Una lucha interior que comienza antes del desayuno. A diario, si la estancia se prolonga más allá de una cita fechada entre la urgencia de los negocios. Después de dibujar los primeros braceos debajo de un cielo abierto, aún con el agua al cuello, la mirada emprende su camino por encima del filo de la piscina para detenerse en un muelle. Desde las alturas se asemeja a la puerta de entrada a un paraíso a escala. Uno podría tirarse horas destripando el torbellino en forma de jirones de nubes que pinta uno de los horizontes más azules de Europa, si no fuera porque cabe la posibilidad de perderse el desayuno. Entonces, a la tercera taza de té, quizá junto a un premio Nobel como Mario Vargas Llosa, la estancia en un renovado salón inundado por el sol vuelve a invitar a persistir en la eternidad del tiempo.

Huele a madera. Como cuando lo hace de manera distinguida en una postal que se redobla desde hace ya medio siglo. El buen gusto se detecta también por la elección del hotel. Presidentes de gobierno, ministros, líderes mundiales y artistas del momento llevan dándose la mano desde hace medio siglo en el AC Málaga Palacio. Inaugurado el 1 de septiembre de 1966, sigue ahí plantado. Quizá, en el único sitio que permite, en un giro de 360 grados, abrazar a la Catedral y el mar sin tener que tirar para ello de memoria fotográfica. No es su recepción, ya sin que cuelguen de sus techos los famosos candelabros, la única elegante de la provincia. Ni tan siquiera, como sí lo fue en sus inicios, de la propia capital. Tampoco lo es el vestíbulo lujoso y amplio que ahora da entrada en tonos grisáceos y de una manera serena al interior del hotel. Sin embargo, la mezcla entre su historia y su ubicación, en pleno centro, convierten al AC Málaga Palacio en el espejo del pasado de la ciudad. Una conciencia compartida, por momentos, con todos los altos y bajos que han ido ocurriendo casi de forma paralela y con el hotel ejerciendo como termómetro del momento. Ahora, a las puertas de su 50 aniversario, quiere prolongar su historia de éxito sin renunciar para ello al poso que le otorga un pasado que empezó a escribirse en blanco y negro.

Bajo la propiedad de la familia Portillo, el Málaga Palacio comenzó su andadura con la categoría de hotel de cinco estrellas gran lujo. Unos blasones inéditos en la ciudad y que, en poco tiempo, le iban a servir para convertirse en el sitio donde había que estar si se pertenecía a la esfera de la sociedad malagueña del momento. Ésta elegía al céntrico hotel para ver cumplidos sus caprichos que, aunque alejados en forma, comparten de alguna manera la esencia de los que no reniegan a rejuvenecer con un lobby, sus tragos y su brillo como alegoría.

Daba igual si se trataba de cerrar un negocio, o si a algún hijo de empresario se le había metido entre ceja y ceja despedazar la vajilla de porcelana. Era, a pesar de los primeros intentos por desquitarse del corsé, una época que aún imponía sus propias reglas. Dicho así, se asemeja hasta a un clasismo demodé que el hotel contara en sus inicios con unas estancias propias y destinadas exclusivamente para albergar al séquito de sirvientes que acompañaban a los clientes en sus estancias en la Costa del Sol.

Acostumbraba a atracar entonces en la capital un turismo que era en su gran mayoría de corte nacional y que se citaba confiado en que iba a encontrar en el AC Málaga Palacio el sitio ideal para prolongar una escala, en muchas ocasiones, de varios meses. Sobre todo, ahora, que la estacionalidad se erige tozudamente y cada invierno como el principal enemigo meridional del turismo, llama la atención que familias enteras de posibles optaran por esquivar los meses más fríos del año desde su apacible terraza. Del otro lado de la balanza, las noches, ya con los niños bajo custodia, se describían desde las taquillas individuales que tenían los clientes más distinguidos para guardar su propia botella bajo llave. El despegue se tradujo, también, en una plantilla que en sus momentos más altos llegó a los 300 trabajadores. Porque históricamente el peinado ha sido símbolo de identidad propia, algo que nunca le ha faltado al AC Málaga Palacio, incluso se contaba con una propia peluquería.

Como tantas veces ocurre, el esplendor inicial dio lugar a una época de declive que se experimentó en el hotel con la degradación, en los años 80, a la categoría de tres estrellas y con sus inevitables amenazas de cierre y despido de personal. Principal causa, según reconoce ahora el director actual, Jorge González, y confirma el jefe de reservas y adjunto a la dirección, Miguel Paneque, fue la segregación de Torremolinos de Málaga. La imagen recurrente del turismo se desplazó a la costa y la capital sufrió en sus propias carnes el afán creciente por tostarse como una sardina al sol.

Los achaques de la vejez habían hecho mella. Fue en 1998, con la entrada del grupo AC, cuando volvió el esplendor y se acometió una reforma íntegra del edificio y que deja la radiografía en 15 plantas, 3 suites presidenciales de 100 metros cuadrados, 16 junior suites y 195 habitaciones. La frase «he reservado» la han pronunciado todos los miembros de la Casa Real, artistas de la talla de Antonio Banderas, Ray Charles, Van Morrison, o Daddy Yankee. Detrás de una de las puertas que dan a las habitaciones, quizá, haya alguien vistiéndose de figura del toreo. ¿Quién será el próximo Saúl Jiménez Fortes contemplándose a sí mismo en 20 años? Medio siglo da para muchos sueños.