Calle Andrés Pérez número 13, año 1850. El llanto ahogado de un recién nacido recorre las estancias de una casa construida en el siglo XVII. El patio interior, lleno de luz, acoge las lágrimas de José Moreno Manzón, el malagueño que el 24 de junio de 1885 se convertiría en arzobispo de Granada.

Años después de su muerte, que tuvo lugar en 1905, y, en plena Guerra Civil, cuando la calle aún llevaba el nombre del religioso, algunos malagueños se refugiaban en una cripta que hoy lucen sus dueños con orgullo. Era el único lugar bajo tierra disponible cuando las bombas amenazaban y los gritos de las alarmas de la ciudad anunciaban la tragedia.

Las paredes de la actual tienda de antigüedades han visto pasar a ilustres personajes que se fueron desgastando casi tanto como sus pilares, esos que aún soportan el peso de una vivienda que ha vuelto a renacer gracias a aquellos que la ocupan actualmente: Antonio Millán Molina, sobrino del desaparecido artista Antonio Molina y especialista en antigüedades, y Manuel Ponce Atencia.

Hace catorce años que ambos adquirieron el inmueble que ha enamorado a la Calle Andrés Pérez y a todos los que por allí transitan. La tienda le ha dado luz a una vía casi decrépita que necesitaba la calidez de lo viejo para volver a ser arteria de paso entre la Plaza de los Mártires y la calle Carretería. Visita obligada para malagueños y turistas que paran embelesados a mirar la cantidad de tesoros del pasado que esconde La Casa del Cardenal que 166 años después del nacimiento del religioso que le da nombre, continúa más viva que nunca.

En la planta baja, Francisca Millán Molina, plumero en mano, dedica todas las mañanas de la semana a limpiar los recuerdos que ocupan tres de las estancias de la casa, además de restaurar junto a Francisco Cano, gerente del negocio y presidente de la asociación de vecinos Andrés Pérez- Carretería, las piezas que lucirán en su escaparate cuando los recuerdos vayan siendo adquiridos por los clientes. «El 50% de nuestros consumidores son extranjeros, de los cuales del 25% son turistas y la otra mitad son residentes dentro de la provincia. El otro 50% es clientela nacional, unos tantos son amantes de las antigüedades, otros provienen de familias pudientes pero también vienen jóvenes que quieren decorar su casa recién comprada con varios objetos del pasado». Pero, estos no son los únicos compradores que pasan a diario por allí, mujeres que se enamoran de mantones, novias que quieren llegar al altar con pendientes de los años 20, mantillas y abanicos o coleccionistas de cucharillas, pitilleras, jarrones, platería, espejos o cuadros.

Todo cabe en los más de 120 metros cuadrados de objetos religiosos, tapicería, porcelana, pintura y muebles restaurados. Destacar la historia de algunas de las piezas no parece tarea fácil. Francisco Cano observa la tienda desde un lugar privilegiado. Sobre una mesa antigua reposa su ordenador de pantalla plana. A sus pies; tazas de porcelana, en su mayoría de origen inglés, frente a sus ojos; la historia y tras de sí; Psiquis y Cupido, un cuadro mitológico del siglo XIX que nació de las manos de José Martín y Rodríguez y que pertenecía, relatan, a a familia malagueña de Don Manuel Blasco.

El patio interior de la casa es el escenario privilegiado de todo lo que allí sucede, aunque también es protagonista cuando deciden hacer presentaciones de libros en su interior, fiestas o eventos relacionados con el museo Thyssen. La Casa del Cardenal no es un negocio de antigüedades a la vieja usanza: «No nos dedicamos únicamente a la compra venta de objetos antiguos ofrecemos asesoramiento de decoraciones, tasaciones de piezas individuales o procedentes de herencias y también intervenimos en la restauración de los objetos, trabajamos con barnizadores, ebanistas, restauradores...», comenta Paco Cano.

Mapas de Vetusta Morla pone banda sonora a la escena y aunque a veces se turna con la ópera, parece que no hay mejor grupo para acompañar la historia . «Vivir rodeado del pasado es apasionante», dice su gerente con ojos brillantes.