Láminas de silencio miserable, testimonios pulverizados por el horror y el paso del tiempo y muchas luces aportadas, contra todo tipo de dificultades, por el ingenio de la investigación. El escándalo de La Desbandá, considerado unánimente en Europa como la mayor matanza del siglo hasta la aparición de Hitler y de Stalin, ha ido desbrozándose en estos casi ochenta años lentamente; en muchos casos pasando de un olvido a un conocimiento diáfano, en el que siempre, por la dispersión de fuentes y de los protagonistas, quedaban cosas por saber. Algunas, como el número de víctimas, las más elementales y otras confiadas a relatos que tenían menos valor científico que necesariamente sentimental.

Después de más de un lustro de trabajo, los historiadores Andrés Fernández y Maribel Brenes han logrado desentrañar muchos de los aspectos que hasta este momento parecían irresolubles. Su trabajo, que se presenta hoy oficialmente en la sede de Turismo Andaluz, la histórica fonda de la calle Compañía, supone una innovación de partida esencial: por primera vez, los investigadores han consultado a fondo el conjunto de archivos militares y oficiales que reseñaron las operaciones de ambos bandos y el paso infernal con el que fue tomando cuerpo la catástrofe, desde las dudas republicanas a los intentos precarios por establecer un recuento de víctimas y de supervivientes.

Brenes y Fernández, este último responsable técnico de la exhumación en Málaga del antiguo cementerio de San Rafael, han buceado en documentos que en muchas ocasiones no habían visto la luz desde la confusión de 1937, cuando formaron parte del enjambre de órdenes y comunicaciones de la toma y la resistencia de Málaga. La investigación es, en este sentido, un relato ordenado de decenas de textos inéditos, a los que se ha agregado todo tipo de material adicional. Mapas, entrevistas a testigos, fotografías e ilustraciones forman parte de un libro cuya extensión y variedad de puntos de vista da a veces la sensación de agotar el tema. Al menos, con los datos y las fuentes que están disponibles actualmente.

Quizá uno de los datos más valiosos de cuantos aparecen en el estudio es el que hace referencia a la cantidad de personas que, acosadas por la artillería nacional, decidieron emprender la marcha por la antigua carretera. Hasta ahora la única cifra con la que se contaba, más allá de las conjeturas conmocionadas de los corresponsales, era la del médico y humanista Norman Bethune, que desde su caseta improvisada de auxilio, llegó a hablar de alrededor de 150.000 exiliados. Fernández y Brenes han localizado hasta tres registros distintos, algunos con el sello de oficialidad del Gobierno y otro con el de las tropas golpistas, que elevan siniestramente el número: el terror de la persecución, aclaran los autores, va todavía más allá de lo que comúnmente se entiende como verdad aproximativa e incluye prácticamente al doble de huidos. Según el trabajo, fueron 300.000 los andaluces que iniciaron la huida, toda una ciudad en movimiento que paradójicamente superaba de largo la población de Málaga de la época, y que se nutría de grandes bolsas humanas llegadas desde otras localidades y provincias. Durante las horas previas a la entrada del ejército nacional, Málaga se convirtió en una plataforma tambaleante de viajeros que llegaban en busca de una vía de salida. Solamente desde el interior vinieron 80.000 personas con la intención de integrarse en la diáspora. Familias enteras, con mayoría de mujeres y de niños, que en mitad del desaliento de la guerra apenas intuían que se acercaban a un desastre de dimensiones todavía más ásperas que las que trataban de dejar atrás. Una ratonera insalvable para la que Queipo de Llanos había dispuesto una estrategia cuya falta de humanidad espeluznaría hasta a los propios soldados encargados de ejecutarla: la de disparar indiscriminadamente a todo aquel que fuera avistado sobre el paisaje.

Para cumplir con el macabro objetivo del general, la represión nacional no estaba precisamente huérfana de armas. A la aviación italiana se sumaban buques como el Cervantes o el Canarias. Una ofensiva multidireccional y prácticamente sin oposición que demudó en un genocidio de civiles sin precedentes en la historia contemporánea. Del violento peregrinaje de esos días, el libro de Fernández y Brenes (1937. Éxodo Málaga Almería. Nuevas fuentes de investigación) proporciona una reconstrucción meticulosa, con la posición exacta que iba tomando la artillería y hasta la distancia desde la que se abría fuego en cada uno de los ataques. Lo que continúa siendo un misterio es conocer el alcance exacto de la desgracia. Las hipótesis, en este caso, han sido numerosas, si bien todas han tropezado con una dificultad infranqueable: la de contabilizar rigurosamente el número de cadáveres. Aunque hay quien sostiene que todo el recorrido podría estar minado de pequeñas tumbas anónimas, la única certeza es la que también sugiere por primera vez el trabajo: de los 300.000 que partieron de Málaga sólo 200.000 llegaron a Adra. Andrés Fernández señala a este respecto que sería imprudente relacionar el baile de números con la matanza; hubo, sin duda, muchos que murieron, sí, pero otros optaron por regresar e, incluso, por seguir rumbo hacia la frontera una vez columbrado el final de la antigua N-340. El grado de destrucción, sin embargo, no se cuestiona. En sus últimas páginas, la investigación, que arranca en 1936, detalla con censos y cartas buena parte de la lectura oficial que se hizo de la conclusión de La Desbandá: adolescentes llegando al hospital con los pies hinchados y a cargo de decenas de niños, mujeres enfermas y medio derruidas, personas obsesionadas en encontrar por todos los medios a los familiares que habían ido perdiendo por el camino.

El libro de los jóvenes investigadores aborda igualmente otros interrogantes que siempre han estado circundando la literatura de la huida. Entre ellos, el protagonismo extraoficial de los nazis o el papel que tuvieron en el conflicto personajes de tanta resonancia local como Carlos de Haya. Un acercamiento desprovisto de retórica y que deja múltiples itinerarios de pensamientos al lector. «Conforme íbamos ordenando cronológicamente el material nos dábamos cuenta de que ya desde 1936, en las comunicaciones y las dudas de la República se veía que todo estaba abocado a la derrota de la resistencia», resalta Fernández. El trabajo se acompaña de una exposición itinerante que actualmente, y hasta el día 8 , se puede visitar en el Archivo Histórico Provincial.