­Los 2,51 millones de kilómetros cuadrados que ocupan el mar Mediterráneo y bañan a 24 países son vigilados desde Málaga. En concreto, desde el Centro de Cooperación del Mediterráneo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Un organismo ubicado en uno de los edificios del Parque Tecnológico de Andalucía (PTA), en el cual, en una planta con nueve estancias trabajan 15 cabezas pensantes de ocho nacionalidades distintas. Biólogos, ingenieros, oceanógrafos y otros profesionales centran sus esfuerzos para crear las prácticas y herramientas que instituciones públicas y demás entidades pueden acogerse para preservar el gigante azul.

La UICN es un referente; el Lamborghini dentro de la conservación del medio ambiente que cuenta con una peculiaridad, lo conforman estados soberanos, agencias gubernamentales y asociaciones no gubernamentales sin distinción. Una institución con 40 oficinas repartidas por el globo terráqueo con 1.300 miembros y 15.000 expertos que nació en 1948. Una de ellas está en la calle Marie Curie del PTA con el único objetivo de preservar el Mediterráneo.

Las peticiones de diversos miembros de esta organización de materializar una oficina que se centrara en este punto se hizo tangible en el año 2000. Pero, ¿qué hace al Mediterráneo tan especial para requerir una atención exclusiva? El director de la sede malagueña del UICN y biólogo, Antonio Troya, explica que es uno de los 30 lugares del mundo más importantes para la biodiversidad gracias a la gran variedad que alberga y, a su vez, las fuertes amenazas a las que está sometida y las cuales podrían hacer tambalear los ecosistemas y actividades socioeconómicas que imperan en esta área.

«De las 25.000 especies de plantas que hay en el Mediterráneo la mitad son exclusivas. Si desaparecen algunas de esas plantas desaparecen de todo el planeta», explica Troya. La responsabilidad se duplica. No solo se trata de mantener una riqueza biológica, sino hay que saber que la existencia en el mundo de esa biodiversidad única depende de nosotros.

Elaborar informes, asesorar a los gobiernos sobre la línea que se debe seguir en las legislaciones medioambientales, concienciar a la población de la importancia del hábitat y, sobre todo, preservar el Mediterráneo. El papel de la UICN-MED es vital para conservar el medio, una institución que cuenta con algo más de 200 miembros gubernamentales y no gubernamentales. Sus recomendaciones han propiciado cambios positivos que han reconducido conductas con impactos nefastos para el medio terrestre y marino. Por citar alguno, el director del centro detalla la prohibición hace unos años de la pesca de arrastre por debajo de los mil metros.

Otro de los hechos logrados recientemente está relacionado con la conservación de los corales mediterráneos. Tras la evaluación de los equipos científicos se detectaron 140 especies diversas, de las cuales, 14 han sido sugeridas para que se inscriban como biodiversidad de espacios protegidos en el Convenio de Barcelona -Plan de Acción para la protección y el desarrollo de la cuenca del Mediterráneo- y lograr que los estados incluyan en sus legislaciones.

La financiación es otro de los escollos con los que luchan anualmente. Desde su creación hasta el 2011, el 80% del presupuesto -que engloba gastos y proyectos- era financiado por los organismos y también miembros, el Ministerio de Medio Ambiente y la Junta de Andalucía. La tijera también llegó al UICN y las instituciones públicas aportan desde entonces el 8 por ciento del presupuesto necesario para continuar con su actividad. Más del 90% se consigue ahora a través de la financiación exterior y de los fondos a los que se acogen los proyectos que abordan. En la actualidad hay 24 en marcha.

Próximos retos

La contaminación del medio marino, la segmentación del sistema litoral, la destrucción del hábitat... Para Antonio Troya todo estos aspectos engloban la definición tradicional de problemas a los que se enfrenta el Mediterráneo. Sin embargo, para este biólogo prevalecen dos retos que convierten a las cuestiones citadas en las consecuencias de los mismos.

El cambio climático es uno de ellos. Según apunta Troya, los informes actuales apuntan a que el Mediterráneo es una de las regiones potencialmente más vulnerables del sistema. «Ya sabemos que se produce y la tendencia apunta a que habrá una disminución de las precipitaciones en la cuenca mediterránea y un incremento severo de la temperatura media anual. La salinidad del agua también cambiará y todo ello produce modificaciones en el ciclo hidrológico de la circulación de las corrientes marinas», expresa.

Otro de los grandes enigmas a afrontar es el incremento demográfico. El Plan Azul -una de las patas del Convenio de Barcelona- apunta que para el 2030 habrá un aumento de cien millones de personas en el Mediterráneo y el 90 por ciento se asentarán en la zona sur y este. Un crecimiento que Troya asegura que será desigual ya que las predicciones apuntan a que la tendencia es la despoblación de las zonas rurales y el incremento de las áreas costeras. «Esto llevará a una demanda de recursos de suelo para urbanizar, de agua para beber, de biodiversidad...». No es necesario recurrir a los agoreros para tomar conciencia de los retos que se plantean de cara a los próximos años, sin embargo, Troya se muestra con cautela y asegura que existen medios suficientes para que las consecuencias de todo lo que ya comienza a suceder sean lo menos severas posibles. «Hay suficiente capacidad de gobernanza, tecnología y conocimientos para que esos impactos puedan ser mitigados en gran medida», sentencia.