­Con la temporada de verano a punto de alcanzar la velocidad de crucero, la Costa del Sol no sólo se prepara para recibir a millones de visitantes en apenas cuatro meses. Desgraciadamente, la avalancha turística en las calles, playas y zonas de ocio propia de estas fechas no genera únicamente riqueza, también esa mal llamada delincuencia común que se nutre de ella como un parásito imposible de erradicar. Tanto es así que los hurtos, el tipo de infracción penal que más se comete con diferencia a lo largo del año, toma especial protagonismo durante los meses de verano con repuntes sistemáticos. Así lo reflejan los datos históricos de criminalidad del Ministerio del Interior que registra esta y otras infracciones de forma trimestral y donde julio, agosto y septiembre siempre sobresalen sobre los otros tres.

Entre los años 2011 y 2015, ambos incluidos, el tercer trimestre siempre acaparó en torno al 30% de todos los hurtos en cada uno de los ejercicios. Si durante el último lustro la buena noticia ha sido que las fuerzas de seguridad habían logrado contener y reducir de forma significativa esta lacra en la provincia de Málaga -en 2011 se sumaron 39.053 por los 28.667 de 2015-, lo cierto es que estadísticamente los rateros han logrado durante el último año invertir la situación y poner en jaque a los cuerpos de seguridad. Ahí están los datos oficiales: los hurtos suben en la provincia por primera vez en cinco años respecto al año anterior, ya que en 2014 se alcanzaron 28.416 denuncias. Entre las malas noticias no sólamente se encuentra el hecho de que este ascenso se apreció durante el segundo, tercer y cuarto trimestre del año, sino que entre enero y marzo del presente ejercicio también han crecido respecto al mismo periodo del año pasado.

Silencio administrativo

Estas cifras parecen haber caído como una losa en la Comisaría Provincial de Málaga, cuyo alto mando ha vuelto a declinar participar en una información que únicamente pretende exponer a los ciudadanos, los verdaderos sufridores de los hurtos, los motivos de su incremento. Sin embargo, fuentes extraoficiales se basan en la lógica para explicar el repunte.

El ascenso que vive el sector turístico se traduce en un mayor número de visitantes y, por tanto, en un efecto llamada sobre depredadores cada vez más especializados, mucho más eficaces en cualquier tipo de escenario. «No hablamos de delincuencia común, esto es delincuencia organizada y en muchos casos itinerante», subraya un agente antes de explicar que Málaga capital, como gran parte de los municipios de la Costa del Sol, lo tiene todo para que los carteristas actúen con bastantes garantías de triunfar.

Esto hace que al litoral, como en otros puntos del Mediterráneo, lleguen bandas dedicadas arramblar con todo lo que pillan durante varios días y luego desaparezcan para dificultar su localización: «Cuando la policía los busca en una localidad, el grupo está actuando en otra».

Las principales calles del centro, atestadas de gente sobre todo cuando llega más de un crucero, están minadas de establecimientos hosteleros cuyas terrazas que se han convertido en una fuente inagotable de monederos, móviles o bolsos para cacos que pueden estar tomándose una cerveza junto a su víctima, mayoritariamente visitantes, o levantar hábilmente de la mesa o de las sillas cualquier objeto de valor mientras pide fuego o una dirección con un mapa en la mano a modo de muletilla. Los comercios del centro y de los principales centros comerciales de la capital también sufren puntualmente el acoso de estos grupos, pero, más allá del escenario urbano, esta actividad se ha extendido en los últimos años como una plaga por las playas más concurridas del litoral. Cuanta más gente, más difícil será detectar a esas personas con mochila que pasean por la orilla como un turista más buscando los objetos que los bañistas dejan abandonados en sus toallas durante el baño o durante la visita al chiringuito.