¿Somos lo que comemos o comemos lo que somos? Parece un trabalenguas pero da que pensar. La gastronomía andaluza se diferencia por la diversidad de recetas de mar y tierra que posee, pero, ¿y si le dijeran que muchas de ellas provienen de los árabes que vivieron en nuestra península? Con motivo del Málaga Gastronomy Festival, el Museo Unicaja de Artes y Costumbres Populares presentó ayer el libro de recetas antiguas Es cosa muy excelente, del investigador Pablo Moreno. Además, en la cocina del museo hubo un show cooking ofrecido por Charo Carmona, miembro del colectivo Gastroarte, con una receta antiquísima: El mollete real.

El recetario transcrito por Pablo Moreno contiene platos que datan desde el año 1531 hasta el 1561. El libro original fue recopilado por Dª Mayor Ponce de León, aristócrata granadina del siglo XVI. El nombre del libro surge de una de las frases que se encuentran escritas en una de las recetas, en la de la carne de membrillo. En esta jornada reveló de dónde provienen muchas de las recetas populares. El periodista Fernando Rueda recalcaba: «La gran parte de lo que comemos, lo que nos llevamos a la boca, lo que somos, pertenece al mundo musulmán».

La historia siempre ha influido en todo lo que nos rodea: La cultura, la sociedad, la economía, etc. ¿Por qué iba a ser diferente con la gastronomía? El sur de España fue lo último en ser reconquistado por los Reyes Católicos en el año 1492 y, con eso, se produjo también una conquista en los platos populares y alimentos de aquella época.

El aceite. Un ejemplo de ello es el aceite, el oro líquido. Cuando los cristianos se asientan en el Sur, este producto se ve relegado por la manteca ya que, por temas de religión, el cerdo estaba prohibido para los judíos y musulmanes y así le conferían a los cristianos un símbolo de identidad. Sin embargo, rápidamente, los pertenecientes a la clase alta decidieron comenzar a utilizarlo.

¿Quiénes seríamos nosotros sin nuestro aceite? Curiosidades como esta se guardan en los archivos, esperando a ser contadas y llegar a nuestros oídos. Por ello, no estaría mal decir que comemos lo que somos, puesto que nuestro legado también está, cómo no, encima de la mesa, en nuestro plato.