La Audiencia Provincial de Málaga juzga estos días a tres mujeres y un hombre, miembros de una secta de raíz budista pero salpimentada con elementos de la filosofías sufí y cristiana, por abusos cometidos sobre una menor de 13 años entre 2003 y 2005. El acusado se juega 21 años de cárcel y las tres féminas, cuatro cada una. Ayer, dos de las mujeres que durante años estuvieron sometidas a este grupo, que ocupaba varios pisos en la capital, relataron como testigos «el terror psicológico» sufrido y una de ellas llegó a decir: «Él dice que es un ser iluminado que puede hacer lo que quiera porque es para el bien de los demás. Llegas a cambiar hasta tal punto que la perfección, lo correcto es lo que él te dice».

Estas mujeres, hoy ya con sus vidas normalizadas, se acercaron a la secta en momentos en los que sus vidas se tambaleaban. La testigo señaló que al principio todo parecía ir bien, y que iba los viernes por la tarde durante dos horas a charlas. Todo cambió cuando un lama cedió a otro el control del grupo. Esta testigo comenzó a ir a casa del líder del grupo, en torno a 2002, y tenía entrevistas «privadas espirituales». «Me dijo que las mujeres tenemos que despegarnos del modernismo porque somos negativas», precisó. Cuando salió, vio a chicas que siempre vestían con camisas y faldas largas con «faldas muy cortas y vestidos de tirantes para lo que él defendía. Eso me chocó». A los pocos días preguntó: «Él me dijo que estaban en su casa y no tenían por qué ocultarse, y que él es un ser muy puro y no se sentía sexualmente atraído por ellas».

La mujer acudía a trabajar al piso habitado por este hombre, «todo estaba muy bien organizado». El jefe del grupo, cuando quería algo, silbaba, y como nadie le hizo caso una de las tardes, ella acudió. Abrió la puerta y lo vio abusando de una menor de 13 años. En ese momento vio que tenía a la niña a horcajadas sobre él, y él estaba desnudo, según relató. La menor tenía los brazos caído. «Estaba muy afectada», dijo.

La mujer cerró la puerta y él salió diciendo que por qué la habían dejado entrar. «Tenía conocimiento de que había relaciones sexuales con todas las adultas, pero no con la menor. Nos vestíamos todas de prostitutas, porque decía que era el método para acabar con el ego de la mujer moderna», relató. La niña tenía 13 o 14 años y se pasaba, explicó, los fines de semana allí. «Su tía la convencía de que ese era el hombre que tenía que ser para ella», indicó.

«Me dijo que no pasaba nada, que la niña tenía mucha lujuria por sacar, y ese método era para sacarle la lujuria», precisó esta testigo, al tiempo que el líder mordía en la boca a la niña, quien agachó la cara llena de vergüenza. En 2005, esta mujer abandonó el piso y la secta.

El fiscal le preguntó por qué no denunció, y ella señaló que fue a la policía después. Antes, otra menor -ahora adulta-, ya había denunciado. «Me aconsejaron desde otro centro budista ponerme en contacto con la Brigada de Información. Cuando pude hablar, tenía un miedo horroroso, no me quería enfrentar a estas personas», apuntó. Entre otras cosas, señaló que tenía miedo a la muerte súbita.

«¿Cree usted que la secta tenía como fin abusar?», preguntó el fiscal, a lo que contestó la testigo: «Abusar de todo el mundo, no sólo de las mujeres, sino también económicamente, me llegó a decir que tenía que vender mi piso y ponerlo a nombre de las mujeres», apuntó, y aclaró luego: «Él dice que es un ser iluminado que puede hacer lo que quiera porque es para el bien de los demás». Y concluyó: «Usted no sabe cómo estaba yo, con una gran presión psicológica».

Otra de las menores que denunció, hoy adulta, pero cuyo caso se archivó, señaló que llegó a la secta tras conocer a la otra menor antes de 2000. Pasaba una difícil situación con sus padres. «Yo estaba mal espiritualmente», precisó. Le dijeron que el líder era «un maestro espiritual. Él me dijo, cuando cumplas los 18 te vendrás a vivir aquí a seguir mi camino».

«Al principio me dijo que yo estaba enamorada de él, que tenía que ser su pareja, y que las demás mujeres eran parejas suyas. Yo tenía devoción por él y pensé que estaba enamorada de él. Antes de cumplir 18 ya tenía relaciones con él», apuntó. «Fueron cinco años de tortura psicológica», indicó.

Habló de orgías, en las que el acusado tenía relaciones «con una, dos o tres». «Decía que eramos prostitutas, que teníamos mucha soberbia, que éramos egoístas y que teníamos que cambiar, que teníamos que ser más sumisas y hacer todo lo que él quisiera».