­­Puede darse el caso de que usted se siente en la terraza de un bar, llegue el camarero y formule la siguiente pregunta: «¿Cómo está? ¿Qué cerveza le apetece tomar?» A todas luces se trata de una bebida de profunda importancia. Existe unión entre la cerveza y el alma. Al que sirve, le gusta hablar de la fermentación, de diferentes grados de tostado, de la cantidad del lúpulo, de su color brillante y de ese aspecto espumoso que se debe a la cantidad de oxígeno en el ambiente.

La cerveza se presenta en botellas con curvaturas estilosas. El etiquetado recuerda a una pareja de amantes del diseño gráfico y apunta a un producto más bien orientado a los microcosmos endogámicos que a los jinetes de andamio que históricamente han tirado de ella para combatir la deshidratación en pleno mes de agosto y palustre en mano.

Las hay con aroma a cereza, también con un toque a escaramujo o, por qué no, con un ligero aliento a sal marina. Para algo se ha fabricado en algún sótano oscuro en una eclosión de aspiración artesanal.

Los locales especializados en ofrecer una infinidad de cervezas están de moda y se rodean de una liturgia sociológica del consumo que consiste en querer hacer de algo tan sencillo como un quinto de cerveza una experiencia gastronómica casi única.

Algo que poco tiene que ver con lo que en 1928, en una fábrica ubicada en El Perchel, empezó a germinar para convertirse durante décadas en la cerveza más vendida del país. Sin añadidos exóticos ni pajitas. Elaborada mediante un proceso tradicional de maduración lenta, con un mínimo de dos semanas de reposo. Es la nota de cata de cervezas Victoria. Uno de los productos más autóctonos de Málaga y que ahora volverá a producirse en la capital después de varios años en el exilio. De color dorado brillante, sabor suave, con densas notas de cereales tostados, cuerpo generoso y refrescante textura, la nota de cata responde a una trayectoria histórica que se inició en 1928 y que retrata la historia de una empresa familiar que ha vivido los vaivenes de Málaga a través de una de las etiquetas más conocidas en el imaginario colectivo: un turista alemán que disfruta de su cerveza bajo el sol malagueño.

Para conocer la historia de esta mítica cerveza, hay que remontarse a principios del siglo pasado. Aunque pueda resultar contradictorio, la idea surgió de una fábrica de barriles. Luis Franquelo Carrasco le echó el ojo a una pequeña factoría que tenía su hermano. Después de entrar en declive debido a la caída del vino y los estragos de la filoxera, su dueño decidió cambiar el vino por el sabor amargo de la cerveza. Una apuesta arriesgada si se tiene en cuenta que los paladares malagueños no estaban acostumbrados a es e tipo de asperezas y texturas. Después de varios viajes a Alemania, y ver de primera mano cómo se produce la cerveza a base exclusivamente de lúpulo, malta y cebada, el 8 de septiembre de 1928, echa a andar la fábrica de cervezas Victoria, el día de la Patrona de Málaga. Aquella fábrica ubicada en la calle Don Iñigo tuvo una capacidad de producción anual de 50.000 hectolitros. Durante la Guerra Civil, la fábrica pasa por momentos difíciles. En manos de un comité obrero sin ninguna experiencia técnica ni comercial, se produce el primer declive. Uno de los directivos, Ricardo Franquelo, fue detenido en la propia fábrica y fusilado a continuación.

Después de la Guerra Civil se produce el primer relevo generacional en la propiedad. La única hija del fundador, María Franquelo, casada con Pedro Ruiz Montosa, se hace cargo de la fábrica con el apoyo de su marido. La profesión de Ruiz Montosa no podría estar más alejada de la producción industrial de cerveza. A pesar de ello, este pediatra se dedicaría en exclusiva a capitanear una empresa que empezaría a nutrir a todo el país. En El Perchel de entonces, conviven obreros, jornaleros y pescadores y luchan por el día a día. La fábrica de cervezas Victoria se convierte pronto en una salida laboral para aquellos que no tenían nada en una época en la que se iba poco a la escuela y se aprendía sobre el terreno.

El oficio cervecero

Según recuerda Pedro Portillo Franquelo en su libro, bajo el titulo de Tonelerías y Cervezas Malagueñas, el oficio de cervecero se aprendía como todos los demás de aquella época: «Se entraba de niño o como aprendiz y con lo que ibas viendo y si tenías suerte que te tocara un buen maestro aprendías». Sabe de lo que habla este sobrino de Luis Franquelo porque nació en la calle de Don Iñigo en plena fábrica de Victoria. En su patio creció un gran árbol que aún continúa junto al Corté Inglés. Durante toda su historia, la fórmula alemana iría ganando adeptos y el eslogan de «malagueña y exquisita» se hizo famoso en todo el territorio nacional. Llegó a venderse incluso en Ceuta, Melilla y el norte de Marruecos. La producción alcanzaba ya los 80.000 hectolitros anuales. Al empezar la década de los sesenta, se inician las primeras expropiaciones para la prolongación de la Alameda y se construye una nueva fábrica cerca del Intelhorce. No empezó bien esta andadura. En 1969, la fábrica sufre el percance de una gran inundación que retrasa las obras. Una buena muestra sin embargo del potencial que adquirió la fábrica en los 70 se refleja en su amplia plantilla. En aquella época cuenta con trescientos empleados y la producción asciende a 100.000 hectolitros anuales. A pesar de estos años de bonaza, llega un nuevo declive y en 1981 la familia Franquelo decide desprenderse del negocio.

Vende cervezas Victoria al holding Skol y la marca empieza a transitar un periodo en el que va de mano en mano. De Skol pasa a Cruzcampo y, a posteriori, a Guinness. El desfile llevaría a cervezas Victoria a su actual dueño, el grupo Damm. Con la fábrica completamente desmantelada, después de que tan solo quedaran algunas oficinas, cervezas Victoria volverá a Málaga. Veinte años después, la histórica marca volverá a embotellarse en la capital, aunque la producción seguirá centralizada en Murcia. El grupo Damm está ultimando los permisos para iniciar los trabajos para instalar una fábrica embotelladora en la avenida de Velázquez. Un paso más para recuperar su marca histórica de cerveza con el embotellado y una pequeña producción local.

Las nuevas instalaciones se construirán junto al polígono Azucarera y poco antes del paso elevado sobre la Ronda Oeste en dirección al Centro. La nave, que es de alquiler, fue un antiguo taller de la marca Aurgi y será completamente reformada en su interior para acoger la planta de Cerveza Victoria.

En las últimas dos décadas el gordo más malagueño ha vuelto a recuperar su sitio en los bares. Este tiempo ha permitido a Cerveza Victoria a volver a ocupar un lugar importante en las costumbres de consumo de los malagueños. Un éxito que ha impulsado el proyecto de reabrir una fábrica de esta cerveza en la ciudad para recuperar la historia que se inició a manos de la familia Franquelo. Entre tanto, los eucaliptos del patio de aquella tonelería siguen en el mismo sitio que siempre. Un recuerdo de la cerveza malagueña y exquisita que vuelve a su tierra.