser muy modernos para la ropa o las costumbres hacia el exterior; pero, también hay una mentalidad que tarda muchísimo en ser erradicada. Hay que esperar un medio o largo plazo porque la mentalidad es lo último que se transforma.

¿El control a través de las nuevas tecnologías es uno de los niveles más invisibles de violencia de género?

Este es un mecanismo de violación de la intimidad que empieza a percibirse y a haber conciencia de ello. No se puede ceder ni un ápice. Eso es privacidad, forma parte de la vida de una persona y no debe ir en ninguna de las dos direcciones; ni las mujeres hurgando en la vida de los hombres, ni a la inversa. Antiguamente, la violación del correo postal se penalizaba. Ahora, resulta más fácil coger un móvil y leerlo.

¿El acoso sexual por internet resulta más difícil de denunciar que un ataque en la vida real?

Es más sutil. Porque si vas por la calle y alguien empieza a meterse contigo, da un paso en falso y procura pasar esa línea de frontera; y por tanto, ir un poco más allá, es público y lo puedes denunciar inmediatamente. De la otra manera, hay una especie de opacidad y es muchísimo más difícil de ver. Lo cual no quiere decir que el derecho no sea igualmente vulnerado, que la situación de peligro no esté presente, que la persona no tenga derecho a defenderse o que no tenga derecho a denunciar. Hay que estar muy en guardia con las nuevas tecnologías. A veces no se le da importancia; la sociedad misma tiende a decir: «bueno, de ahí no se pasa». Pero no se sabe qué puede venir después.

¿Cómo valora la violencia sexual ejercida entre jóvenes mediante el «falso consentimiento»?

Eso no es amor, a mi modo de ver. Cuando el consentimiento es falso, hay una ausencia de libertad; y eso es un delito. Y si se denuncia es algo difícil de demostrar porque muchas veces los jueces se escudan en la privacidad. Se entra en ese plano supuestamente impenetrable de la vida íntima y privada. Y, en realidad, la privacidad está politizada. Cuando unas medidas políticas están indicando a una pareja a usar anticonceptivos o a no usarlos, a aumentar el tamaño de la familia, o a actuar de determinada manera en lo que son las prácticas afectivas y sexuales, no se sabe dónde queda la intimidad. Este es un problema hondo. De lo que se trata es de redefinir la intimidad.

¿Cómo se puede pedir a los jóvenes que tengan una serie de valores e ideas si la sociedad en su conjunto carece de ellos?

Estamos en una sociedad muy violenta. Muchas veces pedimos que no se manifieste esta violencia en una relación de pareja, en cuanto a un dominio patriarcal que existe, más o menos disimulado. Pero es que la sociedad en su conjunto es muy violenta. En clase propongo un pequeño ejercicio: poner la televisión de las diez a las doce horas, y ver qué se está ofertando. En el 70% u 80% de los casos lo que hay es violencia. Nos encontramos dentro de un marco que incita a ser violento, porque ese marco está ahí. Si arañamos un poquito nos salen ese tipo de violencias generales, si queremos llamarla así. Esa violencia general luego va a tener su bifurcación en lo privado y en lo público. Y, por supuesto, también en los jóvenes.

¿Considera que las mujeres están ausentes como referentes en los libros de texto?

En general, en los manuales están ausentes o en una zona de penumbra. Se ha avanzado y se ha trabajado mucho en este sentido, pero sigue habiendo todavía un gran silencio y mucha opacidad. Podemos encontrar grandes personajes femeninos, pero lo que es el hacer histórico de las mujeres del día a día, la contribución de las mujeres al cambio social queda muy marginal o sencillamente no se contempla. Yo imparto la asignatura Política, Género y Cultura en el Mundo Actual en la Universidad y tengo que decir que tiene una gran aceptación. Además, hay matriculados más chicos que chicas. Y los alumnos la siguen con muchísima atención. Estos elementos demuestran que quizá vamos en alguna medida por el buen camino.