Uno puede sacar al tigre de la selva, pero no a la selva del tigre. Sin embargo, lo hubo. Ese momento en el que Pablo Iglesias formó un puño con su mano derecha. Un movimiento suave, ausente de brusquedad y dirigido al corazón. Su cara dibujaba una mirada amable. Lo hubo porque la campaña enfilaba su recta final, y en uno de estos debates electorales con los que tuvieron a bien obsequiarnos a todos los votantes en potencia, Iglesias disponía de menos de un minuto para presentarse ante la audiencia millonaria. Nunca dijo el líder de Podemos con rostro serio, nunca los españoles deberían olvidar lo mucho que se había deteriorado el país con el bipartidismo: paro, recortes y corrupción. Pero el mensaje estaba dividido porque fue en la segunda parte cuando su cara se iluminó de nuevo. Los desafíos había que afrontarlos con una sonrisa dijo Iglesias y ahí hubo dos visiones en una. Nunca más un país sin su gente y nunca más su gente sin su sonrisa. Entonces, el puño alcanzó el corazón y lo golpeó suavemente. Fue, a la postre, uno de los momentos más determinantes de las últimas elecciones. Hay gestos que iluminan más que mil antorchas encendidas a la vez.

Si no se llega al corazón, y bien lo saben todos los gurús de las campañas electorales, difícilmente se llega al voto. Y aquella puesta en escena resumía a la perfección la estrategia de Podemos para su asalto masivo a las urnas: el llamamiento a emanciparse del propio letargo y un buen puñado de autosugestión. Construir un nuevo país entre todos para controlar a esas élites que en el imaginario colectivo de Podemos mandan desde la penumbra más oscura. Huyendo de un encasillamiento ideológico, la formación trató de abarcarlo todo diciendo que no se trataba de una lucha entre la izquierda y la derecha, sino que el nuevo eje trazado estaba entre los de arriba y los de abajo. Una concepción basada en una estrategia tan simple como genial: trabajar con los mimbres que ofrecía el mercado. En este caso, la sociedad española. Aquí uno no se hace de izquierdas por voluntad propia o cambia de ideología de la noche a la mañana. Pero en una galopante desaparición de las clases medias al ardor de la crisis, muchos que aún no sabían a qué lado del muro estaban, se vieron reubicados de manera forzosa. Ahora los suyos eran los de abajo.

La crisis. Todo iba bien y Podemos protagonizó su ascenso fulgurante hasta hacerse con el 20 por ciento de los votos en las elecciones generales de diciembre. Hasta el día del primer debate de investidura, cuando Iglesias resucitó a los GAL y a Iñigo Errejón le cambió la cara. De un plumazo, se había cargado todo el trabajo de meses en los que el número dos de Podemos había tratado de moldear la imagen de su secretario general. Hacerlo presentable a un amplio espectro de votantes. En esa idea que defiende Errejón de convertir a Podemos en un partido abierto y de mayorías, no había encaje para la alusión a la cal viva y para el torticero ataque personal Felipe González. Las palabras afiladas de Iglesias provocaron ipso facto un enorme malestar entre el PSOE y cabe recordar uno de los flancos por los que se ha agrandado Podemos es el del votante socialista desencantado. Aunque el mito de Felipe haya naufragado y perdido lustre en sus salidas a mar abierto con Carlos Slim, sigue siendo una referencia para el socialismo. Lo que reflejó aquel ataque, no fue más que la inesperada vuelta del Pablo Iglesias más dogmático. Empeñado en dividir entre malos y buenos, entre izquierda pura y socialdemocracia vendida, dando alas a lo que por momentos recordó al viejo enfrentamiento entre PSOE y PCE. Justo la antítesis a la transversalidad ansiada por Errejón. No fue el episodio en el Congreso el único detonante de la actual crisis en Podemos, y que alanzó su punto álgido con la destitución fulminante de quien fuera secretario de Organización de la formación, Sergio Pascual. Fuentes de Podemos confirman que, aunque el cese pudiera estar justificado por la oleada de dimisiones en el consejo autonómico de Madrid, fallaron las formas. Ya se encargó Irene Montero de hacerle la autocrítica sin que Pascual ni tan siquiera haya comentado aún lo sucedido. Que la crisis a nivel estatal no salpique al funcionamiento en Málaga no es más que el reflejo de una formación que discurre a dos niveles absolutamente independientes.

Situación en Málaga. En la actualidad, Podemos se encuentra en un periodo de transicionalidad, fruto de la dimisión del antiguo secretario general, José Vargas. Tras su marcha, el consejo ciudadano, desmembrado pero con quórum suficiente para evitar que una gestora se hiciera cargo del partido, se compone en la actualidad de quince consejeros. Sin secretario general, la portavocía del consejo recae en Kiko Vallejo, Clara Sánchez y David Castro. Cabe resaltar que el consejo ciudadano lleva meses sin convocarse por lo que se deduce una reducción en la actividad de la capital. Aunque se le quiera quitar hierro a la crisis en Podemos, rebajando los desencuentros a lógicas diferencias dentro de un partido de origen asambleario, en Málaga expresan su «máxima lealtad» a Pablo Iglesias. Sin embargo, Alberto Montero, diputado de la formación y uno de los integrantes más reconocidos de Podemos a nivel estatal, es también alguien cercano a las tesis de Errejón. Montero, temeroso de que el proyecto se acabe deshilachando con esta crisis interna y de cara a una repetición de elecciones, se podría englobar dentro de la corriente que no vería con malos ojos una abstención para que gobierno Pedro Sánchez.

Las periferias. Los partidos satélite de Podemos más importantes en la Costa se encuentran en Torremolinos y Marbella. En ambos municipios, el PSOE está gobernando gracias a los votos de los concejales de Costa del Sol Sí Puede. En Torremolinos, José Ortiz, y en Marbella, José Bernal. Al final, la batalla en Podemos se libra en varios frentes. Como Napoleón.

Moción en Ronda

Teresa Valdenebro tomó posesión como nueva alcaldesa de Ronda. El pasado miércoles la hasta entonces portavoz del PSOE, se hizo con el bastón de mando en el municipio relevando en el cargo a la popular, María de la Paz Fernández. Valdenebro accedió a la alcaldía apoyada por los concejales de Izquierda Unida y del Partido Andalucista. Algo curioso, sin embargo, discurrió en un ligero segundo plano. En el graderío destacó la presencia de Francisco Conejo y de Cristóbal Fernández. Conejo, visiblemente agradado, saboreó su victoria en esta infatigable lucha por hacerse con el poder el provincia .