Una década antes podría haber circulado sin demasiadas objeciones. Al menos, desde un punto de vista administrativo y, sobre todo, político y judicial. Pero afortunadamente el escándalo del Odissey, ejemplo de indolencia y de incuria por parte de las autoridades, había acabado por despertar una mayor preocupación, algo parecido a la conciencia, con su pequeña dosis correlativa de voluntad. La Guardia Civil contaba con más apoyo oficial para su labor, y eso se hizo que en 2013, mientras faenaban por el Mar de Alborán, dieran el alto a un barco que parecía por sus movimientos estar enfrascado en una maniobra lenta de observación. Era el Seaway Endeavour. Y el punto, la zona exacta, a 23 millas del sur de Motril, donde se cree que Von Arnauld derribó para siempre al Namur.

En las diligencias, que están abiertas, no se aclara si la intención de la expedición era el expolio. Lo que sí se sabe, y está documentado, es que el barco pertenece al mismo propietario, el sueco Sverker Hallstrom, de la firma que en 1995 se hiciera con los restos del Duoro para subastar su mercancía en una de las filiales londinenses de la conocida casa Christie´s. Frente al Odissey, representa, en cualquier caso, un progreso y un notorio cambio de actitud por parte de la administración. El Seaway, ante las sospechas, no pudo operar libremente. Y en eso, en el control, supone un avance que hace fantasear con el ejemplo de responsabilidad de México y Pilar Luna con su Instituto Nacional de Antropología, que no duda ni un ápice en mandar a paseo a cualquier embarcación que pudiera poner en riesgo el patrimonio subacuático nacional. El Namur, con su lujosa bodega, continúa en el mismo lugar al que fue enviado por la artillería del U35. En una zona que es al mismo tiempo un hiperpoblado cementerio marino, con buques sin reflotar de diferentes épocas. Algunos todavía por conocer.